Y DUBLÍN SE HIZO AMÉRICA
leyó a Fante, Bukowski y Carver conoció a la América profunda, la de las carreteras desoladas y las praderas infinitas; la América de
o donde la vida transcurre entre cerveza, trabajos monótonos y pobreza lacerante. Una América que, hasta entonces, Bono desconocía por completo. Fue Bob Dylan —a quien conoció en Irlanda a mediados de los 80— quien lo indujo por los sombríos terrenos de la cultura norteamericana.
Provenientes de una atmósfera sonora mucho más electrónica y los dublineses se sumergieron en el blues y el gospel para refrescarse de la tradición europea; justo como lo habían hecho los Rolling Stones 20 años atrás. El descubrimiento de América de U2 se tradujo en (1987), un álbum que fue recibido por la crítica exactamente como fue concebido por la misma banda: como un encuentro entre dos mundos.
La revista publicó el 9 de abril de 1987: “Las apuestas son enormes, y U2 lo sabe. Está a punto de elevarse del éxito comercial de los discos de platino a algo mucho más profundo y elevado.
es su álbum más plural, más rico. En su tenacidad musical y su búsqueda de los orígenes, le hace honor a su nombre: un árbol duro y torcido que crece en los desiertos del suroeste americano. El título se ajusta a un álbum que se refiere a la resiliencia de los individuos frente a la absoluta desolación social y política”.
el gran medio musical británico, lo recibió de esta manera el 14 de marzo de 1987: “Sin duda es el mejor y el más valiente álbum de 1987. Es el sonido de la gente que todavía intenta algo, que todavía quiere decir algo pero no sabe qué”.
lo definió como “una curiosa pérdida de individualidad” y la revista
como “triste y apasionado; majestuoso e involucrado”.
El tiempo le dio la razón a los críticos. Hoy celebra 30 años con gira, edición de lujo, 25 millones de copias vendidas y un encuentro entre Europa y América que parece no tener fin.