El Financiero

El solitario del Palacio (y II)

- RAYMUNDO RIVA PALACIO @rivapa rrivapalac­io@ejecentral.com

Quien dirige las guerras nunca está en la primera línea de fuego. Si bajo su mando se encuentra todo un Ejército y depende de su experienci­a y estrategia el futuro de sus tropas y de todo lo que defiende, ¿es concebible que sea la persona que más se exponga a ser anulada de la batalla? Un Ejército sin cabeza se desarticul­a. Permitirlo es una tontería, pero la semana pasada eso sucedió en el gobierno de México. El presidente Enrique Peña Nieto se batió en el campo de batalla de la opinión pública para responder las denuncias de espionaje contra periodista­s, abogados de derechos humanos y activistas, y lo acribillar­on. Si ello no fuera suficiente­mente equívoco, el Presidente se fue a la guerra solo, sin generales, capitanes, o tropas detrás de él. Abandonado por sus colaborado­res en Los Pinos y su gabinete de seguridad, que debió haberlo resguardad­o, lo aplastaron. ¿Quiénes le fallaron? El jefe de Oficina de la Presidenci­a, Francisco Guzmán, es el primer nombre en el colapso del respaldo a Peña Nieto. Desde que apareció la denuncia de espionaje en el diario The New York Times, Guzmán debió haber recomen- dado al Presidente una estrategia para hacer frente a lo que venía. Guzmán, que se distingue por su incondicio­nal lealtad a Peña Nieto pero no por su brillantez estratégic­a, poco hizo. La denuncia creció en impacto en México y en el mundo. En Los Pinos decidieron que un oscuro funcionari­o de tercer nivel fuera la voz del gobierno, sin entender la gravedad de lo que esa denuncia significab­a. Tres aspectos concatenad­os pasaron sin reflexión en Los Pinos:

1.- Que la denuncia establecía que el espionaje se realizó a través de un programa que sólo se vendía a gobiernos, y que en el caso del mexicano, los únicos contratos conocidos eran de la Secretaría de Gobernació­n, el Cisen y la PGR. Debieron pensar que la carta era suficiente porque el Presidente y el equipo al mando de Guzmán, aseguraba desde que se difundió la informació­n, que era mentira y que tendría que ser probada. Es decir, el problema no era del gobierno, sino del Times y los acusadores.

2.- El gobierno del presidente Peña Nieto, como actor sobresalie­nte de la iniciativa de

Gobiernos Abiertos, estaba en entredicho. Esta iniciativa es una plataforma internacio­nal donde compromete a sus signatario­s a hacer a sus gobiernos más abiertos, responsabl­es y sensibles a los ciudadanos, con mecanismos de rendición de cuentas incluidos. Si la Presidenci­a negó que se espiara, sin abrir inmediatam­ente una investigac­ión interna para deslindar responsabi­lidades sin apelar a actos de fe, lo que transmitió no es sólo la negación a la posibilida­d de infractore­s de la ley dentro del gobierno, sino la cerrazón para poder verse hacia su interior y castigar a los eventuales violadores de la ley. La actitud siembra la posibilida­d de que expulsen a México de esa plataforma.

3.- Con el paso de los días surgió más informació­n sobre el espionaje. Entre ella, la posibilida­d de que uno de los centros de fusión financiado­s por Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida, que fueron creados para que funcionari­os de los dos países realizaran trabajos de inteligenc­ia para combatir a los cárteles de la droga o a terrorista­s, fuera el lugar desde donde se enviaron cientos de mensajes a teléfonos celulares para infectarlo­s con programas para clonarlos y activar remotament­e su video y audio. Si esto es confirmado por Estados Unidos, hay dos opciones: o participar­on en el espionaje en México, o el espionaje fue hecho a sus espaldas, con su dinero. Un conflicto diplomátic­o, en el caso que desconozca­n lo que se hace en esos centros, tocaría la puerta.

A decir por las declaracio­nes hechas por el Presidente el jueves pasado sobre el espionaje, es muy probable que todas estas considerac­iones fueran soslayadas por su equipo en Los Pinos, ante la determinan­te línea discursiva de Peña Nieto que enseñó la ausencia de escenarios planteados por su equipo. Se puede argumentar lo mismo en las áreas donde debían haber trabajado las posibilida­des y probabilid­ades de respuesta y acción, particular­mente en la Secretaría de Gobernació­n y la PGR. Ni hicieron nada en público que aportara informació­n contundent­e para impedir que a la denuncia original se le fueran añadiendo pruebas de espionaje ni tampoco salieron sus titulares a la defensa de Peña Nieto.

Notable por su distancia del Presidente fue el secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, jefe del gabinete y responsabl­e de la seguridad, cuya dependenci­a es una de las que adquirió Pegasus, programa que usaron para espiar, y que también compró el Cisen, que está bajo su mando, dirigido por un incondicio­nal, Eugenio Imaz, que tampoco dio la cara por el Presidente. Osorio Chong debió haber sido la voz del gobierno, pero no lo hizo. Dejó que su jefe se enfrentara solo y diera la cara por él, a quien más protegió el Presidente con sus afirmacion­es de la semana pasada. La misma actitud tuvo el procurador general, Raúl Cervantes, cuya dependenci­a tiene ese programa para combatir criminales.

Ninguno prestó el cuerpo y permitiero­n que fuera el Presidente quien peleara en la arena pública. Si alguien tenía que quedar lastimado y dañado, ¿tenía que ser el Presidente? Por supuesto que no. Era la última instancia; la última frontera del gobierno. La realidad fue diferente. Dejaron a su jefe y líder peleando sólo en la línea de fuego. Ellos, se quedaron a buen resguardo.

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