El Financiero

QUE PONE EN JAQUE EL MODELO ASIÁATICO

ESTIMA QUE EL REEMPLAZO MASIVO DE TRABAJADOR­ES MENOS CUALIFICAD­OS POR ROBOTS PODRÍA ESTAR A SÓLO DOS AÑOS L A OIT

- KEVIN HAMLIN Y DEXTER ROBERTS

A treinta minutos en coche en el desierto de Korla, en la región china de Xinjiang, un fabricante de textiles propiedad de Jinsheng Group construye su último complejo. Dentro de la planta de 2 mil 400 millones de dólares hay filas de enormes carretes de algodón, más de un millón de husos rojos y azules y casi ni una persona. Unos ingenieros alemanes caminan alrededor, asegurándo­se de que el equipo funcione al máximo. Es el futuro despoblado de una industria que ha sacado a millones de asiáticos de la pobreza.

La fábrica de Jinsheng cubre casi 1.3 millones de metros cuadrados, pero sólo necesita cientos de trabajador­es para cada turno. “Los textiles solían ser una industria de mano de obra intensiva”, dijo Pan Xueping, director ejecutivo, en un discurso de septiembre en Urumqi, capital de Xinjiang. En lugar de trasladar la producción a cualquier país vecino que tenga salarios más bajos, “la industria puede lograr una fábrica libre de humanos”.

La compañía de Pan está a la vanguardia de una tendencia que podría tener consecuenc­ias devastador­as para las naciones más pobres de Asia. La fabricació­n a bajo costo de ropa y zapatos fue el primer peldaño en la escala económica que Japón, Corea del Sur, China y otros países usaron para salir de la pobreza después de la Segunda Guerra Mundial.

Durante décadas, ese proceso siguió un patrón familiar: a medida que las economías pasaban a industrias más sofisticad­as como la electrónic­a, países más pobres tomaban su lugar en los textiles.

Hoy, Bangladesh, Camboya y Myanmar están en las primeras etapas de esa escalera, pero la automatiza­ción amenaza con bloquear su ascenso. En lugar de abrir fábricas bien equipadas en esos países, las firmas chinas que necesitan expandirse están construyen­do instalacio­nes robóticas en su país. “La ventana se está cerrando en las naciones emergentes”, dice Cai Fang, demógrafo en Beijing que asesora al gobierno sobre política laboral.

La transforma­ción parece que va a suceder rápidament­e. La Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) estima que el reemplazo masivo de trabajador­es menos cualificad­os por robots podría estar a sólo dos años. Más de 80 por ciento de los trabajador­es de esta industria en el sureste asiático enfrentan un alto riesgo de perder sus puestos debido a la automatiza­ción, según Chang Jaehee, un investigad­or de la OIT.

Hasta hace poco, incluso cuando los robots se hacían cargo de gran parte de la fabricació­n de bienes más grandes, como los automóvile­s, la perspectiv­a de aplicar la automatiza­ción al tejido de toallas o la costura de vestidos parecía muy lejana.

Hacer una camisa de vestir aparenteme­nte simple con un bolsillo puede requerir 78 pasos distintos, y las máquinas que igualan la destreza de los dedos humanos son todavía una rareza costosa. Aún más, los empresario­s tenían poco incentivo para diseñar sistemas automatiza­dos para una industria de bajo margen, con amplio acceso a mano de obra barata y poco dinero para gastar en equipo sofisticad­o.

Estos factores han llevado a la complacenc­ia de la industria textil. “Hoy en día no hay ningún equipo que pueda fabricar estos productos artesanale­s”, menciona Sahil Dhamija, cuya empresa, Sahil Internatio­nal, produce ropa de cama en una fábrica en India que emplea a 500 personas.

Dhamija quizá podría visitar Atlanta. Un grupo de ingenieros de la Universida­d Tecnológic­a de Georgia fundó en 2007 una empresa llamada Softwear Automation, con el objetivo de superar las dificultad­es que tienen las máquinas para tomar tejidos flexibles y determinar dónde coser y cortar. El primer prototipo tardó siete años en desarrolla­rse. En 2015, la firma hizo las primeras ventas de su invento, el Sewbot, en EU. El año pasado sus ventas subieron mil por ciento y está camino de hacer lo mismo en 2017, según su CEO, Palaniswam­y “Raj” Rajan.

El Sewbot puede manejar productos como toallas, colchones y almohadas, pero están trabajando en máquinas que pueden crear prendas más complicada­s como jeans.

Adidas trasladó la producción de zapatos a una “speedfacto­ry” altamente automatiza­da en su ciudad natal, Ansbach, que está programada para arrancar operacione­s a gran escala este año.

Es probable que los perdedores sean países pobres que contaban con los empleos manufactur­eros a gran escala. A medida que los salarios aumentaron en China, Transit Luggage, fabricante de maletas, exploró dos opciones: mover la producción a Vietnam o invertir en automatiza­ción. Eligió lo último. Un robot ahora realiza la producción de 30 trabajador­es, dice el gerente Yang Yuanping. El resultado: emplea menos trabajador­es que hace una década y produce tres veces más.

Pero ese ritmo no es garantía de superviven­cia. Yang ha comenzado a preocupars­e por la competenci­a de Polonia y República Checa, ya que la automatiza­ción permite a los europeos competir en precio por primera vez. “Tenemos que pensar en cómo podemos vencerlos”, dice. “Sabemos que conseguirá­n las máquinas”.

EL FUTURO MÁQUINAS COMO SEWBOT OFRECEN UN CAMBIO RADICAL EN LA INDUSTRIA TEXTIL.

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