“EN MAR ABIERTO NO HAY NADO FÁCIL”
Antonio Argüelles era un inquieto estudiante del Colegio Alemán, aquel en el que los maestros se permitían corregir con un reglazo o un coscorrón. Era malo para el idioma, a pesar de que a los nueve sus padres lo enviaron a un internado para mejorarlo. Para nadar sí era bueno, con todo y que la genética no lo favorecía. Era delgado y no era muy flexible. El coraje, ese sí, era todo suyo.
Aprendió desde pequeño, mediante el poco ortodoxo método de su padre: arrojarlo al agua y hacerlo salir. Nunca le dio miedo. La alberca era profunda, pero él sentía que volaba. Nadar era una aventura y él, un pirata como los de Salgari. Quería convertirse en sus héroes, de los que sabía por el periódico: Memo Echeverría, Felipe Muñoz, Tere Ramírez, los nadadores de la época que tenían posibilidades de ganar medallas en los Juegos Olímpicos. Tenía prohibido ver televisión, pero su abuela lo solapaba. Con ella se escondió para observar, pasmado, la final de los 200 metros en la que Felipe ganó la medalla de oro.
Pocos le ganaban en la alberca. Sin amargura, Argüelles cuenta que, no obstante, las medallas que obtenía en la Schule correspondían al segundo o tercer lugar, nunca al primero. “Es una constante en mi vida”.
En la secundaria se cambió al Colegio Suizo y se inició en el nado competitivo en la Guay, la primera alberca del sur de la ciudad. Ahí, sumergido, soñaba con ir a los Juegos Olímpicos. Entrenaba de cinco a siete de la mañana, todo marchaba bien en la escuela y se volvió empresario, juntos con sus hermanos –Diego, waterpolista y Raúl, nadador también– a los 14 años. Comercializaban goggles, gorras y trajes de baño en las competencias y obtuvieron el derecho de distribuir en América Latina de todo producto para la natación que se produjera en Estados Unidos. Por conducto de su exentrenador, Nelson Vargas, Argüelles conoció al presidente mundial de Speedo, William M. Lee: “Nelson me sacó de la Alberca Olímpica y me qui- so llevar a nadar con él al Seguro Social. No acepté pero acabamos de socios”.
En 1975, quedó como suplente en el equipo que competería en los Juegos Panamericanos. Mr. Lee le pidió que fuera su chofer en la Ciudad de México. El año siguiente, cuando fue eliminado de los Juegos Olímpicos –le faltaron 10 segundos en los 1,500 metros–, Lee acogió a Argüelles como su hijo. Vivió con Lee y su esposa Sherly durante ocho años en Los Altos, California. Ahí estudió high school y entró a Stanford, a estudios germánicos y economía.
Entrenó el primer año de su estancia pero lo dejó por agotamiento; tenía que “jalar” al equipo femenil de natación: una campeo- na mundial, una campeona olímpica y una campeona nacional nadaban detrás de él, cuya función era cortarles el agua para facilitarles el desplazamiento. En 1982, tuvo como maestros a Jaime Serra Puche. Le faltaba un trimestre para terminar la maestría, pero la devaluación lo obligó a volver a México.
Serra le consiguió su primer trabajo en el sector público, con el secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog. Lejos de Stanford, también comenzó a medirse en triatlones, y fundó la Asociación Mexicana de Triatlón, del cual es presidente honorario y vitalicio. En ese tiempo también fundó la famosa empresa organizadora de eventos Asdeporte, que luego vendió a CIE.
Simultáneamente, Argüelles hizo carrera en el priismo, como subdirector del área de las negociaciones en Hacienda, de secretario particular de Serra (cuando fue subsecretario de Ingresos con Carlos Salinas). Después organizó actividades diversas para la campaña presidencial de Ernesto Zedillo. Cuando ésta culminó, se movió al sector financiero, pero volvió al servicio público, a la oficina de Comunicación Social de Presidencia de la República. Duró poco en ese encargo. Guillermo Ortiz lo nombró director general del Conalep. “Fue extraordinario. Dirigí 162 planteles cuando no había ni siquiera computadoras. Me dediqué a estandarizar procesos y a limpiar baños. Sí, algo importantísimo en la vida institucional a lo que se presta muy poca atención”.
Con Felipe Calderón acabó definitivamente con el gobierno. Es uno de los socios de la Nueva Escuela Tecnológica, un sistema de escuelas de bajo costo en la zona metropolitana del Distrito Federal, que tiene siete planteles.
Pero la médula de la vida de Antonio Argüelles es el deporte. Cuando estaba por cumplir 40 años, decidió que escalaría el Everest. Desistió porque su familia temía por su vida. Entonces volvió al agua. Nadó el Canal de la Mancha, “el Everest de la natación”. Lo cruzó en 18 horas con 19 minutos.
Como parte de su entrenamiento había hecho la vuelta Manhattan, y entonces se puso “de moda” la Triple Corona, un reconocimiento de la Asociación Mundial de Aguas Abiertas a los nadadores que realizaron tres pruebas de natación de larga distancia: el Canal de la Mancha (33.7 kilómetros, entre Francia e Inglaterra), el Canal de Catalina (32.5 kilómetros, entre la costa de California y la isla de Catalina) y el Manhattan Island Marathon Swim (la circunnavegación durante 48.5 kilómetros alrededor de la isla de Manhattan). Argüelles fue el séptimo nadador en el mundo que la completó. Diez años después, repitió la hazaña y se convirtió en el primer nadador en el mundo en obtener la doble Triple Corona, en 2009, y el tercero en hacerlo en una temporada.
Argüelles ha sido premio nacional del deporte (entre otros méritos porque fue pionero en el proyecto de movilidad de la ciudad, que incluyó al inicio la renta de bicicletas). Hace maratones, triatlones y Iron Man. Lo resiste todo: ha nadado sin interrupción durante 23 horas con 18 minutos. A los 50, determinado y perseverante como es, emprendió el nado de los siete mares: los estrechos de Cook, Gibraltar, los canales del Norte y Moloka’i, el estrecho de Tsugaru, el canal de Catalina y el de la Mancha. -¿Cuál es el peor? -En mar abierto, no hay nado fácil.
Mientras escribo, Argüelles está en Irlanda. De Belfast viajará a Donagadhee, un pueblito de 800 habitantes, para aclimatarse (si esto es posible). Si las condiciones se lo permiten, entre el 29 de julio y el 6 de agosto cruzará el Canal del Norte, 35 kilómetros de aguas impredecibles e infestadas de aguamalas, que dividen la parte oriental de Irlanda del Norte del suroeste de Escocia. Y será en el primer mexicano y el séptimo en la historia que cruce a nado los siete mares.