Predicar en el desierto
Tener que recurrir a la fe cuando se trata de las instituciones de justicia, es un recurso desesperado. Normalmente es el recurso de los que saben que vendrá la injusticia, los que están acostumbrados a que les roben, a que las oportunidades les están vedadas, a quienes no esperan en la tierra nada en especial, pues la justicia vendrá después para ellos, ya que en la tierra la impartición de la justicia es tarea humana y, por lo tanto, falible. Sólo les queda el consuelo divino: la fe.
Que un gobernante decida pedir fe a los demás, también resulta un recurso desesperado. Peor aún, responsable en la tierra de allegar la justicia a quienes esperan que algo se cumpla, resulta desastroso, desesperanzador y deprimente. El secretario de Gobernación ha pedido a la población tener fe en la institución responsable de procurar justicia. Algo sabe el secretario Osorio Chong sobre la credibilidad que tiene la ciudadanía en el gobierno en que trabaja, que debe recurrir a virtudes propias de la religión para pedir confianza.
La PGR en este gobierno lleva tres titulares. Cada uno ha abonado a su desprestigio –el propio y el de la institución. El resultado es una catástrofe. La penosa –e indignante– información sobre el desempeño de los responsables de la PGR, de llevar el caso de Javier Duarte ante el juez, es para quitarle la fe a cualquiera. Lograr comprobar menos del 10 por ciento de la cantidad por la que se le acusa, es de un descuido monumental. Uno suponía que durante el tiempo que les dio Duarte durante su fuga de meses, tuvieron más que tiempo para armar casos sólidos.
Es muy posible que Duarte continúe en la cárcel un largo tiempo, pero recordemos que no se le pueden sumar delitos. El hombre que ha sido símbolo de la corrupción en el poder, no ha dejado de expresar sonrisas y disparates. La pregunta generalizada de hace unos meses era: ¿de qué se ríe Duarte? Estaba preso, enfrentaba la extradición,
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