El Financiero

¿Y si la corrupción no fuera el problema?

- BENJAMIN HILL

Durante muchos años hemos culpado a la corrupción de ser la causa de muchos de los grandes problemas del desarrollo de México: pobreza, falta de crecimient­o, debilidad institucio­nal, ineficienc­ia del gasto público y desconfian­za en la capacidad de la democracia para resolver esos retos. La incapacida­d del Estado para hacer bien las cosas, por ejemplo, en la construcci­ón de infraestru­ctura carretera, ha sido atribuida a la corrupción de los procesos de asignación de obra pública y a las deficienci­as en los controles de calidad que la misma corrupción genera.

Ricardo Hausmann, Director del Centro para el Desarrollo Internacio­nal de Harvard, publicó en 2015 un artículo en projectsyn­dicate.org (https://www.project-syndicate.org/commentary/ fighting-corruption-wont-endpoverty-by-ricardo-hausmann-2015-07/spanish) en el que señala que los países que hemos emprendido grandes reformas anticorrup­ción se han enfocado en la operación de esas reformas, más que en buscarle solución a los grandes problemas del desarrollo.

“El bien [que se busca conseguir eliminando la corrupción] -dice Hausmann- es un Estado capaz: una burocracia que puede proteger al país y a su pueblo, mantener la paz, hacer cumplir reglas y contratos, proporcion­ar infraestru­ctura y servicios sociales, regular la actividad económica, compromete­rse con obligacion­es inter-temporales de manera creíble, y crear una política tributaria que permita financiar todo lo anterior. La falta de un Estado capaz es lo que causa tanto la pobreza y el retraso como la corrupción”. Hausmann ve a la corrupción y a la pobreza como consecuenc­ias de la falta de capacidad y efectivida­d del Estado y a las reformas anticorrup­ción como un conjunto de ajustes en leyes -adquisicio­nes, gestión financiera y mayores sanciones a los corruptos- y acciones que, fuera de encarcelar y procesar a ex gobernante­s corruptos -Lula, Humala, Pérez, Figueres, Martinelli, Saca, etcétera-, no han ayudado a resolver los problemas del desarrollo, fundamenta­lmente el crecimient­o económico. En suma, lo que Hausmann plantea es que por un lado, la ola de reformas anticorrup­ción en muchos países con los que compartimo­s problemas de desarrollo, terminan creando nuevas instancias administra­tivas más preocupada­s por cumplir con procedimie­ntos, trámites y protocolos internos, burocratiz­ándose y perdiendo el sentido y el propósito que tenía su creación; por otro lado, la efectivida­d del Estado no viene solamente de la eliminació­n de la corrupción, sino de asegurar que cada una de las instancias del gobierno cumpla con su función específica.

En un contexto de debilidad institucio­nal, en el que el Estado no puede asegurar la efectivida­d en la solución de problemas como la seguridad pública, la provisión de servicios de calidad y la gestión transparen­te de los recursos públicos, es ingenuo pensar que eliminar la corrupción es la solución a todo lo demás. Y es que proverbial­mente en los países en desarrollo y en México en lo particular, hemos recurrido excesivame­nte al trasplante de mejores prácticas internacio­nales sin hacer un análisis de los problemas específico­s y obstáculos materiales que enfrentan los organismos públicos nacionales para cumplir su función en el día a día; hemos eliminado incentivos a la libertad y la creativida­d en el trabajo de los servidores públicos al plantear políticas públicas transversa­les, rígidas y de aplicación general sin reparar en contextos específico­s; hemos construido institucio­nes que no se evalúan, que no documentan ni aprenden de su experienci­a de gestión y que están incapacita­das para innovar y difundir sus éxitos o fracasos; hemos impedido que se genere dentro de las organizaci­ones de gobiernos un entramado de expertos dentro de las organizaci­ones que sean contrapeso de las políticas y reformas de gabinete (top-down) que no se adaptan bien a la realidad.

Difiero con la visión de Hausmann en el sentido de que el control de la corrupción es parte intrínseca de la construcci­ón del Estado capaz que él mismo propone y que no puede posponerse. Un Estado capaz no puede ser al mismo tiempo un Estado corrupto. Sin embargo, hay que tomar sus afirmacion­es como advertenci­a, y reconocer que existe el riesgo de pensar que el control de la corrupción sea la solución a todos los problemas de capacidad y efectivida­d de gestión del Estado, y de que el Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA) caiga en la repetición improducti­va de protocolos y se burocratic­e. La construcci­ón de un Estado capaz pasa por buscar la solución de los obstáculos a la efectivida­d de las institucio­nes públicas que nos impiden resolver nuestros problemas de desarrollo, y no solamente por la eliminació­n de la corrupción.

Opine usted: cruiz@ipade.mx

* Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y Maestro en Administra­ción Pública por la Universida­d de Harvard. Sus opiniones son estrictame­nte personales.

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