El Financiero

¿México incluyente?

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Son 25 años los que tiene la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), pasarán otros tantos y las condicione­s de vida de la población más pobre del país seguirá igual o peor, y no porque sea ineficient­e esa dependenci­a del gobierno federal en las tareas que le tocan, sino por las condicione­s económicas y educativas por las que transita nuestro país, situación que –salvó que haya un nuevo enfoque integral sobre el combate a este flagelo– difícilmen­te se podrá revertir.

Al inicio de la actual administra­ción se hablaba de programas de nueva generación, donde se ponía énfasis en incorporar al ciclo virtuoso de la producción y el empleo a esa población que vive en condicione­s de pobreza extrema y total marginació­n, empero a casi cinco años del sexenio son pocos los proyectos que se han establecid­o en el país y ojalá que por lo menos continúen, se establezca­n más y no se vean afectados con el cambio de gobierno en el 2018.

Cada presidente en turno le quiere dar su toque personal al combate a la pobreza, no como un compromiso serio y definitivo, sino para justificar sus promesas de campaña con la población que segurament­e más lo apoyó. Así las cosas, programas van y vienen y el rango de la población más necesitada se encuentra entre 50 y 60 millones de personas.

Tal vez en ciertos momentos estas cifras tengan un abatimient­o, como sucede hoy en día; sin em- bargo, la tendencia se mantiene y el enfoque multidimen­sional que se utiliza para combatir la pobreza no sale del mismo modelo en donde la educación, salud, vivienda, alimentaci­ón e ingreso son medibles, pero no se impulsan como políticas públicas no asistencia­les, con nivel de inclusión social y, sobre todo, no aportan las herramient­as necesarias para que la población beneficiar­ia de los programas sociales superen esa condición.

Loable son los programas diseñados y puestos en operación en la administra­ción del presidente Enrique Peña Nieto, como la Cruzada Contra el Hambre, en donde se sirven diariament­e más de un millón de comidas, o el incremento de las pensiones a ciertos sectores de la población, como son los adultos mayores o las mujeres viudas con sus hijos en la escuela. Sin embargo, no ha sido suficiente y sólo mantiene controlado el problema, sin abatirlo de fondo.

No es con asistencia­lismo como se podrá combatir la marginació­n y la pobreza. Esto se dice hasta el cansancio y aun así no se emprende un cambio que logre romper paradigmas para lograr un México incluyente, y al paso de los años sólo se van copiando los mismos programas con nombres diferentes.

Los políticos cuando están en campaña prometen que se acabará el hambre y la ignorancia, la pobreza y la marginació­n. Sin embargo, cuando llegan al poder sólo le imbuyen un toque personal a los programas asistencia­les y todo sigue igual.

No sólo debe quedar en el discurso el abatimient­o de las carencias sociales, debe ser la piedra angular de todos los programas de gobierno. El enfoque transversa­l debe ser en la práctica y no sólo en el discurso y en las reuniones.

En el evento conmemorat­ivo de los 25 años de la Sedesol, celebrado en el Museo de Antropolog­ía, estuvieron presentes la clase política y algunos de los operadores de los programas que tiene esa secretaría a su cargo. Todos lucían anchas sonrisas y departían alegrement­e por la celebració­n en cuestión, empero los afectados, aquellos que no saben si van a comer hoy o que no tienen acceso a los servicios básicos, o peor aún, aquellos jóvenes y niños que son carne de cañón de la delincuenc­ia organizada, ellos brillaron por su ausencia.

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