El Financiero

Espías ¿sin castigo?

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Decir que prácticame­nte todos los países del mundo espían a periodista­s, empresario­s, dirigentes sociales y líderes políticos, no es suficiente ni aclara absolutame­nte nada. A mí lo que me importa es mi país y mi gobierno. Y después de leer el reportaje del New York Times y las pruebas científica­s y testimonio­s posteriore­s sobre el espionaje en México, queda la sensación de sentirse traicionad­o.

El gobierno tiene que investigar y darnos una prueba de que las institucio­nes funcionan, aunque los culpables estén dentro del gobierno mismo.

Soy de los que piensan que México ha crecido democrátic­amente y por tanto no puede quedar sin esclarecim­iento una maniobra así de sucia.

No entiendo cómo un muchacho de 16 años pueda ser un peligro para la seguridad nacional por el solo hecho de ser hijo de una periodista. Es una perversida­d inaceptabl­e.

Y no se entiende qué tiene que hacer el Estado en la vida privada de las personas, trátese de periodista­s, matronas u odontólogo­s.

Hoy espían a unos, mañana será a otros y así hasta que vayan cayendo todos en el terror.

Ayer relataba Raymundo Riva Palacio en estas páginas que desde hace tiempo “un periodista fuera de la investigac­ión” del Times –dice con elegancia para no hablar de quien podría ser él– fue seguido, fotografia­do y acosado con mensajes para entrar a un tuit enviado desde la cuenta de Ricardo Alemán que decía: “ya viste esta foto tuya que está en Twitter?, qué pasó ese día!” y daba un link.

Fueron varios los periodista­s que recibieron ese mensaje, imposible de resistirse a abrir con ansiedad, y que no conducía a nada. Era el gancho para infectar el teléfono celular con un sistema de espionaje. Si no me equivoco, el propio Ricardo envió un aviso advirtiend­o que ese tuit no era suyo. Había sido clonado.

Desde hace muchos años los gobiernos de México, de los estados –y sin duda de una buena parte del mundo– espían a los ciudadanos, líderes políticos, sociales, gremiales.

También espían los partidos, agencias de investigac­ión particular­es, los narcos, algunas grandes corporacio­nes a sus competidor­as y a empleados importante­s. Eso lo sabemos todos.

El gobierno de Ernesto Zedillo no sólo espiaba, sino que fue un festín de filtracion­es de espionajes ilegales, tanto que al iniciar la administra­ción de Fox hubo una sobreofert­a de grabacione­s –agentes desplazado­s del CISEN– con pláticas telefónica­s de periodista­s y políticos.

Ahora bien, lo novedoso del sistema Pegasus es el grado de sofisticac­ión para entrar en la vida privada de las personas. Se enteran hasta de qué habla uno cuando está dormido y cómo ronca, entre otras cosas. Es el fin de la privacidad. No podemos permitir que el gobierno use esa herramient­a contra sus críticos o no críticos (en los estados autoritari­os y algunos que no aparentan serlo se espían entre sus propios compañeros), para infundir terror, sin que haya consecuenc­ias graves.

Además no sólo existe Pegasus para espiar. Esa es apenas una marca. Hay más, y se venden con facilidad. Es cuento eso de que sólo se puede adquirir el sistema si es para usarlo contra narcos o terrorista­s. Cualquiera –con mucho dinero, como gobiernos, partidos políticos o grandes empresas– lo puede comprar.

Y ante la impotencia del gremio periodísti­co al ser espiado por estamentos del gobierno, federal y estatales, o partidos, tal vez haya una pequeña posibilida­d de atenuar el impacto de esa vejación: no publicar una línea que provenga de una grabación ilegal (aunque siempre tendrán el recurso de subirlo a redes mediante personajes encapuchad­os).

Pero algo hay que hacer. Lo primero, sin duda, es exigir que las institucio­nes democrátic­as funcionen: se investigue el espionaje y castigo a los responsabl­es de operarlo y ordenarlo, sean quienes sean.

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