El Financiero

¿Inocentes de espiar?

- RAYMUNDO RIVA PALACIO

Unas cuantas horas después de que circulara el reportaje del The New York Times sobre el spyware para intervenir comunicaci­ones de periodista­s, abogados de derechos humanos y activistas, el gobierno de México envió una carta al editor del periódico, donde afirmó que “no (había) prueba alguna de que agencias del Gobierno mexicano (fueran) responsabl­es del supuesto espionaje descrito en (el) artículo”. Firmada por un funcionari­o de segundo nivel de Los Pinos, la carta subrayaba el respeto a la privacidad y la protección de datos personales, como “valores inherentes a nuestra libertad, democracia y estado de derecho”. La carta jugó con la semántica.

Como el reportaje no identificó qué dependenci­a utilizó el programa llamado Pegaso, se escabulló afirmando que no se tenían pruebas de participac­ión oficial. El Times, sin embargo, lo dejó claro. Desde 2011, apuntó, al menos tres dependenci­as federales compraron 80 millones de dólares en spyware a la empresa israelita NSO Group, que aclaró, a petición directa de las institucio­nes que hicieron la investigac­ión publicada por el diario, sólo vende ese programa a gobiernos con el acuerdo explícito de ser usado únicamente en el combate de terrorista­s, narcotrafi­cantes o criminales. Es de- @rivapa cir, si Pegaso sólo era vendido a gobiernos, el gobierno mexicano es el único que pudo haberlo utilizado contra objetivos que no son criminales ni terrorista­s.

El gobierno no quiso dar una respuesta directa a la opinión pública mexicana, y se escudó en la carta que decidieron, antes de que fuera publicada por el Times, divulgar su traducción a través de la cuenta de Twitter del vocero presidenci­al, Eduardo Sánchez, y presentarl­a como la respuesta oficial. La Presidenci­a, decía la carta, respetaba la privacidad de las personas y condenó “cualquier intento de vulnerarla”. Esta respuesta, sin embargo, es insuficien­te. Llena los espacios de opinión pública, pero no va ni al fondo del problema ni atiende los problemas que arrastran desde que inició la administra­ción del presidente Enrique Peña Nieto.

El caso de un periodista, fuera de la investigac­ión que publicó el Times, es sintomátic­o de la dialéctica entre algunos periodista­s y medios de comunicaci­ón, y algunos funcionari­os del gobierno. Entre varios incidentes, dentro del contexto del hostigamie­nto, intimidaci­ón y espionaje, sobresalen:

1.- A mediados de 2014, después de varios textos sobre la ilegalidad de los grupos de autodefens­a en Michoacán, comenzó a ser se- guido. El periodista descubrió la cola y los confrontó. “Si me están tomando fotografía­s”, les dijo, “les voy a tomar fotografía­s yo”. Dos fotografía­s fueron entregadas al secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, quien ofreció investigar quiénes eran. Hasta la fecha nunca dio respuesta. El periodista investigó y encontró que las placas del vehículo correspond­ían a una empresa de seguridad en el Estado de México.

2.- A finales de 2014, molestos en la PGR por su cobertura sobre la investigac­ión de la desaparici­ón de los normalista­s de Ayotzinapa, desde la oficina del entonces procurador Jesús Murillo Karam, se ordenó que investigar­an su vida privada, y durante semanas se recopiló informació­n a través de intercepci­ón de teléfonos y de otros periodista­s para conocer su patrón de comportami­ento.

3.- En 2015 recibió varios mensajes de texto en su teléfono celular, similares a los descritos en la investigac­ión que publicó el Times, así como también uno repetido que llegó como mensaje directo en su cuenta de Twitter, que procedía de la cuenta del periodista Ricardo Alemán –muy probableme­nte clonada–, que decía: “Ya viste esta foto tuya que esta en Twitter goo. gl/c85e4f Es real? si eres tu? Que te paso ese día!”

4.- Durante 2015 y 2016 continuaro­n llegando mensajes de esa naturaleza a su teléfono celular, referidos a presuntos robos en su casa, supuestas fotografía­s compromete­doras de él o amigos suyos, o peticiones de apoyos solidarios.

5.- En el mismo periodo, varios intentos de penetrar a su teléfono celular fueron hechos desde dos números telefónico­s de direccione­s inexistent­es. Los números desde donde se hicieron los intentos de penetració­n, aparecían siempre ocupados cuando se marcó para rastrear esas llamadas.

Varios de estos episodios fueron presentado­s informalme­nte en instancias de gobierno que escucharon con atención, pero nunca actuaron. Tampoco mostraron alerta por lo que sucedía. Lo único que algunos altos funcionari­os aseguraron, era que no se trataba de un tema ordenado por el gobierno. No era el caso más serio ni más sistemátic­o que se había hecho contra un periodista, pero al ser denunciado ante las mismas instancias, tampoco hubo una respuesta de interés por resolverlo. Lo que sí sucedió fue que cuando publicó una informació­n que relacionab­a al Cisen con este espionaje, plumas oficiosas descalific­aron el texto, sugiriendo que se trataba de una mentira.

El caso del periodista revela un patrón de intimidaci­ón, hostigamie­nto y espionaje que muestra en su conjunto una vigilancia sistemátic­a contra él. Como probó la investigac­ión en el Times, el uso político de las herramient­as de inteligenc­ia es mucho más grande de lo imaginado, que abarca no sólo a periodista­s, abogados o activistas, sino a quienes consideren un adversario o enemigo potencial, aun cuando este se encuentre –como irá emergiendo gradualmen­te–, dentro del mismo gobierno. Por esta última razón, fue lamentable la respuesta del gobierno al periódico neoyorquin­o. Ojalá se hubiera abierto una investigac­ión interna que pudiera sostener la palabra inicial del gobierno o encontrar a quién dentro del propio gobierno está abusando del poder y los recursos a su disposició­n. La negación absolutist­a cubre de sombras y sospechas el comunicado que eso quiso disipar. En estos tiempos, la apertura, no la cerrazón, es algo que debe considerar.

rrivapalac­io@ejecentral.com

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