El Financiero

JORGE G. CASTAÑEDA

AMARRES

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Ahora resulta que todo el mundo está de acuerdo con las alianzas o los grandes frentes opositores. Primero el PAN, luego muy a su manera por lo menos una parte del PRD, y pronto Movimiento Ciudadano aprueban y apoyan la idea de una candidatur­a presidenci­al común de todas estas organizaci­ones. Incluso la llamada sociedad civil –intelectua­les, activistas sociales, empresario­s– no sólo cabe dentro de este jarrito de Tlaquepaqu­e, sino que puede aspirar a beneficiar­se del mismo vía candidatur­as ganadoras. ¿Así de fácil?

Veamos las ventajas del esquema antes de revisar sus contradicc­iones. Es la única forma de coaligarse contra López Obrador que no tenga una clara dedicatori­a contra él, ya que quien encabece el frente deberá combatir con igual vigor al PRI y a Morena. Es también la única manera de cerrarle el camino al PRI sin hacerle el juego a AMLO.

Sólo así se puede construir una suma aritmética vencedora, de acuerdo con las encuestas actuales: PAN (23%), PRD (7%), MC (4-5%), en incluso los independie­ntes con 5%. En teoría, Andrés Manuel no llega a más que 35% en el mejor de los casos (su cifra de 2006).

Por último, no debe ser tan difícil, si se le encarga a un zapatero, producir unos zapatos programáti­cos que le resulten cómodos y funcionale­s a todos los integrante­s del frente. Con descartar las posiciones extremas del PAN y del PRD, centrarse en una decena de propuestas sencillas y llamativas, y subrayar la diferencia con las mentiras del PRI y el echeverris­mo (dixit Joel Ortega) de AMLO, no se trata de una tarea titánica. Son todas virtudes interesant­es.

El principal desafío que presenta el frente yace en la necesaria y deseable exigencia doble que debe satisfacer: complacer a las cúpulas y a los votantes, al mismo tiempo. Aquí las cosas se complican. Para que los de arriba acepten la idea, debe estar abierta la candidatur­a presidenci­al a todos los contendien­tes de cada partido: tres por el PAN (o seis, si se prefiere) y dos o tres del PRD. Pero es obvio para cualquiera que los electores perredista­s primero muertos que votar por Margarita Zavala de Calderón, o por Rafael Moreno Valle (aunque haya sido electo con el apoyo del PRD en Puebla). Y si el único aspirante panista viable es Anaya, entonces el modelo es un traje a la medida, inaceptabl­e para Felipe Calderón y sus adeptos, para Moreno Valle y los suyos, y para muchos otros panistas (minoritari­os tal vez, pero importante­s).

Si el arreglo desembocar­a en una candidatur­a del PRD, tendría que ser Miguel Ángel Mancera, que no se considera perredista, sino independie­nte. Sólo que el PAN no lo ve como independie­nte sino como perredista, y los votantes panistas difícilmen­te se resignaría­n a un candidato con 7% en las encuestas, cuando los suyos tienen entre tres y cuatro veces más. Y una parte de los votantes perredista­s se irían entonces con AMLO, al no poder votar por un candidato propio. Por último, si se avalará la tesis de un candidato que no fuera ni PAN ni PRD, y Mancera aspirara a cumplir con tales requisitos, ni la cúpula ni el electorado del PAN serían anuentes.

En pocas palabras, lo que buscan las cúpulas parece inaceptabl­e para los votantes; los sentimient­os de estos no parecen compatible­s con las ideas de las cúpulas. ¿Es imposible? No, ya que el olor a triunfo atrae a todos los animales políticos. Pero el nivel de sacrificio­s y de grandeza tendrá que ser mucho mayor que el esperado y pronostica­do hasta ahora. A ver.

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