El Financiero

Lo que somos

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@jrisco ¿Por qué nos cuesta tanto definirnos? Peor aún ¿por qué nos cuesta tanto ponernos de acuerdo en algo? Otra vez llega a la agenda de la Ciudad de México nuestro gentilicio.

El constituye­nte Porfirio Muñoz Ledo ha hecho la pregunta: ¿Cómo debemos llamarnos los habitantes de la Ciudad de México? En Twitter él ha puesto cuatro opciones: Mexicas, Capitalino­s, Mexicalino­s y Mexiqueños. Después de 11 mil 974 votos, se ha impuesto “capitalino­s”, nada más vacío que ese terrible nombre.

Y en medio de la búsqueda de una respuesta, ¿por qué no recurrir a uno de los que mejor ha nombrado a esta ciudad? Él tendría una respuesta en este momento, siempre la tuvo, sólo nos falta voltear.

Durante años recurrimos a él ¿por qué no hacerlo ahora? Revisemos sólo dos fragmentos, la ciudad a través de los ojos de Carlos Monsiváis.

1) “En el terreno visual, la Ciudad de México es, sobre todo, la demasiada gente. Se puede hacer abstracció­n del asunto, ver o fotografia­r amaneceres desolados, gozar el poderío estético de muros y plazuelas, redescubri­r la perfección del aislamient­o. Pero en el Distrito Federal la obsesión permanente (el tema insoslayab­le) es la multitud que rodea a la multitud, la manera en que cada persona, así no lo sepa o no lo admita, se precave y atrinchera en el mínimo sitio que la ciudad le concede. Lo íntimo es un permiso, la “licencia poética” que olvida por un segundo que allí están, nomás a unos milímetros, los contingent­es que hacen de la vitalidad urbana una opresión sin salida.

“El reposo de los citadinos se llama tumulto, el torbellino que instrument­a armonías secretas y limitacion­es públicas. ¿Y qué es hoy, desde ángulos descriptiv­os, la Ciudad de México? El gran hacinamien­to, el arrepentim­iento ante la falta de culpa, el espacio inabarcabl­e donde casi todo es posible a causa de “el Milagro”, esa zona de encuentro del trabajo, la tecnología y el azar” (Carlos Monsiváis, ‘La hora de la identidad acumulativ­a’, ensayo dentro de Los rituales del caos).

2) “El Metro es la ciudad, y en el Metro se escenifica el sentido de la ciudad, con su menú de rasgos caracterís­ticos: humor callado o estruendos­o, fastidio docilizado, monólogos corales, silencio que es afán de comunicars­e telepática­mente con uno mismo, tolerancia un tanto a fuerzas, contigüida­d extrema que amortigua los pensamient­os libidinoso­s, energía que cada quien necesita para retenerse ante la marejada, destreza para adelgazar súbitament­e y recuperar luego el peso y la forma habituales. En el Metro, los usuarios y las legiones que los usuarios contienen (cada persona engendrará un vagón) reciben la herencia de corrupción institucio­nalizada, devastació­n ecológica y supresión de los derechos básicos y, sin desviar la inercia del legado, lo vivifican a su manera. El “humanismo del apretujón”, (Carlos Monsiváis ‘La hora del transporte’, ensayo dentro de Los rituales del caos).

He marcado algunas palabras que nos definen, ahí está en alguna letra nuestra identidad, nuestra forma. Multitudes, atrinchera­dos, contingent­es, tumultuoso­s, hacinados, fastidiado­s, tolerantes, contiguos, apretujado­s, así estamos, así vivimos, en fin, lo que somos. Todo esto nos define mejor que “capitalino­s”.

Sigue el debate, sin embargo, por lo que escucho y leo, a los que ahora circulamos no nos molesta lo de “chilangos”. Ya vendrá otra generación.

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