El trabajo debe humanizar
“Es en el espacio entre el mundo interno y externo, que también es el espacio entre las personas –el espacio transicional– que las relaciones íntimas y la creatividad puede ocurrir”. D.W. WINNICOTT
Nos guste o no, siempre estamos interactuando con los otros. Aunque seamos introvertidos, malhumorados, misántropos, solitarios, con dificultades para decir lo que pensamos o enemigos del trabajo en equipo, la vida siempre se trata de cómo ser humano juntos a los demás humanos.
Es posible que a veces miremos al pasado o soñemos con él, pensando que de haber sabido lo que hoy sabemos, la experiencia hubiera resultado mejor: para enfrentar al compañero de oficina que se divertía acosándonos y a quien nunca supimos detener más que a gritos, lo que después alentó la versión de la loca sin control de la oficina. Quizá habríamos dicho más veces que no teníamos tiempo ni energía para hacer más de lo que hacíamos, con tal de agradarle al jefe que de todos modos era incapaz de sentirse satisfecho.
Por suerte, y aunque a veces resulte difícil de creer, el resto de nuestras vidas siempre está por ocurrir. Cada cambio, cada etapa, quizá cada década, nos acerca o nos aleja de saber un poco mejor quiénes somos. Moverse a lugares nuevos con el yo que hemos construido es motivo de emoción y también de miedo a la incompetencia. La gente se queda a veces demasiado tiempo en trabajos de mala calidad en los que la realización de su potencial es la última prioridad. A veces el trabajo es violento para el yo, para la comunidad y para el planeta y en lugar de edificar, destruye.
Para relacionarse con otros humanos es necesario contar con habilidades prácticas como la asertividad, para decir lo que estamos pensando con la suficiente firmeza, pero sin necesidad de violentarnos; el establecimiento de límites claros, que nos protejan de sentirnos explotados o víctimas del equipo de trabajo o de una autoridad demandante y poco compasiva; estabilidad emocional suficiente para ser capaces de enfrentar los retos, los días buenos y malos, los cambios de humor de los demás y los propios, sin ser arrastrados por la ira incontrolable. No contagiarse del mal humor o del pesimismo de los otros es una habilidad básica para la vida.
Para relacionarse con otros humanos debemos enfrentar nuestro yo: hacernos preguntas y responderlas con sinceridad. Aceptar que tenemos mal carácter, que somos intolerantes, competitivos, envidiosos, invasivos, egoístas. Que nos gusta brillar a cualquier precio, que nos tomamos todo como una ofensa personal, que creemos que los demás nos odian o conspiran en nuestra contra. El autointerrogatorio sirve para mantener contenidos los aspectos más oscuros de la personalidad. Las sombras y los monstruos.
Para relacionarse con otros humanos es necesario compartir experiencias. Encerrados en el cubículo, con los audífonos puestos hasta para ir al baño, enemigos del trabajo en equipo, desconfiando de todos, se pierde buena parte del potencial humano y algo muy importante: la posibilidad de hacerse fuertes juntos y no más frágiles, si lo que domina es la competencia y no la cooperación.
Hablar de frente, ser sinceros y transparentes no son prácticas populares de la vida laboral mexicana. Muchos tienen la convicción de que el trabajo es un lugar en el que hay que defenderse, en el que no se puede ser uno mismo, en el que hay que interpretar el papel del competente, del que no necesita ayuda y del que todo lo sabe.
Jerárquica y grande. Horizontal y pequeña. Da igual, todas las organizaciones están conformadas por personas que necesitan hablar como hablan los adultos: de lo difícil, del desacuerdo, de las expectativas frustradas, de las metas fantasiosas, de las promesas incumplidas, del maltrato o de la violencia que debe denunciarse y detenerse. Y ser capaces de cambiar la dirección cuando el trabajo haya dejado de hacerse por la única razón ética y correcta: el crecimiento humano.