El Financiero

CDMX: ¿El fin de la inocencia?

- SALVADOR CAMARENA Opine usted: política@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

En el tercer episodio del documental The keepers (tranquilos, no voy a decir de qué va esa fantástica serie de Netflix) una protagonis­ta del drama ahí reconstrui­do habla sobre el alivio que encontraba en el autoengaño.

Palabras más palabras menos esa persona cuenta que hay tragedias ante las cuales incluso te resulta fácil convencert­e de que estás loco: llegas a creer que eres la única persona que recuerdas lo que pasó. Sin embargo, si sucede que otra gente también lo experiment­ó, entonces no se trataba de una locura. “Y si no se trataba de una locura tuya, significa que esta cosa horrible sí te había pasado, y si esta cosa horrible sí te pasó… Oh Dios mío”.

La Ciudad de México lleva demasiados años haciéndose la loca con el tema del crimen organizado. Tantos, que el principal deber en este momento es no ceder a la autocompla­cencia oculta en algo que, aunque verdadero, hoy resulta fútil: evitemos culpar al fallido Mancera de lo ocurrido ayer en Tláhuac.

Tuvimos desde el inicio mismo de este sexenio bastantes señales de que el equilibrio criminal, llamémosle así, se había roto.

Ante eventos como las ejecucione­s en la Condesa o el levantón masivo de jóvenes de Tepito en el bar Heaven de la zona Rosa, ominosas señales del 2013, decidimos, en plural, creernos el cuento mancerista.

Nos fuimos a dormir cada noche con la letanía de que aquí no operan los cárteles porque serían muy visibles en sus camionetot­as y aquí sí tenemos policía que los detendría en cuestión de minutos. Aquí no operan porque tenemos la ciudad de cámaras llena de cámaras. Aquí no operan porque qué tan apetecible puede ser un mercado de consumo de drogas de una ciudad de 10.5 millones de personas (incluida la población flotante). Aquí no operan porque aunque realizan operacione­s financiera­s eso no quiere decir que aquí operen. Aquí no operan porque si viven aquí entonces no van a querer operar aquí. Aquí no operan, lo que pasa es que los matan en otro lado y a los ejecutados nos los vienen a tirar acá. Aquí no operan porque eso fue en Tláhuac, no en lo que realmente consideram­os Ciudad de México. Aquí no operan porque sería horrible reconocer que operan aquí, así que convenzámo­nos entre todos de que estamos locos cuando nos asalta la duda de si estamos viendo lo que estamos viendo: narcobloqu­eos en la capital.

Mentiras como las que nos hemos contado ni siquiera son originales. Jalisco o Sinaloa saben del amargo despertar cuando se derrumba la mentira que con tantas ganas creyeron: se sabían santuarios del crimen pero se engañaban repitiendo que los criminales nunca cometerían la locura de calentar su reino y atentar contra los ciudadanos.

Y si bien es cierto que no es la primera vez que la Marina hace un operativo en la capital, el sangriento saldo del mismo sí es revelador y más aún la reacción de los criminales al incendiar unidades, el narcobloqu­eo como desplante y muestra de capacidad logística.

¿Qué sigue? Rechazar las mentiras, como las que de tanto en tanto rezan que en la UNAM no operan cárteles, que aquí no se mata a jóvenes por temas de droga (caso Narvarte, entre muchos otros), que los periodista­s trabajan seguros en la capital (ahí están las recientes narcoamena­zas a David Fuentes, de El Universal), etcétera.

¿Qué sigue? Reconocer la realidad y poner fin a esta autoinduci­da y dañina inocencia; o desperdici­ar la oportunida­d y más temprano que tarde exclamar, puerilment­e: Oh, dios mío, el crimen sí está operando.

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