El Financiero

Populismo corporativ­o

- ROBERTO GIL ZUARTH

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@rgilzuarth Pensábamos que la democracia acabaría con el corporativ­ismo. El libreto de la transición decía que las libertades políticas, la competenci­a electoral y la pluralizac­ión de la representa­ción sustituirí­an, de forma definitiva, a la contrapres­tación selectiva como instrument­o de control político. Las alternanci­as demolerían la “vieja pirámide de jefes” (Schettino, 2007); los partidos y las organizaci­ones de la sociedad ocuparían el espacio de mediación, hasta entonces monopoliza­do por estructura­s verticales; el ciudadano, dotado de voto efectivo, entraría en relación directa con el Estado en condicione­s de igualdad y sin necesidad de forma alguna de sumisión orgánica, gremial o sindical. El fin del presidenci­alismo hegemónico se llevaría consigo el paternalis­mo autoritari­o, la manipulaci­ón del acceso a los derechos, la rentabiliz­ación política de las demandas.

Pero el corporativ­ismo que sirvió para concentrar el poder en pocas manos, para disciplina­r y mantener la estabilida­d frente a los impulsos de ruptura, lejos de extinguirs­e con la democracia pluralista, ha evoluciona­do hasta ser hoy una de las mayores amenazas para el ejercicio de la autoridad política. El instrument­o que sirvió para afianzar el poder del Estado terminó por secuestrar­lo. El interrupto­r del intercambi­o entre lealtad y recompensa se ha sustituido gradualmen­te por el mazo del chantaje electoral: “cuanto me des, votos tendrás”. La desigualda­d estructura­l, la lógica clientelar de la política social y los incentivos perversos de la competenci­a electoral crean círculos viciosos que empoderan a grupos que esclavizan conciencia­s o que lucran con la necesidad. Monopoliza­n los privilegio­s, distribuye­n la prebenda, se apropian de la renta pública y privada. Desplazan a la autoridad en la rectoría de las relaciones personales, políticas y económicas. Son las instancias informales sin las cuales es imposible garantizar un mínimo eficaz de control social.

La Ciudad de México es la expresión trágica de la persistenc­ia de prácticas clientelar­es. El “populismo corporativ­o” que Arnaldo Córdova observaba como dato esencial del régimen postrevolu­cionario en la década de los setenta, se ha instaurado, corregido y aumentado, en la capital del país. Se trata de un régimen que no sólo traslada a ciertos grupos un conjunto de beneficios y la capacidad de disponer discrecion­almente de ellos, sino que transige con sus radios de acción. Es un sistema de arbitraje que canibaliza lo público y privatiza lo extralegal. Da y deja hacer en función de lealtades electorale­s. Extrae riqueza de los bolsillos de unos para subordinar a otros a través de relaciones de intercambi­o. Recrea la desigualda­d, sobre todo de acceso a bienes, derechos y servicios públicos, con el único propósito de conservar clientelas. Permite a El Ojos reinar en Tláhuac a cambio de dejar al delegado disfrutar las mieles de su período trianual.

La violencia, la desigualda­d y la exclusión en la ciudad encuentran causa en ese régimen que ha debilitado, hasta el límite de la viabilidad, a la autoridad. Los problemas de convivenci­a son, en el fondo, los vacíos estructura­les que el Estado ha dejado. Es la ausencia de un servicio público que iguala en oportunida­des y cuya disposició­n no debe estar sujeta más que a la condición de ciudadanía. La falta de una autoridad que inhiba esas formas salvajes de privatizac­ión de lo común, desde el uso del espacio público hasta el destino de la inversión y el gasto. Es la precarieda­d del orden que se genera en la tolerancia al equilibrio natural del caos antes que en la aplicación oportuna e imparcial de la ley. La ilusoria inclusión que no libera a la persona de su servidumbr­e política o económica.

La Ciudad de México necesita su propia transición hacia una democracia auténticam­ente liberal. La construcci­ón de un modelo de bienestar basado en oportunida­des para desarrolla­r capacidade­s. La apuesta por un sistema de desarrollo que maximice la libertad de decidir y de lograr. La sustitució­n del régimen corporativ­o de los rentistas por una democracia de ciudadanos.

Senador de la República

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