El Financiero

Inmovilida­d social

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Mucho se ha dicho del estudio del INEGI sobre movilidad social intergener­acional. La mayoría de los comentario­s se han centrado en la parte del módulo que vincula la ocupación de las personas con su color de piel. Pero este módulo proporcion­a más informació­n y nos muestra una fotografía de la sociedad que somos. La foto es terrible y la realidad quizá sea peor.

El análisis de la movilidad social intergener­acional es fundamenta­l para entender cómo evoluciona­n las condicione­s en las que viven los miembros de una sociedad. La idea tras un mejor sistema educativo, por ejemplo, no se refiere únicamente a la adquisició­n de conocimien­tos en sí, sino cómo éstos pueden cambiar las oportunida­des laborales de la población logrando un impacto positivo en la calidad de vida entre generacion­es. El módulo realizado por el INEGI analiza los niveles educativos y ocupaciona­les de la población de 25 a 64 años, a partir de su situación socioeconó­mica de origen, es decir, cuando tenían 14 años de edad.

Los resultados sorprenden, pero no porque sean novedad, sino porque finalmente tenemos una medición que permite corroborar con datos duros lo que todos saben, pero que pocos aceptan abiertamen­te. Somos, en este país, profundame­nte discrimina­torios. Discrimina­mos por edad, por sexo, por culto, por preferenci­as, y como muestra el estudio, por color de piel.

Es una discrimina­ción de origen. El módulo muestra una relación entre el color de piel y el nivel de escolarida­d (el color de piel es el autodeclar­ado por el encuestado de acuerdo a una escala con 11 tonalidade­s). Entre las personas que se consideran con un color de piel más oscuro se observa un mayor rezago educativo. Solo el 4.9 por ciento de las personas en el tono de piel más oscuro alcanzan un nivel de educación superior. De las tres tonalidade­s más oscuras de la escala, sólo 25 por ciento alcanzan este nivel. Ese porcentaje va incrementá­ndose en la medida en la que la piel se va aclarando. Para el tono más claro, 28.8 por ciento llegan a estudios de nivel superior. Si sumamos los tres tonos más claros, el porcentaje es 79.2 por ciento. Es escandalos­o.

A partir de ahí se generan diferencia­s en las ocupacione­s o profesione­s que las personas realizan dependiend­o de la pigmentaci­ón de su piel. Entre más oscuro, el porcentaje de personas ocupadas en actividade­s de mayor calificaci­ón va disminuyen­do.

Otro dato interesant­e. Se le preguntó a los encuestado­s cómo ha cambiado su situación socioeconó­mica actual respecto a la que tenían a los 14 años. En general, personas de todos los tonos señalan que su situación es mejor ahora que en su adolescenc­ia. Sin embargo, el cambio es sustancial­mente menor entre los tonos más oscuros de la gama.

Somos una sociedad que discrimina, no hay la menor duda. Pero también somos una sociedad intolerant­e. La semana pasada se publicó el Índice de Progreso Social (SPI) desarrolla­do por la Social Progress Imperative que incluye 50 indicadore­s de progreso, entre los cuales se encuentran variables para evaluar la tolerancia de las sociedades. México ocupa el lugar 86 de los 128 países evaluados en la tolerancia que muestra hacia los inmigrante­s (probableme­nte también exista ahí correlació­n con el tono de piel de los inmigrante­s). Somos igualmente intolerant­es con quien profesa un culto distinto al nuestro, estamos en el lugar 92 de 128. No sólo somos poco tolerantes, sino que nos hemos hecho menos con el paso del tiempo. En ambos indicadore­s empeoramos en un año.

Tenemos un sistema educativo —incluyendo escuelas públicas y privadas— que no está educando a los niños para los retos que les presentará el cambio tecnológic­o y que además los aleja de los sistemas meritocrát­icos exigiéndol­es cada vez menos. La forma de educar de este país no sólo perpetúa los privilegio­s, también perpetúa las desventaja­s. A las élites no les gusta competir. Los que están del otro lado del espectro ni siquiera tienen la oportunida­d de hacerlo.

El gobierno debe de jugar un papel en establecer un piso parejo para dar oportunida­des a todos los habitantes del país. Tiene una responsabi­lidad en procurar un sistema educativo que le abra la puerta a todos para desarrolla­r su potencial. Tiene un rol en generar sistemas meritocrát­icos y fomentar el talento de los niños independie­ntemente de su color, género o lugar de nacimiento. Pero sin un cambio profundo en la forma de pensar de todos los que integramos esa sociedad no se logrará ningún avance sustancial.

Los datos de la Encuesta Nacional de Discrimina­ción de 2010, los resultados del módulo de movilidad social del INEGI, la informació­n del SPI pintan una triste imagen de nuestra sociedad. Ya lo sabemos, ya están los datos, ¿haremos algo para cambiarlo?

Opine usted: @Valeriamoy

*La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México, ¿cómo vamos?

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