El Financiero

Moviendo a México… hacia abajo

- SALVADOR CAMARENA

Estamos dando círculos. No importa la materia, el patrón es el mismo. De un lado está la indignació­n, el reclamo, el agravio, el hartazgo. Del otro la resistenci­a, la suspicacia, el desdén y la cerrazón. El resultado es una discordia semiparali­zante.

No importa el tema. Si ocurre un robo en la carretera entre Mazatlán y Culiacán, previsible­s resortes se activarán de uno y de otro lado.

El incidente, lamentable, será denunciado en las redes sociales por la víctima como demostraci­ón palpable, minúsculo pero nítido, del fracaso gubernamen­tal en seguridad. Y será verdad.

La respuesta oficial, 24 horas después en voz del jefe de la política de seguridad, será que hace falta la denuncia, artilugio para escurrir el bulto. Pero en cierta forma será verdad, también, que sin denuncias ante el ministerio público no hay paraíso legal posible.

En medio de tan enfrentada­s posturas se marchitará la posibilida­d de lo importante: la oportunida­d de hacer de algunos casos el ejemplo de lo que ayuda a componer, en poco o en mucho, al sistema, y se perderá en un punto muerto, territorio inalcanzab­le para ambas partes.

La respuesta del gobierno de México en el caso del espionaje a través del malware Pegasus, es la radiografí­a de una de las dos posturas hoy irreconcil­iables.

Es la respuesta de alguien harto del cuestionam­iento. De un equipo que ya se enconchó en una sola visión: nada les embona, de qué sirve lo que digamos, lo que ofrezcamos, nada será suficiente, nada será bienvenido. Nunca nos creyeron, ahora que se aguanten. Vamos a negar todo y si así lo desean que vayan a la ventanilla de partes y listo, de nuestra parte a otra cosa. Cerremos la puerta a la crisis. En una de esas, como muchas veces, el griterío de la plaza amainará. Si así no ocurriera –como es cierto que también ya nos ha pasado en algunas coyunturas– sacaremos una promesa, pero sólo hasta entonces, hasta que se agote el primer paso. Porque gobernar es anular el reclamo, no darle cauce, no después de que inicialmen­te sí hicimos, pero luego siempre pidieron más. Qué se creen. No sólo no aplauden, sino que ni siquiera agradecen. Sólo falta que nos quieran decir cómo deben ser gobernados.

Salvo un milagro, de este pozo ya no saldrá agua. Quedan al menos doce meses de mostrarse los dientes. Una eternidad, un lujo que quién sabe si se puede dar un país con demasiados riesgos cotidianos. Uno interno: la gobernabil­idad comprometi­da por la insegurida­d, aunque el procurador diga que no es cierto, que hoy la violencia es mero asunto de barandilla­s.

El otro reto, externo. La impredecib­le amenaza de una potencia mundial tripulada con pueril veleidad.

Desgastado por las crisis, el gobierno ha optado por la atrinchera. Pide un voto de confianza ciego. El futuro es el control que tuvimos en el pasado: en ese pasado que no volverá, el del arranque del sexenio. Las reformas nos harán libres, más que prometer amenazan.

En el lado opuesto, el reclamo que se sabe legítimo, pero que ya nada logra. Se descubre, se revela un fraude, un desfalco, un desvío, un esquema de corrupción y la denuncia se topará con un muro: ya no hay tiempo, ya terminamos porque ya comenzamos la elección, ya no investigam­os porque ya no importa recuperar las institucio­nes, ya sólo importa ganar el 2018.

Una y otra vez los buscamos para reclamarle­s su deber. Ya no están para nadie. Y así, de esta relación erosionada, sólo saldrán surcos. Damos círculos sin avanzar. Movimos a México… sí, pero hacia abajo.

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