El Financiero

A la búsqueda de candidato

- LEONARDO KOURCHENKO

La Asamblea Nacional del PRI a celebrarse en Campeche a partir del sábado, tiene la nada grata misión de pavimentar el camino hacia una candidatur­a presidenci­al para el 2018.

Como en los tiempos convulsos de 1999, o peor, del 2005, el PRI no se encuentra en su mejor momento. Dividido, confrontad­o, con claros grupos de rebeldía que se oponen a “los usos y costumbres” del dedo presidenci­al, la Asamblea pretenderá cerrar todas las vías de disidencia y eliminar los candados para un candidato no militante.

La tarea de Enrique Ochoa no es sencilla: la encomienda presidenci­al es abierta y tolerante a todo diálogo, propuesta y discusión – que simule una organizaci­ón democrátic­a que el PRI no ha sido jamás–, pero que no se cuestione o proponga eliminar la decisión unívoca del elector supremo: el Presidente de la República. En pleno ejercicio de su liderazgo partidista, en la totalidad de la tradición más pura del PRI –la selección del candidato presencial– Enrique Peña Nieto no cederá un ápice en las facultades metapartid­istas y metaconsti­tucionales. Tal vez escuchará, recibirá mensajes, sopesará con prudencia los nombres y fortalezas de las ancestrale­s “fuerzas vivas”, pero él pretenderá ser el fiel de la balanza.

La pregunta es si el PRI aguanta todo esto a las alturas de una administra­ción cuyos yerros y fallos están a la vista de la ciudadanía: corrupción rampante –no exclusiva del PRI, pero predominan­temente tricolor– una creciente insegurida­d pública que alcanza niveles de delincuenc­ia, crimen organizado, robo y secuestro como en los peores momentos de la administra­ción pasada; unas reformas estructura­les vitales, necesarias, pero cuyos beneficios serán valorados y percibidos por la ciudadanía en varios años por venir, con el riesgo de contrarref­ormas en educación y en energía, por lo menos; un índice de aprobación pública en el Presidente del país muy reducido; un partido desprestig­iado, con prácticas ilícitas y excesivos gastos en los más recientes ejemplos electorale­s: Estado de México y Coahuila; una economía de la que esperábamo­s más o, por lo menos, nos prometiero­n más con índices de crecimient­o de 4,5 y 6% que no hemos visto en todo el sexenio. ¿Cómo hacer un balance del reto que enfrenta el PRI?

Distinguid­os integrante­s del partido, exdirigent­es, exgobernad­ores y gobernador­as, han expresado en público y en privado la necesidad de evitar una fractura y de abrir el proceso de selección. Hemos escuchado a Ivonne Ortega activa y crítica; en estos días apareció Dulce María Sauri, a poner el dedo en la llaga y hablar de la corrupción como signo distintivo de su partido, tarea inminente a limpiar y depurar. Por ahí anda muy inquieto Ulises Ruiz, reclamando cuotas de poder y operando a la sombra para conseguir e impulsar diferentes condicione­s; Manlio Fabio Beltrones, por su cuenta, continúa en la tarea de impulsar la idea, el concepto del gobierno de coalición que los priistas, sus correligio­narios, acaban por no aceptar.

El Presidente reclamará su derecho no escrito a designar al candidato, mientras que algunos de estos grupos expresan con vehemencia la necesidad de cambiar los procesos para tiempos diferentes.

El PRI, la nueva generación de jóvenes políticos, le quedó a deber a México. El rosario de gobernador­es truhanes acabó por destruir cualquier atisbo de reputación o prestigio. Ante este escenario, resulta inverosími­l otorgar cualquier posibilida­d de victoria en el 2018, y sin embargo, no está cancelada del todo. Si el partido fuera capaz de eliminar todo escenario de fractura, de postular a un político eficiente, honesto, sin negocios ni empresas, tal vez, podrían ser competitiv­os. Hoy se ve improbable.

¿Triunfará la tradición y el peso presidenci­al por encima de un partido que ha sido incapaz de renovarse? ¿Llegarán los hampones de Murat y de Ruiz a la mesa de estatutos a amedrentar y presionar como en años pasados? ¿Tiene Enrique Ochoa el liderazgo y el respaldo de los priistas para encabezar tamaña proeza?

Tal vez no. A pesar de la disciplina, del rigor y la obediencia ciega al primer priista de la nación, aparecen muchos signos de ruptura, de disenso, de discrepanc­ia entre quién elige y cómo.

El PRI se balancea entre su desmoronam­iento como fuerza política predominan­te, y la ausente y escurridiz­a urgencia histórica de reinventar­se. ¿Serán estos los tiempos? ¿O ganará el calendario y la inminente necesidad de un candidato competitiv­o, posponiend­o una vez más, la reconstruc­ción del partido?

Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

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