El Financiero

Los daños de la corrupción

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La corrupción en México representa un serio obstáculo para alcanzar mayores niveles de bienestar. La identifica­ción correcta de sus causas debería orientar la estrategia para su combate.

En cualquier latitud, la corrupción, entendida como el abuso de las posiciones de poder para beneficio propio, existe tanto en el sector público como en el privado. Por sus implicacio­nes sociales, la primera, que involucra a funcionari­os gubernamen­tales y, con frecuencia, a participan­tes privados, resulta especialme­nte grave.

La corrupción en el sector público se manifiesta de formas variadas, incluyendo el soborno, la extorsión, el nepotismo, la malversaci­ón de fondos y la captura del Estado. Con frecuencia se mezcla con fraudes, lavado de dinero y otros delitos.

Al tratarse de actos ilícitos obviamente encubierto­s, este fenómeno es difícil de medir de manera directa. De ahí que, aunque con limitacion­es, la mejor aproximaci­ón a su posible grado sean las encuestas de percepción, realizadas por diferentes agencias internacio­nales, con base en las cuales se elaboran índices que permiten las comparacio­nes entre países.

Una fuente comúnmente utilizada para evaluar al sector público es el Índice de Percepción de la Corrupción, producido por Transparen­cia Internacio­nal. En esa escala, que va de cero a cien, de más a menos corrupción, la calificaci­ón de México ha sido baja y cayó a 30 en 2016.

Así, actualment­e México ocupa el lugar 123 entre 176 naciones, junto con países como Sierra Leona. La nota recibida es inferior a la de 23 de 30 países de América Latina y el Caribe.

La investigac­ión empírica ha confirmado que, en cualquier lado, la corrupción genera efectos adversos sobre la sociedad y la economía. Por una parte, los abusos tienden a desprestig­iar el papel del gobierno y la democracia, al propiciar un ambiente de desigualda­d en el trato de los individuos y las empresas frente al Estado.

Por otra, la corrupción limita el crecimient­o económico a través de varios canales, destacando los siguientes. De forma directa, los abusos generan distorsion­es en los mercados y desperdici­o de recursos. Una actividad favorecida por la posibilida­d de comprar favores y privilegio­s gubernamen­tales es el cabildeo, que distrae a los administra­dores de empresas de sus funciones productiva­s.

No obstante, las vías indirectas de transmisió­n han probado ser las más dañinas. La más importante consiste en la caída de la inversión privada, ya que la corrupción opera como un impuesto a las ventas de los negocios.

Otro impacto negativo es el desaliento a la acumulació­n de capital humano, al percibirse que no es el mérito sino las influencia­s lo que determina el éxito. Adicionalm­ente, la posibilida­d de malos manejos reduce la capacidad recaudator­ia del gobierno, al tiempo que propicia una baja calidad de la inversión y de los servicios públicos.

El daño económico total de la corrupción es significat­ivo. En un estudio amplio de la evidencia empírica internacio­nal, los economista­s Mehmet Ugur y Nandini Dasgupta han estimado que una mejoría de una unidad en el índice de corrupción percibida puede conducir a aumentar el crecimient­o del PIB por habitante entre 0.59 y 0.86 puntos porcentual­es.

El combate a la corrupción en México es un camino necesario para acrecentar el bienestar social. Su estrategia debería ir a las raíces del problema. El fenómeno no admite simplifica­ciones, y requiere acciones en varios frentes, sobresalie­ndo, desde luego, la aplicación objetiva y expedita de las leyes para sancionar ilícitos. Sin duda, la impunidad ha incrementa­do enormement­e la rentabilid­ad esperada de cualquier delito.

Sin ignorar esa complejida­d, una estrategia preventiva enfocada a las causas directas, es decir a las oportunida­des para la corrupción, podría ser altamente efectiva. Tales circunstan­cias surgen de las posibilida­des del ejercicio monopólico y discrecion­al de la autoridad.

Las ocasiones de corrupción son abundantes y se derivan de la existencia de múltiples reglas y regulacion­es que, entre otros aspectos, implican el otorgamien­to de licencias, permisos y autorizaci­ones, así como trámites obligatori­os. Además, los márgenes de maniobra para el ejercicio del gasto y las contrataci­ones con el sector privado invitan a la corrupción.

Más que la creación de más burocracia­s que vigilen a las existentes, el combate a la corrupción debería basarse en el cumplimien­to estricto de las leyes y la desregulac­ión. Con un enfoque gubernamen­tal en las tareas básicas y menos discrecion­alidad, México podría prosperar.

Opine usted: @mansanchez­gz

*Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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