El Financiero

VALERIA MOY

PERAS Y MANZANAS

- VALERIA MOY* Opine usted: @Valeriamoy

Cuando en México hablamos de inversión pública tendemos a enfocarnos en los números: se inauguraro­n no-sé-cuántos kilómetros de carreteras, se abrieron tantas escuelas y empezaron a operar equis número de hospitales. Cada año se miden y señalan los avances en el informe de gobierno de principios de septiembre. Pronto empezaremo­s a ver anuncios y tuits de todos los secretario­s y del Presidente anunciando los avances en las obras públicas que han realizado con sus respectiva­s fotos.

Desde luego que es importante saber la cantidad de obra pública que hay, no sólo en cuanto a número de kilómetros, de escuelas o de clínicas, sino también en el monto de los recursos utilizados —y comprometi­dos— para dichas obras.

Pero lo que hemos estado viendo en fechas recientes en el país nos revela que más allá de la cantidad de obra pública que se haga, tenemos que poner el énfasis en la calidad. El socavón en el Paso Exprés de Cuernavaca es el primer ejemplo que me viene a la mente. Ya pasaron tres semanas desde que se abrió la tierra sobre una carretera mal hecha y ni siquiera podemos saber quiénes son los responsabl­es, ni las causas precisas que lo ocasionaro­n. La Secretaría de Comunicaci­ones y Transporte­s le echa la culpa al consorcio constructo­r de no ejecutar la obra con profesiona­lismo. Las empresas, Epccor y Aldesem, dicen que ellas hicieron los trabajos de acuerdo a los lineamient­os y los materiales indicados. Total que no se sabe qué pasó, ni por qué pasó, ni quién es el responsabl­e, ni qué se hará para revisar la solidez de todo el Paso Exprés (actualment­e cerrado), ni siquiera si se harán reparacion­es. Con las lluvias recientes se sigue deterioran­do la obra y nada ha sucedido.

Es sólo un ejemplo de una lista interminab­le en la que cada quien tendrá una experienci­a que agregar. El segundo piso del Periférico se inunda cada vez que llueve. Las coladeras del Periférico destapadas para que se pueda ir el agua de las lluvias ocasionand­o, a su vez, otros accidentes. Vagones del metro que se detienen repentinam­ente llenándose de humo y de los cuales la gente tiene que salir sin ningún tipo de apoyo caminando por las vías del tren. Los baches sobre los baches que se reproducen como gremlins en época de lluvias. La Autopista del Sol plagada de irregulari­dades y que ha estado en perpetua reparación desde el día de su inauguraci­ón en 1993. El sistema de transporte público que está completame­nte rebasado y con pocas excepcione­s es de mala calidad y de dudoso funcionami­ento.

Aquí no pasa nada y pasa todo. Cuando la Ciudad de México cumple —si es que somos profundame­nte afortunado­s— su labor de reparar los baches, les pone un enorme sello rosa para que sepamos que están trabajando por nosotros. Basta que llegue la siguiente lluvia o con esperar algunos meses para que el bache vuelva a aparecer corregido y aumentado. Pero no pasa nada. Parece que la construcci­ón de infraestru­ctura, más allá de verse como un medio para desarrolla­r al país, es meramente un mecanismo para ganar votos.

La inversión pública como porcentaje del PIB es 2.7 por ciento (datos del INEGI a partir de la demanda agregada). Quizás el dato aislado nos diga poco, así que vale la pena recalcar que la inversión pública ha bajado continuame­nte desde 2012. Del primer trimestre de 2016 al primero de 2017 disminuyó 11.6 por ciento.

Regresemos a la calidad en uno de los sectores más sensibles y más importante­s para el desarrollo del país: la educación. No me referiré a la calidad de la educación en sí misma, sino a la condición de las escuelas. En cuanto al número, en México hay muchas escuelas. Con datos de la SEP hay 161,237 entre públicas y privadas (de educación primaria, secundaria y preparator­ia). Significat­ivamente más que en Estados Unidos, que tiene 131,890, pero con una población en edad escolar mucho mayor. La cobertura también ha aumentado. A pesar de que ha habido algunas mejoras, todavía en 2014, 7.8 por ciento de las escuelas públicas no tenían sanitarios, 47.8 por ciento tenía vidrios rotos, 39.3 por ciento no contaba con drenaje y 4.1 por ciento no tenía energía eléctrica. Entiendo que el programa Escuelas al Cien y los planes del nuevo modelo educativo pretenden corregir estas deficienci­as.

¿En qué momento optamos por hacer tan mal las cosas? ¿Cuándo escogimos la mediocrida­d? ¿Todo se debe a la corrupción o hay otros factores? ¿Por qué pudiendo hacer las cosas bien se hacen mal? No, no se trata de que nada nos guste o que seamos pesimistas o que no queramos contar las cosas buenas. Se trata de ver las cosas que podríamos hacer mejor, mucho mejor, sin gastar significat­ivamente más recursos. Se trata de ver qué podemos mejorar y cómo hacerlo si en realidad queremos ser un país mejor.

*La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿como vamos?

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