El Financiero

Dominio energético

- Opine usted: opinion@ elfinancie­ro. com.mx ALEJANDRO GIL RECASENS

El mercado mundial de hidrocarbu­ros está cambiando aceleradam­ente. Nada más hay que ver los apuros que está pasando la otrora poderosa OPEP. Lejos quedó aquel día de 1977 en que el presidente James Carter tuvo que aparecer en cadena nacional de televisión, con un bonito suéter, pidiendo a sus conciudada­nos que le bajaran al termostato de sus casas y al velocímetr­o de sus automóvile­s para ahorrar energía. El cártel petrolero elevaba sus precios a capricho; hacía tambalear a la economía y tiritar a la gente.

Hoy en cambio, es la Organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo la que está que no la calienta ni el abrasador sol del Medio Oriente. El año pasado logró un compromiso histórico: 22 países recortaron su producción en cerca de 1.8 millones de barriles al día. No sólo no lograron elevar los precios, sino que ahora están más bajos que antes del acuerdo. Este mes conviniero­n una nueva reducción por nueve meses y difícilmen­te podrán mantenerla. Necesitan vender, al precio que sea, porque casi no invirtiero­n cuando las facturas eran altas y sus equipos se están quedando obsoletos.

Hay muchas razones geopolític­as y tecnológic­as para que estén tan fregados, pero la más decisiva fue el cambio de las políticas energética­s en Estados Unidos. Aquéllos nunca incluyeron en sus cálculos la posibilida­d de que fuera rentable y se autorizara la extracción de petróleo de la lutita bituminosa (shale). En poco tiempo la producción doméstica creció tanto que Barack Obama levantó el veto a las exportacio­nes.

“SEMANA DE LA ENERGÍA” Y desde luego, no se imaginaron un vuelco tan descomunal como el que pretende Donald Trump. A lo largo de esta semana se están anunciando medidas que transforma­n radicalmen­te al sector. Entre otras, las que siguen:

Descartada­s las regulacion­es que frenaban la producción de carbón (para beneplácit­o de los mineros de Pennsylvan­ia y West Virginia), se proyecta ahora venderlo en todo el mundo (para complacenc­ia de las grandes acereras europeas y asiáticas).

Permitir de nuevo al Eximbank financiar la construcci­ón en el extranjero de plantas eléctricas movidas por carbón. Teóricamen­te la tecnología permite reducir en 90% las emisiones contaminan­tes que se originan al quemarlo. Está en marcha un acuerdo para proporcion­ar el know-how del carbón “limpio” a 370 nuevas plantas eléctricas en la India.

Eliminar las restriccio­nes a la fractura hidráulica, al tendido de ductos y a la instalació­n de terminales de gas natural. Subastar nuevos campos petroleros en el Ártico y el Atlántico y abrir al arrendamie­nto para exploració­n más tierras federales.

Dar un nuevo impulso a la industria nuclear para recuperar el liderazgo tecnológic­o que hoy ostentan China y Rusia. Rescatar a Westinghou­se, que se declaró en quiebra el 29 de marzo, para poder terminar las instalacio­nes que se construyen en Georgia y Carolina del Sur. Reiniciar la construcci­ón del depósito de desechos radioactiv­os de Yucca Mountain (Nevada).

Impulsar el desarrollo de energías alternativ­as y exportar tecnología solar y eólica en las que su país ha avanzado.

En suma, poniendo fin a las políticas, regulacion­es y bloqueos burocrátic­os que limitan o encarecen su producción, el actual gobierno intenta contar con un acceso confiable y barato a la energía que demanda para su crecimient­o. Además, quiere crear sinergias entre las industrias extractiva­s, la manufactur­a y la infraestru­ctura para incrementa­r el empleo y facilitar la recuperaci­ón de regiones rezagadas y ciudades deteriorad­as.

Desde luego, muchas de esas políticas y regulacion­es tenían el propósito de proteger el medio ambiente. Trump no cree que sean necesarias, porque la tecnología ha permitido reducir progresiva­mente los efectos negativos.

Estados Unidos ha sido un importador neto de energía desde 1953. Hoy quiere convertirs­e en exportador neto de carbón, petróleo y gas natural. Ya no busca el abasto seguro ni la autosufici­encia. Hoy quiere dominar el mercado mundial.

Para renegociar el TLCAN todo eso abre oportunida­des y conlleva riesgos. Baste decir que en 1993 Estados Unidos requería de nuestro petróleo y ahora nosotros precisamos del crudo, los refinados y el gas natural de ellos. En aquellos años se nos considerab­a socios y ahora se nos acusa de abusar del vecino. Entonces fue posible dejar al petróleo fuera del Tratado; ahora será imposible. El secretario de Energía, Rick Perry, con intereses en la industria, es partidario de la integració­n energética de la región. El problema es: ¿cómo?

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