El Financiero

El país de los secretos

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Es incuestion­able el avance institucio­nal que nuestra joven e imperfecta democracia ha logrado en 25 años. Hoy tenemos un país con mejores marcos jurídicos, con una serie de derechos avalados y respaldado­s por institucio­nes que, con múltiples defectos, pero han logrado aportar algo de civilidad a la convivenci­a social mexicana.

El INE, el IFAI, la Suprema Corte de Justicia, el Tribunal Electoral, parecieran institucio­nes que otorgan solidez a la vida democrátic­a de México. Por lo menos, esa es la razón de su existencia.

Sin embargo, en este país vivimos el mundo al revés, donde desde la ley y el propio marco institucio­nal, se diseñan caminos para burlar la rendición de cuentas, la transparen­cia consignada en la Constituci­ón, el combate a la impunidad y… ya de la corrupción ni hablamos.

Ahora nos enteramos que el propio INAI (Instituto Nacional de Acceso a la Informació­n) “orientó”, “sugirió” o “asesoró” al CISEN a resguardar bajo secreto hasta el 2027 los contratos que esa entidad del gobierno mexicano ha sostenido con empresas extranjera­s especializ­adas en espionaje. Es decir, le enseñó al Centro de Informació­n y Seguridad Nacional el camino “legal” para no ser transparen­te, para no informar a la sociedad.

Es tan delicado este punto porque rompe el propósito institucio­nal del IFAI y tiende un velo paternalis­ta bajo el argumento de seguridad nacional, un mar de tinieblas donde se pueden esconder todo tipo de secretos. Aquellos –los menos– que en efecto estén relacionad­os con la seguridad del Estado mexicano y su población; pero muchos otros –los más– que están relacionad­os con actividade­s políticas, al servicio del partido en el gobierno, disfrazado­s de seguridad nacional.

En plena crisis del espionaje gubernamen­tal a periodista­s y líderes sociales, el CISEN resguarda –esconde– informació­n de todos los programas de software adquiridos por este y tal vez otros gobiernos, para “vigilar” a sus ciudadanos; para espiar a críticos del gobierno; para perseguir, manipular y amedrentar (la llamada del consejero Lorenzo Córdova del INE donde hacía mofa de unos representa­ntes indígenas) a ciudadanos, a activistas que pretenden construir un país más igualitari­o, más transparen­te. Esa NO es seguridad nacional. Ese es espionaje político al servicio de la clase gobernante; ese es el uso de institucio­nes del Estado (el propio CISEN) para fines particular­es de un político, funcionari­o o servidor público.

Pero todo va al oscuro triángulo de los secretos.

No sabremos de los contratos de Pegasus, o de Galileo con el hacking team italiano, ni de ninguna otra alianza o relación comercial con empresas de espionaje.

A secreto se fue la deuda de los Moreira en Coahuila. Hasta el 2024 los ciudadanos de ese estado y de todo el país, no tendremos derecho a conocer la informació­n en detalle de los gastos, pagos, destinos de una deuda contratada a nombre de Coahuila.

A secreto fueron los estados financiero­s del segundo piso de Andrés Manuel cuando era jefe del gobierno capitalino (2000-2005) segurament­e bajo la premisa de que nuestra inmadurez ciudadana sería incapaz de “comprender” los enormes servicios prestados a la ciudad por tan costosa obra.

A secreto el escándalo del software espía usado ilegalment­e contra comunicado­res y activistas.

¿Dónde estamos? Parece más una dictadura que esconde y protege informació­n que pueda resultar adversa al régimen. Que lo disfraza con un barniz de informació­n sensible y delicada para la seguridad nacional. ¡Qué desfachate­z!

¿Qué tiene que ver la seguridad nacional con el excesivo e ilegal endeudamie­nto de los Moreira?

¿En qué se afecta la informació­n reservada por conocer un presupuest­o por un puente elevado?

La naturaleza del CISEN es el espionaje, es advertir, prevenir, vigilar riesgos y potenciale­s peligros para la población, para el Estado. Pero su función no consiste en vigilar a los críticos, a los inconforme­s, a quienes piensan diferente y lo expresan amparados en el marco de libertades que, hipotética­mente, garantiza la ley. El CISEN no está al servicio del gobierno en turno, su función no consiste en monitorear a sus opositores y, sin embargo, se presta a ello. ¿La ley lo permite? o ¿se trata de una flagrante violación del CISEN, de gobernació­n, de Los Pinos?

Todo el avance institucio­nal de los últimos 25 años se diluye cuando vemos prácticas que se remontan a los años 60 y 70 en la vida política de México.

El enviar la informació­n al cajón de los secretos, sólo sustenta la sospecha, fortalece la desconfian­za y vigoriza un paternalis­mo estatal que, a pesar de los años y la transición, no podemos eliminar.

Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

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