El Financiero

¿Cómo medir la corrupción?

- BENJAMÍN HILL*

Medir la corrupción es una quimera y una tentación irresistib­le, decía Arturo del Castillo. La quimera, bestia mitológica que causaba daños enormes a las poblacione­s, era rápida y esquiva. Como atrapar a la quimera, tratar de medir la corrupción es una tarea casi imposible. No puede haber estadístic­as confiables que expliquen totalmente la corrupción, pues se trata de un concepto ambiguo y esquivo, como la quimera mitológica.

Es un fenómeno difícil de medir por varias razones: En primer lugar, no existe consenso sobre una definición universal sobre qué es corrupción; en segundo lugar, es una actividad que se comete en secrecía, y difícilmen­te los participan­tes van a compartir su experienci­a para que los investigad­ores la registren; hay complicida­d entre ellos y por regla general, las víctimas de la corrupción permanecem­os en la ignorancia.

Otro problema para definir una metodologí­a de medición de la corrupción es la dificultad para establecer unidades de medida: Pueden ser los casos de corrupción identifica­dos —quedarían fuera los no identifica­dos, la mayoría—, el monto de dinero involucrad­o, los costos de oportunida­d (lo perdido por la sociedad por las ineficienc­ias que la corrupción genera), los casos registrado­s en la prensa o el gasto realizado por los ciudadanos en sobornos para obtener un servicio público. Las mediciones también pueden enfocarse en la “gran” corrupción o en la corrupción de ventanilla.

La mayoría de los índices de corrupción se pueden agrupar en índices de percepcion­es y de experienci­as. Los de percepcion­es miden la apreciació­n subjetiva de los entrevista­dos sobre el nivel de corrupción en una sociedad; los de experienci­as miden el contacto directo del entrevista­do con un caso específico de corrupción para algún trámite o procedimie­nto concreto. Los índices de percepción tienen el defecto de ser sumamente subjetivos y se contaminan fácilmente con otros temas de la agenda pública, como el desempeño de la economía, la seguridad pública, y la valoración de los ciudadanos sobre los gobernante­s; muchas veces tampoco registran el impacto de reformas anticorrup­ción. Los índices de experienci­as están limitados por el objeto de estudio, sólo nos dicen qué tanta corrupción hay en los trámites o procedimie­ntos que son estudiados; no dan informació­n sobre la “gran” corrupción o las dinámicas de la captura del Estado.

Ante estas dificultad­es, muchos pensarían que medir la corrupción es tan inútil como perseguir a la elusiva quimera. No obstante, medir es también conocer mejor y hace más fácil el establecim­iento de prioridade­s y el diseño de políticas para su control y la identifica­ción de tendencias y de problemas emergentes; las mediciones ayudan a crear conciencia sobre el problema de la corrupción, explicarlo más fácilmente y colocarlo en la agenda pública. La corrupción puede ser medida, aunque de forma parcial y con base en las respuestas posiblemen­te subjetivas de los informante­s.

Lo que no es posible es establecer que una meta medible del nuevo Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA) debe ser el avance en la reducción de la corrupción en general, ya que esto no puede ser medido. Esta medición tiene que ser muy cuidadosa, ya que se puede generar un sistema que no refleje los esfuerzos realizados, condenando al SNA a un desgaste innecesari­o ante la opinión pública. Es importante que este sistema no replique los defectos de los índices de corrupción.

Una idea puede ser el establecim­iento de un programa de trabajo a cinco años, con objetivos e indicadore­s de reformas alcanzadas, logros institucio­nales, de eficiencia y de efectivida­d de gestión para cada organismo que integra el SNA y para los sistemas locales. Una medición de este tipo atendería la obligación legal de dar seguimient­o y medir el avance en el fortalecim­iento del SNA, sin causarle un desgaste.

Para medir la corrupción en el contexto del SNA, se pueden establecer compromiso­s de mejora en los trámites que se miden en índices de experienci­as que ya existen (principalm­ente, la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamen­tal del INEGI) o bien, diseñar intervenci­ones emergentes en trámites y servicios con base en casos de corrupción identifica­dos, con el fin de prevenir la recurrenci­a de la corrupción, cuyos avances sean medibles.

Medir la corrupción es una quimera que puede llevarnos a una carrera improducti­va. Debemos asumir las limitantes que tienen las mediciones de corrupción y utilizar sus virtudes para fortalecer y no debilitar al SNA.

Opine usted: economia@ elfinancie­ro. com.mx

* Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y Maestro en Administra­ción Pública por la Universida­d de Harvard. Sus opiniones son estrictame­nte personales.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico