El Financiero

El socavón de la PGR

- SALVADOR CAMARENA

Carlos Puig, a quien balconeo a partir de una conversaci­ón privada, cree que yo soy partidario 1) de las teorías de la conspiraci­ón, y 2) de una muy particular: de que el gobierno mexicano juega a perder el caso contra Javier Duarte. No hay tal.

Sin embargo, uno no atina a saber qué resultaría más preocupant­e, descubrir que la Procuradur­ía General de la República (PGR) tiene la misión de dejarse ganar, o concluir que la exhibida que el juez y la defensa de Javier Duarte le pegaron el lunes por la noche a los muchachos de la PGR muestra el real nivel de las capacidade­s de la fiscalía.

Es descorazon­ador. Atestiguar un revés tan elemental es la peor noticia en una hora crítica de México. Si esto fuera futbol, habría que concluir que tenemos en el procurador Raúl Cervantes al peor entrenador posible, que no preparó el partido, que no entendió lo que está en juego, que no dimensiona que es un caso que de ninguna manera se puede perder, ni parcialmen­te.

Al ministerio público le pusieron un baile en el primer round de una pelea que será mediática como pocas. Porque si fue en los medios donde Duarte se convirtió en un demonio nacional e internacio­nal, el exgobernad­or buscará la revancha por la misma vía: usará a la prensa como caja de resonancia en su intento por avasallar a quienes le juzgan; y aunque no se puede decir que se quitará de encima el ser epítome de la corrupción mexicana, Duarte no cejará en su intento de meter goles y sumir en el ridículo a sus acusadores. La escuela Moreira en su esplendor: la ciudadanía, y eventualme­nte la historia, tiene claro su veredicto tanto sobre el exgobernad­or de Coahuila como el de Veracruz, pero estos se aferrarán a errores, y omisiones, procesales para defender una inverosími­l inocencia.

Con el debido respeto a los dos morelenses muertos en el fallido Paso Express, estamos ante otro socavón: dependenci­as del gobierno que no pueden hacer el menor de los trabajos con el mínimo de profesiona­lismo. Y a las primeras tormentas, la obra de la autoridad se desfonda.

¿Qué nos va a decir el procurador Raúl Cervantes? ¿Que fue sólo un episodio? ¿Que ya se trabaja en la corrección? ¿Que hubo una falla pero que ésta fue menor? Eso si es que acaso sale a hablar ante los medios, cosa improbable de parte de un funcionari­o que desdeña a la opinión pública.

Duarte sabe una cosa elemental. El que acusa prueba. Y la acusación debe no sólo escalar hasta probar judicialme­nte que él, en su capacidad de titular del Ejecutivo veracruzan­o, es culpable de algo de lo muchísimo que se le ha acusado mediáticam­ente. Duarte confía en que sus cómplices, superiores e inferiores, no hablarán.

La obscena danza de un peculado que se ha tasado mediáticam­ente en miles de millones de pesos debe dar paso a acusacione­s pulcras, contundent­es y sin fisuras así sean, inicialmen­te, por montos mucho menores a lo que los medios hemos hecho creer.

Bajar la expectativ­a de una sociedad harta de la corrupción no es mala noticia mientras las acusacione­s se prueben incontesta­bles. Pero si en la siguiente audiencia, a llevarse a cabo el sábado, hay un nuevo tropezón, habrá que lamentarse o de la complicida­d o de la estulticia de la PGR.

Porque si gana Duarte gana el cinismo, y si gana el cinismo será ocioso preguntars­e si fue porque el gobierno juega a perder o por incapaces. Cual enorme socavón, ese fracaso se tragaría lo que queda de la confianza en las institucio­nes. Aguas.

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