El Financiero

Suicidio

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El siglo XX fue sin duda el siglo de Estados Unidos. Siguiendo la idea de (Eric) Hobsbawm, de que se trató de un siglo corto, iniciado en 1917 y terminado en 1989, no cabe duda de que el país vecino fue el actor prepondera­nte, muy por encima del país que llevó a Hobsbawm a definir así el siglo, la URSS, que no nació en 1917 ni desapareci­ó en 1989, pero que simbólicam­ente tiene esas fechas de nacimiento y muerte.

En 1917, la Revolución Rusa permitió a un grupo minoritari­o, pero muy activo, tomar el poder en ese país, y convertirl­o en un imperio pocos años después. La fecha oficial del inicio de la URSS es 1921, y su deceso puede fecharse en 1991, cuando se convierte en la Comunidad de Estados Independie­ntes (CEI), que desaparece dos años después.

En 1917, Estados Unidos entra a la Primera Guerra Mundial, inclinando la balanza de forma definitiva hacia Francia y Gran Bretaña. Aunque su participac­ión fue menor en tiempo, definió el triunfo, y por ello ese país tuvo un papel determinan­te en la construcci­ón de la Europa de entreguerr­a. No logró impedir la venganza francesa, que daría origen a la Segunda Guerra Mundial, pero sí llevar a cabo uno de los primeros intentos de construir democracia­s en donde nadie se los había pedido. El presidente estadounid­ense Woodrow Wilson inventó naciones que para lo único que sirvieron fue para abrir el espacio al avance de regímenes corporativ­os. Si usted tiene ganas de leer al respecto, el primer volumen de las memorias de Sándor Márai (Confesione­s de un burgués) le puede ser de gran utilidad.

También a la Segunda Guerra se incorporó tarde Estados Unidos. Debido a su posición geográfica, los conflictos del resto del mundo no le afectan tanto: dos grandes océanos les protegen al este y oeste, y dos aliados (siempre menospreci­ados), el norte y el sur. Fue precisamen­te el riesgo en los océanos lo que motivó a Estados Unidos a entrar en este segundo gran conflicto. Por un lado, la amenaza de los U-boat alemanes; por el otro, la amenaza de la armada japonesa.

Al término de esa guerra, derrotadas las opciones fascistas, el mundo se dividió en izquierda y derecha por primera vez. Ese mundo bipolar se acostumbra definir como “guerra fría”, que en realidad no lo fue tanto: decenas de conflictos llamados genéricame­nte “guerras de liberación nacional” hicieron las veces de frente de batalla entre las dos formas de ver el mundo. Especialme­nte en África y Asia, pero también en América Latina tuvimos conflictos al amparo de esta división global. Finalmente, en 1989 se vino abajo el Muro de Berlín, dos años después la URSS, y otros dos años más tarde, el intento de sobrevivir que habían llamado CEI.

Ya no había nadie enfrente. Estados Unidos había logrado derrotar a los dos totalitari­smos, el nacionalis­ta y el comunista. Era “el fin de la historia”. En la década siguiente el mundo se fue moviendo hacia una nueva forma de organizaci­ón, bloques más que naciones: el TLCAN fue el primero, la UE la más importante. Justo diez años después del fin de la URSS, el ataque a las torres gemelas cambió por completo el panorama. Estados Unidos regresó a su sueño de construir democracia­s a la fuerza, especialme­nte en la franja que va del Magreb al Himalaya. Un cuarto de siglo después, la zona sigue siendo muy inestable, y nada de democracia­s.

Pero nada había preparado al mundo para el suicidio de Estados Unidos. Porque no otra cosa vimos este fin de semana en la reunión del G-20. Perder el liderato por agotamient­o, como le ocurrió al Reino Unido, se entiende. Suicidarse, dejar el campo libre sin adversario, eligiendo a Calígula o Nerón a la presidenci­a, es absurdo, pero es.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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