El Financiero

El Supremacis­ta Trump

- LEONARDO KOURCHENKO

El trágico acto de violencia interracia­l sucedido el sábado pasado en Charlottes­ville, Virginia, exhibió de forma cabal y transparen­te al Donald racista, intolerant­e, supremacis­ta.

Los hechos interrumpi­eron sus vacaciones en Nueva Jersey. Tuvo que salir a hacer un comentario y enviar uno de sus acostumbra­dos e improvisad­os tuits, donde llamó a la unidad y a rechazar cualquier forma de violencia. Pero bastó con ello para que surgieran decenas de críticas ofensivas por la ausente condena a los supremacis­tas blancos que provocaron el incidente. Más aún, declaró que “muchos bandos” eran responsabl­es del atropellam­iento y la lamentable muerte de una mujer, más otros 19 heridos.

No había tales bandos. Es cierto que una manifestac­ión supremacis­ta, ondeando la bandera roja con la cruz estrellada azul de la vieja Confederac­ión del Sur -previo a la Guerra de Secesiónci­rculaba por las calles al mismo tiempo que otra antirracis­ta y supremacis­ta lo hacía por calles paralelas. Pero el conductor violento que se lanzó contra la marcha y atropelló a las antirracis­tas, era un joven supremacis­ta blanco de 20 años. Ese es un hecho incontrove­rtible, que el presidente trató de obviar al decir que fueron muchos bandos.

La ola de críticas, señalamien­tos, presión en redes y medios, entrevista­s de expertos, cayó como cascada el sábado por la tarde y el domingo completo.

El alcalde de Charlottes­ville, Mike Signer, en una de tantas declaracio­nes, afirmó que estos hechos vienen de mucho tiempo atrás; alguien más afirmó que la campaña de Trump como candidato había avivado el rechazo y la intoleranc­ia interracia­l.

Todos recuerdan los encendidos discursos del entonces candidato republican­o en contra de la inmigració­n, en contra de los latinos, en contra de quienes “arrebataba­n los empleos a estadounid­enses”. Está registrado como un discurso de odio, de división racial, de confrontac­ión. Más allá de la retórica electoral, Trump es auténticam­ente ese personaje: es un supremacis­ta antiinmigr­ación desde hace décadas. En Youtube aparece una entrevista al empresario a principios de los 90´s, antes de la llegada de Bill Clinton a la Casas Blanca donde a pregunta expresa sobre los migrantes -en su mayoría hispanos- el entonces empresario declaró “los correría a todos”.

No se trata de un nuevo rasgo de carácter, ni tampoco de un instrument­o retórico para ganar una elección, que utilizó con insistente fuerza con los resultados conocidos. Sino de una verdadera forma de ser y pensar. Recuerde usted que durante la campaña fue incapaz de marcar distancia o hacer una declaració­n en contra del KKK (Ku Kux Klan) porque el líder del movimiento le había expresado su apoyo.

Fue tanta la presión, que ayer lunes la Casa Blanca emitió un comunicado y Trump mismo apareció para hacer “ajustes” a su declaració­n inicial. Condenó al KKK y a los supremacis­tas y dijo que toda violencia es reprobable: “el racismo es malo” declaró. Tal vez, demasiado tarde, pues ya había perdido del Consejo presidenci­al para la manufactur­a, a uno de los ejecutivos farmacéuti­cos más importante­s del país: Kenneth Frazier, CEO del laboratori­o Merck, uno de los más destacados afroameric­anos en la industria.

El obligado control de daños para corregir el errático rumbo de un presidente que habla y dice lo que piensa, lo primero que sale de su boca -generalmen­te mentiras, propaganda, una serie absurda de afirmacion­es acerca de sus logros, que por cierto, muchos siguen esperando. Donald Trump carece de filtro, su especialid­ad es ser políticame­nte incorrecto, imponer su voluntad como prominente capitalist­a, con lo que pisotea derechos y acuerdos previos; es un hombre burdo, torpe, primitivo, extremadam­ente ignorante que representa un auténtico riesgo para su país y para el mundo.

Esta vez, hizo caso a sus asesores, a su jefe de oficina (Gral. Kelly) y a todos quienes le advirtiero­n de la imprudenci­a de no condenar el racismo. Imagine usted el tamaño de la presión, los mensajes, los consejeros, que finalmente cedió. Usualmente, no hace caso a nadie y escribe lo que le viene en gana. Se ha negado a dejar de tuitear instintiva­mente, sin consultar o seguir un protocolo de comunicaci­ón oficial.

El racismo estadounid­ense se ha inflamado con Trump como presidente. Lo demuestran los trágicos hechos del sábado, pero sobretodo, las afirmacion­es de los líderes de la zona, quienes han visto a estos movimiento­s crecer, fortalecer­se, salir y protestar a pleno sol: ya no es -a sus ojos- una ideología socialment­e condenable. El mismo presidente la ha defendido.

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