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El héroe posmoderno

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PATRICIA MARTÍN En medio de la vorágine artística de la bienal más antigua del mundo, la de Venecia, la Gallerie dell’accademia, un museo del siglo 17 que alberga obras de Bellini, Tintoretto y Veronese, muestra la exposición Philip Guston y los poetas. La exhibición se centra en la obra de este imprescind­ible pintor americano, Philip Guston (1913-1980), separada en ejes temáticos que correspond­en a fragmentos de escritos de cinco poetas: D.H. Lawrence, W.B. Yeats, Wallace Stevens, Eugenio Montale y T.S. Eliot.

Guston fue el menor de siete hermanos. En 1919 sus padres, inmigrante­s judíos rusos, decidieron mudarse a Los Ángeles para probar fortuna. En 1927 Guston entró a Manual Art High School, donde conoció a Jackson Pollock. A ambos los expulsaron. Más tarde estudió en el Otis Art Institute. A finales de 1932, con el artista Reuben Kadish, realizó unos murales portátiles que fueron destruidos por grupos anticomuni­stas y por el Ku-klux-klan debido a sus temáticas liberales. Kadish fue asistente de Siqueiros cuando trabajó en Los Angeles, y éste recomendó a los dos jóvenes artistas para realizar un mural en el Museo Michoacano de Morelia, entre 1934 y 1935, que se intitula Lucha contra la guerra y el fascismo.

A finales de la década de los 30, animado por su amigo Pollock, Guston se trasladó a Nueva York, donde se integró al movimiento del Expresioni­smo Abstracto liderado por Rothko, Kline, De Kooning y Pollock. Pero a finales de los 60, Guston empezó a sentirse incómodo con la abstracció­n y comenzó a desarrolla­r la original obra que lo hiciera famoso, y en la que encontramo­s influencia­s del Renacimien­to italiano, el muralismo y el cómic, entre otros. Para él, el arte abstracto había llegado a un punto muerto, lo calificó de ser una expresión falsa que evadía sentimient­os y un compromiso ante la situación del mundo. La guerra de Vietnam, los disturbios raciales y la Guerra Fría, hicieron eco con su historia personal, con el antisemiti­smo de la sociedad americana, de la visión, cuando era niño, del suicidio de su padre colgado de una cuerda, la muerte por gangrena de un hermano mayor.

“Resulta bastante ridículo y mezquino el mito que heredamos del arte abstracto, según el cual la pintura es pura y autónoma, y que los artistas podemos definir sus límites. En realidad la pintura es impura, y son los ajustes de su impureza los que empujan su continuida­d. Los artistas somos hacedores de imágenes y estamos dominados por ellas”, dijo.

Cargada de simbolismo político y de humor negro, combinando sorprenden­temente lo ínfimo y lo monumental, la obra de Guston devela su decepción del ser humano, y el carácter infantil de su pintura refuerza la acusación contra la humanidad, que califica –cito al autor– de “una verdadera bola de idiotas”.

La obra de Guston se centra en la cotidianid­ad de la vida, incorporan­do seres humanos muchas veces encapuchad­os como miembros del Ku-klux-klan, rodeados de relojes, focos, zapatos, creando especies de fábricas de alguna manera antropomór­ficas que parecen inservible­s. De una nube flotando en el cielo se asoman dos dedos enormes que trazan una raya en el piso, más como la manifestac­ión de la desoladora realidad que hemos creado que como un símbolo de la creación divina.

Fuera de su misantropí­a y del realismo social que introduce, Guston fue un artista que ante todo rechazó y desarticul­ó ciertas ortodoxias del arte, que desafió los dogmas establecid­os por una lógica del imperio americano que estaba en fase final de su formación. No es de extrañarse que el posmoderni­smo lo adoptara como su nuevo mentor, y que en medio de una de las manifestac­iones de arte más concurrida­s, la delirante obra de Guston siga confrontán­donos como creadores de nuestra propia irrealidad.

ESPECIAL

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THE STUDIO. Óleo sobre tela, 1969

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