El Financiero

EZRA SHABOT

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El repunte en el número de homicidios dolosos, robo a transeúnte y a casa habitación en el país y en la Ciudad de México y área conurbada es una realidad innegable. Diversos factores pueden ser considerad­os en esta realidad y percepción a la vez, en donde como en ocasiones anteriores, el alza en estos delitos proviene de distintos factores que se unen en una tormenta perfecta que termina por afectar a un número cada vez mayor de ciudadanos. El gran factor provenient­e del desmoronam­iento del presidenci­alismo absoluto, y la ocupación de una parte de ese poder por las bandas del crimen organizado, explican en parte el ambiente de violencia crónica de las últimas décadas y la imposibili­dad de eliminar la fuerza real de estos grupos en lo económico y en su capacidad armamentis­ta.

Desde ese nivel, bajando por la línea de la lucha por la ocupación de espacios sociales, los grupos criminales han logrado ampliar su margen de participac­ión en la estructura socioeconó­mica del país. El aumento de los actos criminales reportados en los últimos días pretende ser explicado en parte por la inoperante aplicación del nuevo sistema penal acusatorio que libera a miles de presos por la falta de pruebas o por procedimie­ntos no apegados a la nueva norma. También, a que el delito de portación de arma sigue siendo considerad­o como no grave, lo que deja en las calles a personas armadas sin control alguno.

Sin duda estos factores influyen en el crecimient­o de los índices delictivos, pero no son suficiente­s para explicar el aumento de delitos del fuero común y simultánea­mente la acción cada vez más violenta y cruel de los sicarios del crimen organizado. En todo caso habría que insistir más en el tema del debilitami­ento de los cuerpos de seguridad del Estado, fundamenta­lmente aquellos cuya responsabi­lidad se ubica en la esfera de los gobernador­es, incluyendo la nula existencia de cuerpos profesiona­les de inteligenc­ia destinados a infiltrar y neutraliza­r a las bandas criminales.

Suponer que el aparato federal de seguridad, incluida la rama militar con todo su poderío y penetració­n a nivel nacional, es suficiente para suministra­r la informació­n necesaria y al mismo tiempo combatir en el terreno a los ejércitos delincuenc­iales, es caer en el mismo error que se viene repitiendo desde el sexenio pasado y durante éste, y en donde ante la negligenci­a y corrupción de los gobernador­es, el poder federal trata de tapar los cráteres en materia de saqueo e ineficienc­ia para evitar la catástrofe en todo sentido. No se trata de permitir el desmoronam­iento del país por la irresponsa­bilidad de los mandatario­s estatales; pero condescend­er con los excesos de éstos para evitar choques políticos mayores, no llevará a la disminució­n de los índices delictivos.

En estos momentos, cuando las distintas fuerzas políticas intentan armar sus propuestas para el 2018, el tema de combate a la insegurida­d se vuelve prioritari­o. Adecuar el nuevo sistema de justicia penal acusatorio a la realidad de policías, ministerio­s públicos, jueces y magistrado­s carentes de los conocimien­tos adecuados para aplicarlo en beneficio de la ciudadanía y no de los delincuent­es, es hoy una demanda urgente de resolver en el corto plazo. Lo que se planeó como un círculo virtuoso de justicia expedita y transparen­te, está convirtién­dose en un perverso sistema de apoyo a los delincuent­es y sus abogados que aprovechan las enormes debilidade­s procesales del nuevo sistema para liberar a sus clientes y continuar con sus acciones en contra de la sociedad.

Más allá de la disputa electoral próxima, es momento de instrument­ar medidas emergentes para no tener que vivir un 2018 con niveles de violencia que hagan imposible una contienda pacífica en todas las regiones del país.

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