No pedir peras al PRI
Al comenzar el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, el tabasqueño Carlos Madrazo,
exgobernador de su estado, llegó a la presidencia nacional del PRI, el 17 de diciembre 1964.
Madrazo intentó un proceso democratizador de su partido, a través del cual eran las bases y comités quienes nombraban a sus dirigencias y sus candidatos.
Esa visión entró rápidamente en corto circuito con la cultura y visión de los priistas… empezando por el presidente. El 17 de noviembre de 1965, Madrazo renunció a la dirigencia nacional del PRI. Apenas fueron 11 meses de un experimento fallido.
Poco más de medio siglo después, hay quienes creen que el PRI puede funcionar como un partido de militantes, donde los puestos de dirección y las candidaturas están sujetos a elección.
La realidad es que la cultura priista nada tiene que ver con ese tipo de funcionamiento.
El priista promedio espera que le den línea; está atento a lo que dicen las “corrientes” del partido.
Y, sólo cuando queda marginado de los puestos de dirección o de las candidaturas, porque otro grupo tomó el control, entonces eventualmente se convierte en rebelde.
La historia de este funcionamiento es añeja. Han existido desde escisiones pequeñas e intrascendentes hasta fracturas tan relevantes como la de 1988.
A la mitad de la primera fase de la Asamblea del PRI, organizada en mesas de trabajo, todo indica que no hay ninguna fractura en ciernes.
El priista número uno (el presidente de la República) así como el dirigente formal del partido, entendieron que había que dar espacio a las corrientes. Ninguna se sintió marginada, a todos se les dio su espacio.
Pero a la hora de las decisiones, la cultura del PRI, esa que hizo salir a Carlos Madrazo de la dirigencia a los 11 meses de haber llegado, se está imponiendo.
Al final de todo, el presidente Peña habrá tomado de lleno el control de la Asamblea y del proceso sucesorio.
Hoy se va a confirmar ese manejo, y el sábado, Peña va a pronunciar un discurso en el que va a exponer la capacidad que el PRI tiene para triunfar en la siguiente elección presidencial.
Y, como lo ha hecho en otras ocasiones, dará algunas claves del candidato que podrían caber en tres o cuatro personas de las que aspiran a esa posición.
Si alguien espera la democratización del PRI en esta Asamblea, sería como imaginar que un pez sale del agua y empieza a caminar y a respirar el aire.
Pero, igualmente, si alguien cree que el tercer lugar en las encuestas –en el que hoy están ubicados– va a hacer que el PRI se rinda, es que no conoce la historia.
La única vez que el PRI perdió la Presidencia estando en ella, es cuando un ‘real no priista’ era presidente de la República.
Ernesto Zedillo era lo más distante al priista prototípico. Y usó el poder presidencial para disciplinar al partido con objeto de que funcionara la democracia.
Casi dos décadas después, muchos priistas no se lo perdonan.
Las cosas son diferentes hoy. Hay un priista de cepa en la Presidencia que va a apretar todos los botones y a mover todos los hilos para que su partido siga en el gobierno.
No hemos visto algo así en procesos electorales previos.
Por esa razón –que no es poca cosa– pese a su tercer lugar hoy, el PRI puede seguir siendo un prospecto viable para ganar en las elecciones del 2018. Guste o no.