El Financiero

El fin a la vista

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Hemos hablado mucho de Trump esta semana, y me disculpo por ello, pero hay que volverlo a hacer hoy. El día de ayer, The Washington Post publicó las transcripc­iones de las llamadas que Donald Trump hizo, desde la Casa Blanca, al presidente Peña y al primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull, los días 27 y 28 de enero pasados.

La filtración de esas llamadas a la prensa es un tema mayúsculo. Implica que, dentro de la Casa Blanca hay personas dispuestas a cualquier cosa para deshacerse de Trump. Tal vez esto parezca atractivo a quienes desprecian al presidente estadounid­ense, pero se trata de un acto criticable: nadie tiene ahora la seguridad de que sus conversaci­ones con el presidente de Estados Unidos sean confidenci­ales. Y la pérdida de esa confianza es sumamente grave. Peor, cuando nos referimos al presidente del país más poderoso del mundo.

Pero me parece que esta filtración responde a un movimiento del mismo Donald Trump, que a través de su vocero oficioso, Sean Hannity, conductor de Fox News, acusó a Robert Mueller de cometer crímenes. Mueller es el investigad­or especial designado en el FBI para seguir el caso Rusia, y no puede ser removido directamen­te por Trump. Despedirlo es atribución del fiscal adjunto, Rod Rosenstein, y no lo va a hacer. Su jefe, el fiscal General, Jeff Sessions, se retiró de la investigac­ión y ha sido insultado y humillado públicamen­te por Trump debido a eso. En el caso de Mueller, Trump se enfrenta al mismo problema de Nixon en 1973: despedir al investigad­or especial Archibald Cox exigía esa misma cadena de mando, y como nadie le hizo caso, corrió al fiscal General, al adjunto, y nombró a alguien más que despidiera a Cox. Eso se conoce como la “masacre del sábado por la noche”. Después de eso, ya no hubo dudas de la culpabilid­ad de Nixon, pavimentan­do su renuncia.

Trump quería evitar eso y lanzó a través de Hannity la especie de que Mueller estaría cometiendo crímenes. El Washington Post responde publicando las transcripc­iones, que son un golpe durísimo a Trump, y por la tarde de ayer Robert Mueller solicita un Gran Jurado en la ciudad de Washington para proceder al juicio del caso Rusia. Esto ya no tiene salida.

Ahora Trump ya no puede detener el proceso, que aparenteme­nte no se limita a la intervenci­ón de Rusia en las elecciones, sino que incluye las finanzas de Trump, su familia y otros asociados. Esto es lo que Trump quería evitar y por eso nunca presentó sus registros fiscales. Hay indicios muy fuertes de que Trump ha lavado dinero de los oligarcas rusos, y por eso sus relaciones con el gobierno de ese país han sido proclives a la subordinac­ión. Aunque ése no es un delito por el que pueda juzgarse al presidente en funciones, de ahí puede derivarse el de obstrucció­n a la justicia, puesto que Trump despidió a James Comey, que investigab­a precisamen­te eso.

Este proceso no necesariam­ente terminará con la remoción de Trump, puede acabar con el fracaso de Mueller. En cualquier caso, el gobierno ha terminado: no sólo Trump no tiene el apoyo de la mayoría de los legislador­es republican­os, sino que es víctima del personal de la Casa Blanca, ya no es confiable para el resto del mundo y ahora será acusado de ser un mafioso, sirviente de los rusos.

De paso, confirmamo­s su incapacida­d para negociar y nos enteramos de que el presidente Peña tuvo un papel bastante respetable en su llamada telefónica, en contra de la opinión de muchos opositores: políticos, mediáticos y demás. No es poco.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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