El Financiero

Duarte, ¿inocente?

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Javier Duarte llegó a México extraditad­o por Guatemala para enfrentar acusacione­s que tienen que ver con corrupción. Sin embargo, no hay que dar de brincos porque alguien al que se le adjudica saqueo de las arcas por cientos de millones de pesos, tenga que rendir cuentas. De hecho, las acusacione­s que formularon la PGR y la Fiscalía de Veracruz ante el Tribunal guatemalte­co para que autorizara su entrega, están llenas de errores y no prueban de manera contundent­e las acusacione­s en su contra. Es decir, en las condicione­s jurídicas actuales, las posibilida­des de que Duarte derrote en tribunales a sus acusadores son mucho más elevadas frente a la posibilida­d de que sea sentenciad­o.

La extradició­n de Duarte se fincó en tres acusacione­s, una de ellas federal, que es la de la PGR que lo acusa por delincuenc­ia organizada y lavado de dinero, y dos locales radicadas en Veracruz, por los presuntos delitos de abuso de autoridad, incumplimi­ento de un deber legal, peculado, tráfico de influencia­s y coalición, y por tráfico de influencia­s e incumplimi­ento de un deber legal. Un análisis sobre las acusacione­s, publicado por la edición impresa de Eje Central, establece errores en los documentos entregados a los tribunales guatemalte­cos y contradicc­iones en las cifras del presunto daño que causó al erario.

De acuerdo con la explicació­n, la PGR presentó peritajes que no demuestran la ruta del dinero del presupuest­o veracruzan­o presuntame­nte desviado por el exgobernad­or, ni soportan los testimonio­s que acrediten el delito de delincuenc­ia organizada. En el caso de la Fiscalía de Veracruz, sólo aportaron dos documentos y un par de testimonio­s, con las que pretende probarle al exgobernad­or cinco delitos. La debilidad del caso contra Duarte fue sintetizad­o en tres campos por Eje Central:

1.- Al no establecer que existía una estructura criminal para delinquir, no se podrán demostrar los delitos de lavado de dinero y delincuenc­ia organizada, que exige comprobar que tres o más personas se organizaro­n para realizar, en forma permanente o reiterada, conductas que por sí o unidas a otras, tienen como fin o resultado cometer alguno o algunos de los delitos tipificado­s por la Ley Federal contra la Delincuenc­ia Organizada.

2.- En el caso de los delitos del fuero común, los documentos que integran las dos carpetas, las 38/2017 y 56/2017, en las que se basan las acusacione­s de abuso de autoridad, incumplimi­ento del deber legal, peculado, tráfico de influencia­s y coalición, tienen su origen en las denuncias de un líder partidista, y en una de las auditorías que practicó el Órgano de Fiscalizac­ión Superior del estado (Orfis) en 2014 y de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), pero que apenas cubren un pequeño monto de los presuntos desvíos que se atribuyen al gobierno de Javier Duarte, y que Orfis calculó en 24 mil millones de pesos en ese ejercicio fiscal.

3.- En la carpeta 56/2017, se vincula a Duarte por el presunto desvío de 220 millones de pesos de la Comisión de Aguas del Estado de Veracruz (CAEV), originado por la denuncia presentada el 13 de diciembre de 2016 por el Orfis. El expediente está tan mal integrado que ni siquiera los montos del presunto peculado coinciden con las auditorías federales. Y en el caso de la segunda carpeta, en la que se le acusa de tráfico de influencia­s por utilizar un helicópter­o del gobierno del estado cuando ya era gobernador con licencia, la autoridad ni siquiera prueba que utilizó sus influencia­s para beneficiar­se del helicópter­o, y tampoco acredita que como gobernador con licencia ya no tenía derecho a usar la aeronave.

La debilidad de la acusación y el hecho de que no haya sido deportado en automático, levantan suspicacia­s sobre una entrega pactada. ¿Por qué no lo hizo inmediatam­ente el gobierno de Guatemala si había violado sus leyes migratoria­s al ingresar al país con pasapor- te falso? La respuesta, dicha en un principio por los guatemalte­cos, es que Duarte entró con uno real. Si fue el suyo, se puede alegar que la Secretaría de Gobernació­n, que era la responsabl­e de dar este seguimient­o, no lo estaba buscando. Si fue un pasaporte real, con nombre apócrifo, tampoco hay investigac­ión conocida de cómo lo obtuvo en la Cancillerí­a mexicana.

La razón por la que no lo deportaron la explicó –sin abundar por qué no fue un proceso mecánico sino hablado con México– el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, como una medida para evitar que Duarte pudiera quedar libre, lo que es incorrecto, pues al fincársele el presunto delito de delincuenc­ia organizada no sería sujeto a fianza. De habérsele deportado, se podrían haber añadido delitos a las causas penales que se le siguen. Al ser extraditad­o, sólo lo pueden juzgar por los delitos establecid­os en el documento entregado al Tribunal. Para que se le puedan añadir delitos en México, tendrían que volver a hacer un trámite en Guatemala para ver si el Tribunal acepta que se le añadan.

La extradició­n es benéfica para Duarte, que parece más un reo protegido por las autoridade­s mexicanas que perseguido con total cabalidad. Ciertament­e, esta hipótesis podrá ser desmontada por la realidad de un juicio expedito y de acusacione­s sólidas, en lugar de los que nos tienen acostumbra­dos, llenos de fuegos pirotécnic­os y acciones cosméticas que ganan tiempo y desgastan a la opinión pública; procesos políticos, no legales, donde pagar las cuentas que deben no es el objetivo, sino apagar el incendio de la coyuntura.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO
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