¿Cómo medir la corrupción?
Medir la corrupción es una quimera y una tentación irresistible, decía Arturo del Castillo. La quimera, bestia mitológica que causaba daños enormes a las poblaciones, era rápida y esquiva. Como atrapar a la quimera, tratar de medir la corrupción es una tarea casi imposible. No puede haber estadísticas confiables que expliquen totalmente la corrupción, pues se trata de un concepto ambiguo y esquivo, como la quimera mitológica.
Es un fenómeno difícil de medir por varias razones: En primer lugar, no existe consenso sobre una definición universal sobre qué es corrupción; en segundo lugar, es una actividad que se comete en secrecía, y difícilmente los participantes van a compartir su experiencia para que los investigadores la registren; hay complicidad entre ellos y por regla general, las víctimas de la corrupción permanecemos en la ignorancia.
Otro problema para definir una metodología de medición de la corrupción es la dificultad para establecer unidades de medida: Pueden ser los casos de corrupción identificados —quedarían fuera los no identificados, la mayoría—, el monto de dinero involucrado, los costos de oportunidad (lo perdido por la sociedad por las ineficiencias que la corrupción genera), los casos registrados en la prensa o el gasto realizado por los ciudadanos en sobornos para obtener un servicio público. Las mediciones también pueden enfocarse en la “gran” corrupción o en la corrupción de ventanilla.
La mayoría de los índices de corrupción se pueden agrupar en índices de percepciones y de experiencias. Los de percepciones miden la apreciación subjetiva de los entrevistados sobre el nivel de corrupción en una sociedad; los de experiencias miden el contacto directo del entrevistado con un caso específico de corrupción para algún trámite o procedimiento concreto. Los índices de percepción tienen el defecto de ser sumamente subjetivos y se contaminan fácilmente con otros temas de la agenda pública, como el desempeño de la economía, la seguridad pública, y la valoración de los ciudadanos sobre los gobernantes; muchas veces tampoco registran el impacto de reformas anticorrupción. Los índices de experiencias están limitados por el objeto de estudio, sólo nos dicen qué tanta corrupción hay en los trámites o procedimientos que son estudiados; no dan información sobre la “gran” corrupción o las dinámicas de la captura del Estado.
Ante estas dificultades, muchos pensarían que medir la corrupción es tan inútil como perseguir a la elusiva quimera. No obstante, medir es también conocer mejor y hace más fácil el establecimiento de prioridades y el diseño de políticas para su control y la identificación de tendencias y de problemas emergentes; las mediciones ayudan a crear conciencia sobre el problema de la corrupción, explicarlo más fácilmente y colocarlo en la agenda pública. La corrupción puede ser medida, aunque de forma parcial y con base en las respuestas posiblemente subjetivas de los informantes.
Lo que no es posible es establecer que una meta medible del nuevo Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) debe ser el avance en la reducción de la corrupción en general, ya que esto no puede ser medido. Esta medición tiene que ser muy cuidadosa, ya que se puede generar un sistema que no refleje los esfuerzos realizados, condenando al SNA a un desgaste innecesario ante la opinión pública. Es importante que este sistema no replique los defectos de los índices de corrupción.
Una idea puede ser el establecimiento de un programa de trabajo a cinco años, con objetivos e indicadores de reformas alcanzadas, logros institucionales, de eficiencia y de efectividad de gestión para cada organismo que integra el SNA y para los sistemas locales. Una medición de este tipo atendería la obligación legal de dar seguimiento y medir el avance en el fortalecimiento del SNA, sin causarle un desgaste.
Para medir la corrupción en el contexto del SNA, se pueden establecer compromisos de mejora en los trámites que se miden en índices de experiencias que ya existen (principalmente, la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental del INEGI) o bien, diseñar intervenciones emergentes en trámites y servicios con base en casos de corrupción identificados, con el fin de prevenir la recurrencia de la corrupción, cuyos avances sean medibles.
Medir la corrupción es una quimera que puede llevarnos a una carrera improductiva. Debemos asumir las limitantes que tienen las mediciones de corrupción y utilizar sus virtudes para fortalecer y no debilitar al SNA.
Opine usted: economia@ elfinanciero. com.mx
* Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard. Sus opiniones son estrictamente personales.