ROBERTO GIL ZUARTH
CRONOPIO
Hoy, la ciudad se tiene que preguntar cómo se les garantiza a los jóvenes sus derechos sociales, el acceso a la salud, educación, cultura, y a una alimentación suficiente. Tenemos que responder cómo garantizamos todos estos derechos mientras atacamos de manera inteligente las causas criminógenas. Hemos divorciado la política social de la construcción de una cultura de la legalidad; los desplantes de esta semana son un claro síntoma de eso.
En medio de un inusitado despliegue de la policía local y de fuerzas federales, con retenes, sobrevuelo de helicópteros, y un cordón de seguridad de 200 policías, fue sepultado en la Ciudad Felipe Pérez Luna, El Ojos.
Durante el cortejo fúnebre hubo detenciones de jóvenes armados. Cada asistente fue cateado, cada mototaxi fue revisado. Alejandro Mendoza Sandoval, mano derecha de la viuda de El Ojos, Ángeles Ramírez Arvizu, quienes algunos presumen quedó al frente de la “organización” criminal, fue detenido durante el entierro.
Según las crónicas de la prensa, más de 300 personas caminaron en el cortejo coreando porras al capo abatido por la Marina junto con 7 de sus sicarios: “Abran paso al patrón”, “Viva el Inge”, “Se ve y se siente, Felipe está presente”. Envalentonados, desafiaban con sus consignas a la autoridad en todos los niveles. Una banda de músicos cantaba el corrido de El Ojos.
Mientras todo esto sucedía, continuaban los señalamientos sobre el financiamiento que El Ojos había realizado para campañas y eventos en las delegaciones en las que su organización opera (Tláhuac, Milpa Alta, Tlalpan, Xochimilco, Iztapalapa, Coyoacán, en la CDMX, y en los municipios mexiquenses de Chalco y Valle de Chalco).
Ni el abatimiento, operativos, detenciones, despliegue del aparato de inteligencia, ni toda la fuerza de la Federación y de la ciudad, podrán extirpar el arraigo que este hombre y su dinero mal habido tienen en estas delegaciones en las que la influencia criminal se metió hasta la cocina de los hogares. Probablemente, las ganancias que esta empresa criminal generó a través del tráfico de drogas, la extorsión y el secuestro, sean moneda corriente en la economía de la zona.
La omisión y negligencia de las autoridades delegacionales y capitalinas convirtieron el funeral de un delincuente en un acto político, en una demostración de resistencia civil, donde la presencia del llamado Cártel
de Tláhuac compitió y le ganó a la autoridad la vía pública, las redes sociales y los titulares en la prensa. En lugar de asumir la función pedagógica de aleccionar a los jóvenes demostrando en vivo y en directo que la vida criminal no paga, y que puede incluso llevar a la muerte, parece que las autoridades sirvieron de mudos testigos de la exaltación de un criminal, y por añadidura, de sus acciones en vida.
El día de hoy ya tenemos un problema fundamental de política social en lugares como Tláhuac o Iztapalapa. ¿Cuál es el origen de los recursos que pagan los desayunos, uniformes y hasta cuotas escolares de los chavos de la demarcación? ¿Quién garantiza que el narco o las mafias no compiten con las clientelas del populismo, o peor aún, que no las complementan?
En vista del abandono de los gobiernos locales, es urgente pensar en la estrategia que necesitamos para reconstruir el tejido social en nuestra ciudad. La microprevención del conflicto, la prestación de servicios públicos alejada de la lógica de clientelas, y el fortalecimiento de la resiliencia de nuestras comunidades son un buen punto de partida.
Su organización está mermada, pero la acción policial por sí sola no puede desterrar su presencia. El Ojos regresó con fuerza al oriente de la ciudad.