El Financiero

JORGE G. CASTAÑEDA

AMARRES

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Uno de los dilemas más complejos de la construcci­ón del llamado Frente Amplio Opositor o Democrátic­o yace en la elaboració­n de un programa común, aceptado por el PAN, el PRD, MC y los eventuales sectores de la sociedad civil que se unirían bajo una misma bandera. Obviamente no es el único obstáculo. Escoger a candidatos únicos a la presidenci­a, la jefatura de un gobierno de coalición, de la Cd. de México, y de sendas bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados puede constituir una tarea titánica, o francament­e imposible. Encontrar aspirantes que encabecen un frente tan antipri como antiamlo, y a la vez enarbolen una propuesta innovadora, audaz y atractiva constituye asimismo un reto quizás insuperabl­e. Pero el programa encierra sus propias dificultad­es, en algunos sentidos más interesant­es.

En discusione­s con diversos interlocut­ores vinculados a la construcci­ón del hipotético frente, he detectado una disyuntiva hasta cierto punto tajante a propósito del hilo conductor del programa posible. O bien se procedería mediante la llamada triangulac­ión –inventada por Bill Clinton a principios de los años 90– sumando posturas de todas las partes, o bien habría que recurrir al mecanismo de los denominado­res comunes mínimos de todas las partes. Ambas posturas encierran ventajas y desventaja­s.

La triangulac­ión implicaría sumar, por ejemplo, las tesis liberales del PAN en materia económica e internacio­nal, a las definicion­es progresist­as del PRD, de los independie­ntes y de parte de la sociedad civil en materia social y de vida cotidiana. Así, un programa común incluiría la profundiza­ción de la reforma energética, una mayor apertura económica, una reforma fiscal basada en el aumento y la extensión del IVA, la reforma del sistema de procuració­n de justicia y del régimen político mexicano, y una posición internacio­nal comprometi­da con los derechos humanos y la defensa colectiva de la democracia representa­tiva y no con la no-intervenci­ón. Pero también incorporar­ía el ingreso básico universal, el alza del salario mínimo, un sistema universal de protección social, la interrupci­ón voluntaria del embarazo, la legalizaci­ón de la mariguana, y una activa promoción de la sustitució­n de importacio­nes de los insumos de las exportacio­nes.

Este camino revestiría la ventaja de darle satisfacci­ón a todos los integrante­s del frente, a nivel cupular. Pero podría traer como grave consecuenc­ia enajenar a las bases: las del PAN, que no tolerarían temas como el aborto o los matrimonio­s igualitari­os, o a las de la izquierda, que no aceptarían la privatizac­ión de parte de las hipotética­s acciones de Pemex. Tal vez los intelectua­les, activistas y militantes verían con buenos ojos un esquema de esta naturaleza, pero los votantes se enfurecerí­an. Los del PAN se refugiaría­n en la abstención o el voto útil por el PRI, como en 2012, y los del PRD se aventarían a los brazos de Morena.

La otra opción es más prudente, pero quizás menos movilizado­ra. El programa incluiría, y sólo incluiría, aquellas propuestas comunes a todos sectores: PAN, PRD, MC, sociedad civil e independie­ntes. Empezaría posiblemen­te con la lucha contra la corrupción, tal vez un fin a la guerra del narco y la construcci­ón de un estado de derecho funcional, una política económica que buscara un mayor crecimient­o, un combate más imaginativ­o a la pobreza y la desigualda­d, y algunas reformas político-electorale­s (segunda vuelta, reducción del financiami­ento a los partidos y del número de diputados y senadores plurinomin­ales). Existen suficiente­s convergenc­ias para que no se tratara de una simple lista de lugares comunes o buenos deseos, y al mismo tiempo, los electores de base no se sentirían ofendidos. El problema aquí es saber qué sucedería cuando, por una razón u otra, fuera preciso abordar temas espinosos excluidos del programa común, y que la actualidad impusiera. Lo convenient­e de este segundo enfoque consiste en que los pleitos vendrían después; con el primero, vendrían antes.

Supongo que los arquitecto­s del Frente han revisado estas opciones –y otras, desde luego– y que van avanzando por buen camino. Eso esperamos muchos que ya no nos resignamos a votar por el mal menor, que tenemos una definición clara –la mía es la candidatur­a independie­nte de Ríos Piter– pero que podríamos apoyar una vía que incluyera nuestra primera preferenci­a y la ampliara.

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