Las confusiones de los déficits comerciales
Durante los meses recientes, la administración gubernamental de Estados Unidos ha denostado el déficit comercial de esa nación por considerarlo un obstáculo al crecimiento económico. Por ello, se ha propuesto buscar reducciones de los mayores déficits bilaterales con los principales socios comerciales, entre los que destaca México.
Para cualquier país, la balanza comercial es la diferencia entre sus exportaciones e importaciones de bienes y servicios respecto al resto del mundo. A pesar de su sencillez, con facilidad ese concepto se interpreta inadecuadamente, por lo menos, en tres vertientes.
Una primera confusión proviene de considerar ese saldo como un estado de resultados y el país como una empresa. Ninguna de las dos concepciones es apropiada. Las ganancias mutuas del comercio internacional ocurren por las importaciones y las exportaciones, no por su diferencia. Además, son los individuos y las empresas, no las naciones, los que intercambian.
Una segunda desorientación surge de la terminología misma. Por conveniencia, a la diferencia negativa se le llama déficit, y a la positiva, superávit. Además, es común que los analistas se refieran al aumento de los montos en cuestión como “mejoría” y a la disminución como “deterioro”. Empero, se trata simplemente de mayores o menores, no de mejores o peores, saldos.
Un tercer enredo, en el que incurren varios colaboradores del Presidente de Estados Unidos, consiste en confundir los destinos de gasto del PIB con las fuentes de su crecimiento. Aritméticamente, una mayor balanza comercial, medida según las cuentas nacionales, sería congruente con un mayor producto.
Sin embargo, no puede hacerse expandir el PIB por mucho tiempo incrementando la balanza comercial, por ejemplo, mediante una política proteccionista. La disminución del comercio por el proteccionismo propiciaría una menor productividad, restringiendo las posibilidades de crecimiento.
Dado que el producto se absorbe interna o externamente, la balanza comercial es la diferencia entre la producción y el gasto interno. La misma contabilidad revela que esta diferencia es igual, además, al exceso del ahorro interno sobre la inversión.
Esta última relación depende de factores macroeconómicos y difícilmente de una política comercial. De ahí que, si el presidente Trump quisiera reducir el déficit comercial de su país, debería buscar propiciar más ahorro o menos inversión. Dada la superioridad de la primera alternativa, un conducto eficaz sería un mayor balance fiscal.
Por otra parte, con un déficit comercial, una nación invierte menos que lo que ahorra porque el resto del mundo le aporta recursos financieros mediante compra de acciones, bonos u otros activos.
Lo anterior nos lleva a una identidad adicional: la balanza comercial, aunada a otros elementos que componen la cuenta corriente como las rentas y las transferencias netas del exterior, es igual a la cuenta financiera con el exterior. El precio que se encarga de que ambos componentes se equilibren es el tipo de cambio.
De esa manera, el déficit comercial de Estados Unidos puede verse como una señal positiva. El resto del mundo muestra una gran preferencia por los activos financieros de ese país, respaldados por su seguridad y, principalmente, por el papel preponderante del dólar entre las monedas mundiales. Ciertamente, ello no entorpece el crecimiento económico.
Finalmente, la visión gubernamental negativa del déficit comercial se ha extendido a los déficits bilaterales. De forma incorrecta, se percibe que los países superavitarios abusan de Estados Unidos.
Mientras que el déficit comercial total tiene una interpretación en función del ahorro y la inversión, tal conexión desaparece con los déficits bilaterales. Estos son irrelevantes porque, para una misma balanza comercial, existe una infinidad de posibles saldos con los distintos socios comerciales.
En teoría, Estados Unidos podría producir prácticamente todo lo que necesita. Pero existen otros países que pueden producir diferentes bienes con igual o mejor calidad que esa nación, pero más baratos. Tratar de aminorar los déficits bilaterales es condenar al consumidor estadounidense a productos más caros.
México es uno de los países con los que Estados Unidos mantiene una de las balanzas bilaterales de bienes y servicios más deficitarias. En buena medida, ello refleja la estrecha integración productiva entre las dos economías. Los beneficios en ambos lados de la frontera han sido considerables. Frenarlos, con una óptica tan equivocada, sería lamentable.
Opine usted: @mansanchezgz
*Exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)