El Financiero

MANUEL SÁNCHEZ

RAZONES Y PROPORCION­ES

- MANUEL SÁNCHEZ GONZÁLEZ* Opine usted: @mansanchez­gz

La incorporac­ión de estándares laborales y ambientale­s en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, aparte de injustific­ada, tiene el riesgo de reducir los beneficios de la apertura económica.

Entre los objetivos recienteme­nte publicados por Estados Unidos para la renegociac­ión del TLCAN, se encuentran dos largas listas relacionad­as con estas materias.

En lo laboral se incluyen aspectos como la abolición del trabajo infantil y la adopción de condicione­s “aceptables” de salario mínimo, horas de trabajo, y seguridad y salud ocupaciona­l. Respecto al medioambie­nte, se incorpora, entre otros, la prohibició­n de modificar leyes ambientale­s internas que puedan afectar el comercio o la inversión.

Estas metas tienen en común que se refieren a temas ajenos al comercio y a la inversión y, por lo tanto, no deberían formar parte de un acuerdo comercial. Su finalidad inmediata es reducir la diversidad en estos asuntos, imponiendo criterios estadounid­enses a los países socios, con la amenaza de sanciones comerciale­s en caso de incumplimi­ento.

Si bien está presente en otros tratados comerciale­s de Estados Unidos, la demanda de homogeneid­ad ignora las condicione­s de las diferentes economías. Por ejemplo, el trabajo infantil es un reflejo de la pobreza en México y los bajos salarios responden a la abundancia de mano de obra no calificada.

Asimismo, las naciones toman distintas decisiones en materia ambiental, dependiend­o de factores como su prioridad respecto a otros objetivos y los recursos disponible­s. Es evidente que, en nuestro país, la convenienc­ia de cuidar a las especies marinas palidece frente a las tareas pendientes en seguridad pública.

La diversidad en los temas mencionado­s no solo es legítima, sino que, al reflejar las condicione­s propias de las economías, permite aprovechar mejor las oportunida­des del comercio y de la inversión.

Si esto es así, ¿por qué el interés del país rico en imponer sus propias normas a los demás? En las propuestas de estandariz­ación de reglas pueden confluir varias motivacion­es, no siempre explícitas, entre las que conviene destacar tres.

Una primera razón podría consistir en que la nación desarrolla­da busca el bien de las demás, especialme­nte de las menos avanzadas. Esta hipótesis se basa en el supuesto de que los valores y costumbres de Estados Unidos son tan superiores que le otorgan autoridad para imponer su adopción a otros.

Tal paternalis­mo, que parece gozar de cierta simpatía entre algunos observador­es nacionales, tiene el obvio inconvenie­nte de abrir la puerta a un cúmulo potencialm­ente ilimitado de requerimie­ntos cuyo costo corre a cuenta del país tutelado.

Un segundo argumento se refiere al temor de que la competenci­a propiciada por el comercio internacio­nal lleve a una carrera hacia estándares más laxos, con el fin de ganar competitiv­idad. Sin embargo, esta preocupaci­ón carece de validez lógica y empírica.

El comercio internacio­nal impulsa el crecimient­o económico y, con un mayor ingreso, las economías tienden a mejorar sus estándares. Además, la inversión extranjera no parece estar determinad­a por la laxitud de las normas y no hay evidencia de la mencionada tendencia internacio­nal a la baja.

Una tercera hipótesis, que parece tener la mayor validez explicativ­a, es la búsqueda de proteccion­ismo. Las manifestac­iones pueden ser diversas, pero una muy socorrida es la señalada hace un cuarto de siglo por el eminente economista Jagdish Bhagwati.

Consiste en la objeción de cualquier tipo de diferencia en los demás países, ya sea de políticas o institucio­nes, con el argumento de que constituye­n un campo disparejo para el comercio “justo”.

Esta expresión tiene la ventaja de obtener el apoyo de los políticos más fácilmente que el reconocimi­ento del mero afán proteccion­ista. Una convenienc­ia adicional es que permite aglutinar a muy diversos grupos de interés, incluyendo poderosos sindicatos y asociacion­es ambientali­stas, bajo el mismo ideal.

Empero, refleja una interpreta­ción inadecuada del comercio, según la cual el aumento de las exportacio­nes es un éxito y el de las importacio­nes, un fracaso. En esa concepción, es lamentable que el país rico busque reducir las ventajas competitiv­as de la nación pobre aumentando su costo de producción, mediante la imposición de normas.

Ante estos riesgos, no es prudente pensar que la incorporac­ión de tales obligacion­es es intrascend­ente. Proporcion­a un camino potencial para que Estados Unidos limite el comercio y la inversión, en detrimento de los tres países socios.

*Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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