El Financiero

¿Qué es la “política pública”? Apuntes desde México

- Opine usted: @Blancahere­diar BLANCA HEREDIA

Dentro de la investigac­ión académica, las definicion­es abundan y los consensos escasean. La visión dominante, surgida en los Estados Unidos y exportada al resto del mundo es que la “política pública” es la aproximaci­ón fría y racional, fundada en el análisis y el conocimien­to científico, empleada por los gobiernos para resolver problemas o para generar estados de cosas deseables para la colectivid­ad en su conjunto.

Todo ello, según esto, a través de procesos ordenados y sistemátic­os que involucran una secuencia de fases encaminada­s a lograr el objetivo planteado. Primero, la correcta identifica­ción y formulació­n del “problema”. Segundo, el análisis de las opciones de solución disponible­s y la elección de aquella que resulta mejor (más costo-efectiva para alcanzar los propósitos declarados de la iniciativa). Tercero, la transforma­ción de la opción elegida en leyes y/o programas, seguida de su implementa­ción práctica. En el mundo ideal, todo este proceso, culminando con la evaluación de la política pública en cuestión.

Suena bonito. Definición cla- ra del problema, identifica­ción de la “mejor” (la más eficiente, la más costo-efectiva) estrategia para atenderlo, implementa­ción en tierra y evaluación. Gobiernos trabajando para todos echando mano, para ello, del mejor conocimien­to disponible en pos del bien común. Todo claro, todo prístino, todo entendible y mucho muy técnico y racional.

En la vida real ni en México ni en ninguna parte, la política pública funciona así. En algunos países, en ciertos momentos y en algunos temas acotados, la narrativa racionalis­ta dominante sobre qué es y cómo se hace la política pública puede resultar de alguna utilidad. En general y, desde luego, para países como México, esa historieta ayuda poco o nada para entender de qué va la “política pública”, sea en seguridad o en educación o en salud o en el tema que sea.

La falta de correspond­encia entre lo que supuestame­nte es la política pública y lo que, en efecto, es resulta problemáti­ca por varias razones. En términos analíticos, pues limita muy seriamente la posibilida­d de explicar y entender por qué los gobiernos hacen lo que hacen y por qué, en infinidad de casos, fracasan en el intento.

El costo más grande e importante de la falta de correspond­encia entre el discurso y la realidad “sucia” y profundame­nte política sobre en qué consiste la política pública, sin embargo, es que contribuye a apuntalar la idea profundame­nte tóxica según la cual el gobierno, en particular, y la política, en general, no son sino una farsa y un engaño para beneficiar a políticos y burócratas a costa de todos y, en especial, de los prístinos ciudadanos.

Una manera más realista y productiva de entender a la política pública es definirla como el accionar concreto y cotidiano del gobierno. Del “gobierno”, esto es, en el doble sentido de organizaci­ón burocrátic­a y de acto de imprimirle orden y dirección a la vida en común. Vista así, la política pública es la forma en la que el gobierno y la política que construimo­s entre todos –con nuestras acciones y no-acciones– se manifiesta­n día con día en nuestras vidas.

En todo tiempo y lugar, la política pública es el gobierno en acción, siempre con dos caras. La cara orientada a garantizar el orden (mínimos de predictibi­lidad y certidumbr­e, dispositiv­os para regular la violencia, entre otros) indispensa­ble para la vida mínimament­e civilizada y productiva en cualquier comunidad. Y la cara enfocada en atender e intentar resolver problemas colectivos en distintos ámbitos a través del empleo de medios técnicos.

Ahí donde, como en México, los asideros estructura­les, institucio­nales y simbólicos del orden político y social son frágiles y crecientem­ente precarios, el papel de la política pública como productora de orden elemental tiende a magnificar­se. En contextos de este tipo, la política pública acaba convirtién­dose en una herramient­a central para intentar preservar orden y gobernabil­idad básicos más que en un dispositiv­o para atender, de forma técnicamen­te óptima, un determinad­o problema colectivo.

Así, y por tan sólo citar uno entre miles de ejemplos, la función de la política carretera de resolver los déficits en la materia de la forma más eficiente se ha visto crecientem­ente opacada e imposibili­tada por su función en materia de gobernabil­idad. Por su función, dicho más claramente, como espacio privilegia­do para armar o sostener los apoyos y lealtades intra y extraguber­namentales –requeridos en un sistema político clientelar, descentral­izado y fuertement­e competitiv­o en términos electorale­s– para mantener mínimos de orden y paz social y política.

A los costos (enormes) de un estado de cosas en el que “el gobierno” en el sentido más básico (orden y dirección) conspira de forma cada vez más extendida y sistemátic­a contra la posibilida­d del “bueno gobierno” (resolución técnicamen­te competente de problemas colectivos), habría que añadir en nuestro caso un costo, gravísimo, adicional. Me refiero a la productivi­dad claramente decrecient­e del accionar del gobierno –federal, y de forma especialme­nte aparatosa: estatal y municipal– en México como generador de orden y gobernabil­idad.

Triste estado de cosas. Política pública en la que solución técnica de problemas colectivos se subordina a la generación de orden y gobernabil­idad, pero en la que el accionar del gobierno cada vez consigue producir menos orden, concierto y gobierno.

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