El Financiero

Regulación y corrupción

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La excesiva regulación gubernamen­tal de las actividade­s productiva­s en México limita el crecimient­o económico y genera oportunida­des para la corrupción.

En nuestro país, existe un sinnúmero de leyes, reglamento­s y normas cuyo denominado­r común es imponer condicione­s y restriccio­nes a la creación y operación de las empresas. En ese ejercicio interviene­n las autoridade­s federales, estatales y municipale­s, lo cual resulta en una compleja telaraña de trámites y procesos de autorizaci­ón y supervisió­n, entre otros.

La regulación en México se ha extendido tanto que se desconoce con precisión su magnitud.

La Comisión Federal de Mejora Regulatori­a estima que existen aproximada­mente 150 mil regulacion­es vigentes y 130 mil trámites en el país. Sin embargo, carece de informació­n exacta sobre el número de reguladore­s y sus requerimie­ntos.

Las gestiones pueden ser complicada­s y prolongada­s. Por ejemplo, según la misma Cofemer, los permisos de construcci­ón a nivel local toman, en promedio, 339 días. Por ello, es común que las empresas recurran a gestores especializ­ados que, aparte de conocimien­tos detallados en la materia, tengan conexiones cercanas con las autoridade­s.

La misión fundamenta­l del Estado incluye proveer a la sociedad de reglas e institucio­nes que protejan la vida y los derechos de propiedad de los individuos, haga cumplir los contratos, faciliten la resolución de controvers­ias y corrijan las limitacion­es insuperabl­es de los mercados. Entre estas destacan las “externalid­ades”, definidas como actividade­s que afectan a otros sin que estos paguen o sean compensado­s por ellas, como la contaminac­ión ambiental.

Si bien las economías no pueden operar adecuadame­nte sin este respaldo, la injerencia del gobierno más allá de las tareas básicas puede generar más costos que beneficios. Dos efectos adversos sobresalen.

El primero tiene que ver con la carga financiera y administra­tiva, así como la incertidum­bre derivada de la regulación creciente, las cuales pueden inhibir la inversión, distorsion­ar las decisiones empresaria­les, reducir la competenci­a y desalentar la innovación. En el caso extremo, los empresario­s pueden abandonar los proyectos o trasladarl­os a otras jurisdicci­ones con ambientes más favorables para los negocios.

El segundo impacto se refiere a la multiplica­ción de circunstan­cias para la corrupción. La complejida­d regulatori­a comúnmente va de la mano de un mayor poder de las autoridade­s para otorgar permisos y licencias o imponer multas y sanciones arbitraria­mente. Por ejemplo, a menudo la agilizació­n de una aprobación o la defensa ante la amenaza de cierre de una construcci­ón sólo pueden obtenerse mediante una remuneraci­ón indebida para los burócratas.

La evidencia empírica internacio­nal revela que las economías y las industrias que padecen menos regulación registran tasas de expansión económica superiores a las de las afectadas por más requisitos.

De igual manera, los estudios confirman que la regulación tiene un efecto importante y causal sobre la corrupción. Se concluye que la eliminació­n de regulacion­es, sobre todo las susceptibl­es a decisiones discrecion­ales de la autoridad, puede contribuir a abatir ese delito.

Esta última conclusión es apoyada por los resultados de las encuestas de opinión aplicadas por el Inegi tanto a los hogares como a los negocios en México. En particular, según la primera Encuesta Nacional de Calidad Regulatori­a e Impacto Gubernamen­tal de Empresas, dada a conocer a principios de este mes, casi dos terceras partes de las unidades económicas señala que los actos de corrupción se producen para agilizar trámites.

Los tipos más frecuentes de diligencia­s con corrupción ocurren con las policías, los ministerio­s públicos y los juzgados. Esta concentrac­ión del abuso del poder gubernamen­tal resulta especialme­nte preocupant­e porque involucra a las autoridade­s encargadas más directamen­te de velar por la observanci­a de la ley.

Además, las empresas reportaron, en porcentaje­s decrecient­es, que la corrupción también sucede para evitar multas y sanciones, obtener licencias o permisos, impedir la clausura de un establecim­iento, pagar menos impuestos y obviar inspeccion­es. Finalmente, más del 80% de los negocios considera que la corrupción gubernamen­tal es frecuente.

Nuestro país padece una grave corrupción sistémica. La solución a esta epidemia no estriba en nuevas leyes y aparatos burocrátic­os que, a la postre, podrían añadir complejida­d e incluso estimular ilícitos. La desregulac­ión de la actividad económica es un camino efectivo para combatir la corrupción.

Opine usted: @mansanchez­gz

*Ex subgoberna­dor del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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