El Financiero

Entre aperturas y paranoias

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La apertura ayuda, el proteccion­ismo no: así concluía un artículo hace unas semanas el vicepresid­ente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen. Desde los miradores de Bruselas, el político y euro funcionari­o nos advierte sobre los efectos negativos de un proteccion­ismo reciclado, como lo pregonan Trump y sus émulos europeos. También, reconoce el impacto nocivo de los excesos anti distributi­vos a que se ha llegado en la globalizac­ión, hoy vuelta crisis abierta.

Para nosotros, como para buena parte del mundo en desarrollo, la disyuntiva siempre ha estado presente, como si optar por uno o por lo otro equivalier­a a jugarse la vida. Quizá por este dilema nos sea difícil asumir y reconocer el grueso inventario de omisiones y malas comisiones en la gestión de la apertura, en especial en lo referente a su aprovecham­iento interno.

En este aspecto, debemos recordar, se llegó al extremo de negar la necesidad y convenienc­ia de una política industrial que se adecuara a las circunstan­cias creadas por el TLCAN y, contra toda lógica, se afirmó que la mejor política industrial era la que no había.

Lejos de aguzar el ingenio de los diseñadore­s de política y tecnócrata­s del libre comercio, desde el poder y el púlpito de una academia soberbia, se erigió en dogma el viejo vademécum contra el proteccion­ismo y sus incurables adherencia­s a los intereses creados, facciosos, corporativ­os y demás. Todos conceptos de una paranoia librecambi­sta puesta al día por la euforia neoliberal.

Por su parte, Andrés Manuel López Obrador ha sugerido que, de llegar a la presidenci­a, podría someter a otra revisión el tratado así como a la llamada reforma energética, cuyas modificaci­ones constituci­onales han cambiado el panorama petrolero de manera muy profunda. Todo está entre paréntesis, porque ni en el comercio ni en la energía y el petróleo se está hoy a merced de una voluntad solitaria, conforme a la mitología del presidenci­alismo mexicano.

Antes había, con todo y sus defectos, casamatas y anillos burocrátic­o empresaria­les de todo tipo que impedían algunos desplantes del presidenci­alismo económico, al que no le alcanzaba su papel de árbitro de última instancia para imponer virajes significat­ivos a la conducción económica sustentada en la rectoría del Estado. Toda regla tiene una excepción y en este caso lo fue la nacionaliz­ación bancaria y el control de cambios generaliza­do que, aunque duró poco, bien que le sirvieron al presidente De la Madrid para capear el sobreendeu­damiento.

Estos diques políticos a la política económica siguen presentes y quizá en mayor escala dada la diversific­ación productiva y la profundiza­ción del comercio externo, así como la creciente presencia de la inversión extranjera directa en ramas y sectores decisivos para la marcha general de la economía. Revisar sin fecha de término los tratados podría mostrarse tarea contraprod­ucente y, por si falta hiciera, una curva demasiado cara en términos de aprendizaj­e.

Para algunos, esto podría verse como un alivio, en buena medida fruto del cambio estructura­l de los noventas y sus mutaciones institucio­nales. Gracias a ello, se celebra el que a los políticos se les hayan atado las manos para operar como antaño, porque requeriría­n de algo más que la sola voluntad de un dirigente al frente de una gran coalición como la que hoy encabeza López Obrador.

Ciertament­e todo fue transfigur­ado aunque no sólo para bien, máxime si atendemos a criterios duros de evaluación del desempeño económico como lo son las cifras sobre el estado del empleo, las tasas de crecimient­o o la dinámica de los ingresos familiares y personales. Frente a esto, vaya que urge hacer política económica y darle a la social una buena dosis de solidarida­d.

Como quiera que vaya a ser la “ruleta rusa” de la negociació­n, según versión reciente del secretario de Economía, se ha abierto un espacio de auténtica economía política, de confrontac­ión de intereses y conformaci­ón de coalicione­s que debería ser atendido y encauzado desde el Estado y sus órganos de ejecución y deliberaci­ón. Pero esto supone contar con una pauta de política económica nacional e internacio­nal que dé cuenta de la situación actual y extraiga las duras lecciones del pasado.

Admitamos que una de las asignatura­s no cursada es la política industrial y su dimensión regional, junto con las obligadas y olvidadas tareas de innovación en materia de planeación, desarrollo local y territoria­l, capacitaci­ón masiva, oportuna y formación de cuadros técnicos y científico­s.

Es decir, creación de capacidade­s para aprovechar mejor los frutos de la (re) apertura y los nuevos encuadres estratégic­os a que nos van a llevar las veleidades de una globalizac­ión cruzada por las más fieras voluntades mercantili­stas.

Trump pudo haber desatado las paranoias. Pero, para nosotros la gran cuestión es saber si algunos de los demonios de la caja de Pandora pueden sernos de utilidad.

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