Dominio energético
El mercado mundial de hidrocarburos está cambiando aceleradamente. Nada más hay que ver los apuros que está pasando la otrora poderosa OPEP. Lejos quedó aquel día de 1977 en que el presidente James Carter tuvo que aparecer en cadena nacional de televisión, con un bonito suéter, pidiendo a sus conciudadanos que le bajaran al termostato de sus casas y al velocímetro de sus automóviles para ahorrar energía. El cártel petrolero elevaba sus precios a capricho; hacía tambalear a la economía y tiritar a la gente.
Hoy en cambio, es la Organización de Países Exportadores de Petróleo la que está que no la calienta ni el abrasador sol del Medio Oriente. El año pasado logró un compromiso histórico: 22 países recortaron su producción en cerca de 1.8 millones de barriles al día. No sólo no lograron elevar los precios, sino que ahora están más bajos que antes del acuerdo. Este mes convinieron una nueva reducción por nueve meses y difícilmente podrán mantenerla. Necesitan vender, al precio que sea, porque casi no invirtieron cuando las facturas eran altas y sus equipos se están quedando obsoletos.
Hay muchas razones geopolíticas y tecnológicas para que estén tan fregados, pero la más decisiva fue el cambio de las políticas energéticas en Estados Unidos. Aquéllos nunca incluyeron en sus cálculos la posibilidad de que fuera rentable y se autorizara la extracción de petróleo de la lutita bituminosa (shale). En poco tiempo la producción doméstica creció tanto que Barack Obama levantó el veto a las exportaciones.
“SEMANA DE LA ENERGÍA” Y desde luego, no se imaginaron un vuelco tan descomunal como el que pretende Donald Trump. A lo largo de esta semana se están anunciando medidas que transforman radicalmente al sector. Entre otras, las que siguen:
Descartadas las regulaciones que frenaban la producción de carbón (para beneplácito de los mineros de Pennsylvania y West Virginia), se proyecta ahora venderlo en todo el mundo (para complacencia de las grandes acereras europeas y asiáticas).
Permitir de nuevo al Eximbank financiar la construcción en el extranjero de plantas eléctricas movidas por carbón. Teóricamente la tecnología permite reducir en 90% las emisiones contaminantes que se originan al quemarlo. Está en marcha un acuerdo para proporcionar el know-how del carbón “limpio” a 370 nuevas plantas eléctricas en la India.
Eliminar las restricciones a la fractura hidráulica, al tendido de ductos y a la instalación de terminales de gas natural. Subastar nuevos campos petroleros en el Ártico y el Atlántico y abrir al arrendamiento para exploración más tierras federales.
Dar un nuevo impulso a la industria nuclear para recuperar el liderazgo tecnológico que hoy ostentan China y Rusia. Rescatar a Westinghouse, que se declaró en quiebra el 29 de marzo, para poder terminar las instalaciones que se construyen en Georgia y Carolina del Sur. Reiniciar la construcción del depósito de desechos radioactivos de Yucca Mountain (Nevada).
Impulsar el desarrollo de energías alternativas y exportar tecnología solar y eólica en las que su país ha avanzado.
En suma, poniendo fin a las políticas, regulaciones y bloqueos burocráticos que limitan o encarecen su producción, el actual gobierno intenta contar con un acceso confiable y barato a la energía que demanda para su crecimiento. Además, quiere crear sinergias entre las industrias extractivas, la manufactura y la infraestructura para incrementar el empleo y facilitar la recuperación de regiones rezagadas y ciudades deterioradas.
Desde luego, muchas de esas políticas y regulaciones tenían el propósito de proteger el medio ambiente. Trump no cree que sean necesarias, porque la tecnología ha permitido reducir progresivamente los efectos negativos.
Estados Unidos ha sido un importador neto de energía desde 1953. Hoy quiere convertirse en exportador neto de carbón, petróleo y gas natural. Ya no busca el abasto seguro ni la autosuficiencia. Hoy quiere dominar el mercado mundial.
Para renegociar el TLCAN todo eso abre oportunidades y conlleva riesgos. Baste decir que en 1993 Estados Unidos requería de nuestro petróleo y ahora nosotros precisamos del crudo, los refinados y el gas natural de ellos. En aquellos años se nos consideraba socios y ahora se nos acusa de abusar del vecino. Entonces fue posible dejar al petróleo fuera del Tratado; ahora será imposible. El secretario de Energía, Rick Perry, con intereses en la industria, es partidario de la integración energética de la región. El problema es: ¿cómo?