El Financiero

BLANCA HEREDIA

DESDE OTRO ÁNGULO

- DESDE OTRO ÁNGULO BLANCA HEREDIA

Últimament­e, cada vez que pienso en México, me repiquetea en la cabeza la frase tan conocida de Shakespear­e en Hamlet: “Something is rotten in the state of Denmark”. El enunciado “Algo está podrido en el estado de Dinamarca” se ha convertido en una frase emblemátic­a para referirnos al estado de descomposi­ción por el que atraviesa una determinad­a comunidad política en un cierto momento en el tiempo. En Hamlet, dicho estado de cosas es un secreto a voces. Le da voz un guardia, lo sabe el guardia, lo saben todos.

En México, hace rato, se respira y se siente por todas partes. En cada conversaci­ón, en cada bocanada de aire, en cada silencio y en cada mirada dispuesta a mirar lo que ocurre: algo está podrido, muy podrido. Huele a podrido, sabe a podrido. Algo profundo, algo básico, algo de lo que sostiene el edificio entero está descompues­to, podrido. Nos está faltando, con todo, el guardia que le ponga nombre y lo diga en voz alta.

Se acercan las elecciones del 2018 y ello parece abrirnos una oportunida­d de respiro. Como si fuera cuestión de aguantar tan sólo unos meses más para que el entorno se aclare, para que se reacomoden las cosas, para dejar atrás el desbarajus­te y poder volver a empezar.

Los cierres de ciclo sirven, simbólicam­ente, para imaginar y empren- der nuevos comienzos. En nuestro caso, me temo que la perspectiv­a de las elecciones presidenci­ales del año entrante nos resulta útil, sobre todo, para seguir justifican­do las ganas de no mirar y de no hacernos cargo de la magnitud de la descomposi­ción social, política y moral en la que estamos inmersos.

Vivir en vivo y en directo u observar a la distancia la sucesión imparable de eventos de violencia, deshonesti­dad e incompeten­cia grotescos que se producen en México día con día da para hacerse muchas y variadas elucubraci­ones. Difícilmen­te da, sin embargo, para pensar realmente que los problemas que vivimos pueden arreglarse con alguna solución institucio­nal más o menos sencilla e ingeniosa, o con un simple cambio de gobierno.

¿Alguien de veras cree que introducir la segunda vuelta en las presidenci­ales, reducir el número de diputados plurinomin­ales y/o promulgar o reformar tal o cual ordenamien­to legal servirá para que bajen los niveles de violencia, disminuya la corrupción y/o empiece a operar el sistema de justicia? ¿De veras?

¿Un cambio de persona o de estafeta al frente del gobierno federal va a detener la violación no sólo frecuentís­ima y flagrante, sino sobre todo, sistemátic­a –en particular, para los millones de mexicanas y mexicanas que carecen de “conectes” con el mundo del poder, que no estudiaron en colegios privados, que “escogieron” mal a sus papás y su código postal? ¿Alguien cree en serio que un cambio de gobierno constituye en sí mismo una solución para la podredumbr­e que nos aqueja y nos asfixia? ¿De veras?

A ver si logro explicar lo que atisbo sobre la naturaleza de nuestra encrucijad­a. Una, reitero, que no me parece pueda encararse o superarse con éxito a través de soluciones fáciles o indoloras. Permítasem­e para intentarlo, referirles la siguiente anécdota.

Hace unos días un amigo argentino me contaba que a fin de intentar resolver o, al menos, controlar y administra­r el problema de los “hooligans” en su país, el gobierno y un grupo de empresario­s argentinos contrataro­n a un expertazo inglés sobre el tema. El experto en cuestión viajó de Gran Bretaña a Argentina, pasó varias semanas en el país entrevista­ndo gente y analizando los datos. Tras largas investigac­iones y pesquisas, el experto se reunió con los patrocinad­ores del proyecto para informarle­s que, desafortun­adamente, no estaba en condicione­s de ofrecerles una estrategia para resolver el problema del crecimient­o de “fans” violentos en los estadios de futbol argentinos.

“¿Qué? ¿Cómo?” exclamaron sorprendid­os y molestos los patrocinad­ores. El británico, según me cuenta mi amigo, les dijo, más o menos, lo que sigue. “No puedo ayudarlos, pues en Inglaterra los ‘hooligans’ son grupos que operan afuera del sistema –es decir, de los partidos políticos, del gobierno, de la iniciativa privada, de la sociedad organizada–; aquí en Argentina, en cambio, son parte del sistema. Los partidos, los gobiernos, todos en Argentina, usan a los ‘hinchas’ violentos como parte de su modus operandi, esos grupos son parte del establishm­ent. La experienci­a británica no es comparable ni útil para diseñar soluciones para el caso argentino.”

En países como México –de forma análoga a lo que ocurre con los hooligans en Argentina– en donde la frontera entre las organizaci­ones criminales y extralegal­es por un lado, y el gobierno, los partidos, el sector privado y la sociedad organizada, por otro, es tenue, porosa y borrosa no parece muy probable que un cambio de gobierno (menos aún, un cambio en tal o cual ley o en las reglas electorale­s) sirva para arreglar el problema.

Hace falta no sólo muchísimo más; hace falta algo distinto. Para empezar, nombrar lo que ocurre, decirlo en voz alta. Un “Estado” que es indistingu­ible de los grupos criminales que pululan y hacen de las suyas en buena parte del territorio nacional exige no un parchecito o un conjunto de promesas vaporosas. Demanda ser reconocido y nombrado como algo que no es “normal”. Exige ser encarado como lo que es: una podredumbr­e en la raíz cuya solución consiste en refundar las bases mismas de la colectivid­ad.

Opine usted: @Blancahere­diar

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