Más de espías
El asunto del espionaje detonado por el NY Times ha sacado a relucir diversos aspectos de nuestra vida pública. Van unos cuantos:
No deja de extrañar que para muchos el hecho de que el gobierno espiara periodistas resultara algo normal –o intentara espiar, porque ahora resulta que toooodos superinteligentes, ninguno abrió los links que les mandaban con ofertas, extorsiones respecto de su vida personal, o arreglos de sus papeles. Para ser periodistas resultaron poco curiosos. Eso deja en claro que una gran mayoría de los que estamos en los asuntos de opinión pertenecemos a esa generación que creció con el PRI y en la que, en efecto, lo menos que esperabas del gobierno era que espiaba a medio mundo. Los intentos gubernamentales por espiar –y los logros que haya tenido al respecto– son absolutamente condenables. Los que hayamos visto esas cuestiones con normalidad estamos mal. Hay que cambiar el chip. Ser parte de una generación en la que, si te detenía la policía, lo mínimo que esperabas era una madriza previa a la mordida de rigor, significa que crecimos en una sistema represivo en el que las libertades eran una ilusión. Nuestra aceptación del abuso es lamentable, la normalidad con la que vemos el atropello también lo es. Tener ganas de madrear a alguien es una cosa; tratar de darle el madrazo y fallar es una cosa muy distinta. En esas andan las iniciativas gubernamentales.
Otro tema que no deja de llamar la atención es el filtro puritano de nuestra prensa para tratar los asuntos de intervenciones de llamadas telefónicas y asuntos de la vida privada de las personas. No hubieran sido las llamadas de cualquier político o con su novia porque inmediatamente las publican y hacen mofa al respecto sin importarles la vida privada de ninguno de los dos. En las elecciones del año pasado se publicaba cualquier cosa que saliera en una red anónima como la grotesca Anoymus México. Videos, llamadas, mensajes de texto, todo les parece publicable. Aunque no tenga nada que ver con temas del desempeño público del funcionario o candidato. Debiesen tomar en cuenta que el morbo funciona con quien sea: político, estrella del espectáculo, deportista o afamado periodista. Esto debería llevar a los medios a hacer una reflexión sobre la laxitud con que difunden violaciones a la libertad individual.
De nuestro gobierno ya no hay mucho que decir. Si todos dábamos por sentado que el gobierno espiaba a sus malquerientes –en los que forzosamente hay que incluir periodistas– que los cachen es absolutamente ridículo. Claro que la respuesta está a tono con el actuar del gobierno. Una hojita sin logotipo oficial firmada por un don nadie –que debió haber sido inaceptable para el medio– es francamente vergonzosa. Revela que el vocero, Eduardo Sánchez, no quiere ni siquiera firmar algo que lo comprometa con la información respectiva –es decir, con su trabajo y con su jefe. Casi mandan su aclaración en la bolsa de papel estraza con manchas de grasa de la torta de pierna adobada que se comieron en su junta de crisis. Peor aún: el Presidente acepta haber sido espiado y llama a “los machos” a interponer denuncia.
Por lo pronto, lo que debemos esperar es una respuesta de la autoridad en términos de qué gobiernos estatales adquirieron esos programas –no todo corresponde al ámbito federal– y saber qué uso le dan. Ser parte de una generación tolerante con el abuso no es excusa para no dejar un mejor país a los que vienen.
zavalaji@yahoo. com