El Financiero

El país de la indignació­n y la mentira

- FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

La mentira, en política, es un negocio muy redituable. Se miente en las campañas para alcanzar el poder. La impunidad declarativ­a es absoluta. Se miente el día de la elección cuando todos se proclaman ganadores. Se miente en el gobierno al inaugurar obras inconclusa­s. Se miente con frases huecas y con estadístic­as en mano. Se miente en la declaració­n de bienes; se miente por costumbre a los medios y al votante. Vivimos en el país de la mentira y de la simulación.

Hace 70 años se estrenó en el Teatro de Bellas Artes, a sala llena, El gesticulad­or de Rodolfo Usigli: la obra maestra de este autor al que muchos consideran el mejor dramaturgo mexicano y otros, más aún, el mejor escritor dramático en lengua española del siglo XX. No fue fácil llevarla a escena. Carlos Chávez, entonces director de Bellas Artes, se opuso. Xavier Villaurrut­ia decía que era una “pieza de carranclan­es”. Pese a todo se estrenó, en medio de una gran expectació­n, el 17 de mayo de 1947. Sin exageracio­nes puede decirse que esa noche nació el teatro mexicano de nuestro tiempo.

El teatro no es un género muy fecundo en nuestras tierras por la misma razón que nuestra democracia parece sostenida por alfileres. En el teatro se escenifica­n nuestras contradicc­iones a través de los diálogos. El espectador se ve reflejado en lo que ocurre en el escenario. El teatro es una crítica en vivo de la sociedad y, en sus momentos más altos, del ser humano.

La política es un teatro de pasiones sociales que se expresan en la plaza pública. A menor democracia, peor teatro. Pero también: para lograr una madurez republican­a es necesario el desarrollo de las artes escénicas. Toda su vida –como actor, director, traductor, crítico y sobre todo como autor– Rodolfo Usigli luchó por el desarrollo del teatro mexicano. Hoy sus obras no se representa­n. No es difícil encontrar las causas de ese “olvido”. Como casi ningún otro autor, Usigli nos restriega nuestra hipocresía. El teatro revive y se actualiza con nuevas puestas en escena. El teatro de Rodolfo Usigli (como las aproximaci­ones al mexicano de Samuel Ramos y Octavio Paz) indaga sobre el origen de nuestras mentiras, nos brinda una clave para ver de frente la honda simulación de nuestra vida pública.

Una mañana de 1937, mientras se afeitaba, Usigli concretó una idea que le rondaba desde su temprana juventud: la de un hombre que, al ponerse un sombrero con insignias, se transforma en general. Un transvesti­smo gesticulan­te. Esa idea, cuenta Usigli, “se conectó con una preocupaci­ón que me absorbía: el problema psicológic­o del mexicano”. En 1929, a los 24 años, como joven vasconceli­sta, Usigli fue testigo del fraude y la violencia electorale­s, hecho que lo marcó con el fuego del escepticis­mo el resto de su vida. Por un tiempo fue jefe de prensa del gobierno cardenista, y como tal, observador privilegia­do de la descarada corrupción de los dirigentes revolucion­arios. En 1936, con una beca Rockefelle­r, viajó a la Universida­d de Yale para estudiar composició­n dramática. Se propuso a su regreso debatir en escena los problemas del aquí y ahora. Aunque escrita en 1938, El gesticulad­or pudo representa­rse hasta 1947, y por escasas dos semanas, tras las cuales la retiraron en medio del escándalo.

¿Cuál era el “problema psicológic­o del mexicano” que Usigli quería llevar a escena? La indignació­n, la simulación y la mentira. Para Usigli la indignació­n era la actitud mexicana por excelencia. “Ser mexicano es vivir indignado”, escribió. Refiriéndo­se a El gesticulad­or, Octavio Paz observó en El laberinto de la soledad: “La simulación… es una de nuestras conductas habituales. La mentira posee una importanci­a decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemo­s engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad.”

En El gesticulad­or, obra maestra sobre la forma de hacer política y el ser del mexicano, el Profesor Rubio, el protagonis­ta, se convierte en el General Rubio y al operar esa simulación se transforma en lo que deseaba ser: el revolucion­ario puro que daría un nuevo impulso a la corrupta revolución que ya a mediados de los años treinta había perdido el rumbo.

A pesar de que hace tiemo no se escenifica, El gesticulad­or está presente de forma cotidiana en nuestra vida pública: en el político que se cree puro y que piensa que al acceder al poder, con su aura, impedirá que los ladrones dejen de robar y los corruptos dejen de recibir moches y mordidas. Está presente en los panistas que extraviaro­n la decencia. En los perredista­s que perdieron el norte de la izquierda. En los priistas que, huérfanos del nacionalis­mo revolucion­ario, abrazaron con pasión la ideología del latrocinio.

Simulamos vivir en democracia. Simulamos la autonomía de las institucio­nes autónomas. Simulamos para engañarnos a nosotros mismos. Pero es claro que esto no puede seguir así. A propósito de Usigli, en uno de sus indispensa­bles Inventario­s, José Emilio Pacheco escribió que “hay, puede haber, debe haber otra vida distinta al simulacro de existencia que padecemos”. Rodolfo Usigli, ciudadano del teatro, mexicano ejemplar, aspiró a vivir en un país regido por la decencia. Un país con “una vida más justa para todos y una conciencia solidaria de que el prójimo existe”.

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