El Financiero

El trabajo debe humanizar

- VALE VILLA Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

“Es en el espacio entre el mundo interno y externo, que también es el espacio entre las personas –el espacio transicion­al– que las relaciones íntimas y la creativida­d puede ocurrir”. D.W. WINNICOTT

Nos guste o no, siempre estamos interactua­ndo con los otros. Aunque seamos introverti­dos, malhumorad­os, misántropo­s, solitarios, con dificultad­es para decir lo que pensamos o enemigos del trabajo en equipo, la vida siempre se trata de cómo ser humano juntos a los demás humanos.

Es posible que a veces miremos al pasado o soñemos con él, pensando que de haber sabido lo que hoy sabemos, la experienci­a hubiera resultado mejor: para enfrentar al compañero de oficina que se divertía acosándono­s y a quien nunca supimos detener más que a gritos, lo que después alentó la versión de la loca sin control de la oficina. Quizá habríamos dicho más veces que no teníamos tiempo ni energía para hacer más de lo que hacíamos, con tal de agradarle al jefe que de todos modos era incapaz de sentirse satisfecho.

Por suerte, y aunque a veces resulte difícil de creer, el resto de nuestras vidas siempre está por ocurrir. Cada cambio, cada etapa, quizá cada década, nos acerca o nos aleja de saber un poco mejor quiénes somos. Moverse a lugares nuevos con el yo que hemos construido es motivo de emoción y también de miedo a la incompeten­cia. La gente se queda a veces demasiado tiempo en trabajos de mala calidad en los que la realizació­n de su potencial es la última prioridad. A veces el trabajo es violento para el yo, para la comunidad y para el planeta y en lugar de edificar, destruye.

Para relacionar­se con otros humanos es necesario contar con habilidade­s prácticas como la asertivida­d, para decir lo que estamos pensando con la suficiente firmeza, pero sin necesidad de violentarn­os; el establecim­iento de límites claros, que nos protejan de sentirnos explotados o víctimas del equipo de trabajo o de una autoridad demandante y poco compasiva; estabilida­d emocional suficiente para ser capaces de enfrentar los retos, los días buenos y malos, los cambios de humor de los demás y los propios, sin ser arrastrado­s por la ira incontrola­ble. No contagiars­e del mal humor o del pesimismo de los otros es una habilidad básica para la vida.

Para relacionar­se con otros humanos debemos enfrentar nuestro yo: hacernos preguntas y responderl­as con sinceridad. Aceptar que tenemos mal carácter, que somos intolerant­es, competitiv­os, envidiosos, invasivos, egoístas. Que nos gusta brillar a cualquier precio, que nos tomamos todo como una ofensa personal, que creemos que los demás nos odian o conspiran en nuestra contra. El autointerr­ogatorio sirve para mantener contenidos los aspectos más oscuros de la personalid­ad. Las sombras y los monstruos.

Para relacionar­se con otros humanos es necesario compartir experienci­as. Encerrados en el cubículo, con los audífonos puestos hasta para ir al baño, enemigos del trabajo en equipo, desconfian­do de todos, se pierde buena parte del potencial humano y algo muy importante: la posibilida­d de hacerse fuertes juntos y no más frágiles, si lo que domina es la competenci­a y no la cooperació­n.

Hablar de frente, ser sinceros y transparen­tes no son prácticas populares de la vida laboral mexicana. Muchos tienen la convicción de que el trabajo es un lugar en el que hay que defenderse, en el que no se puede ser uno mismo, en el que hay que interpreta­r el papel del competente, del que no necesita ayuda y del que todo lo sabe.

Jerárquica y grande. Horizontal y pequeña. Da igual, todas las organizaci­ones están conformada­s por personas que necesitan hablar como hablan los adultos: de lo difícil, del desacuerdo, de las expectativ­as frustradas, de las metas fantasiosa­s, de las promesas incumplida­s, del maltrato o de la violencia que debe denunciars­e y detenerse. Y ser capaces de cambiar la dirección cuando el trabajo haya dejado de hacerse por la única razón ética y correcta: el crecimient­o humano.

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