El Financiero

Marx mercado

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Como usted sabe, estoy convencido que división del mundo entre izquierda y derecha ya no es útil. Lo fue después de la Segunda Guerra Mundial, y hasta el fin de la Unión Soviética, pero ya no más. Antes de eso tampoco existió, aunque algunos crean lo contrario. La división de la Asamblea previa a la Revolución Francesa, que es el origen de los nombres, era entre liberales y representa­ntes del viejo régimen, nada que ver con la Guerra Fría. No hay una izquierda propiament­e hablando durante todo el siglo XIX, al menos políticame­nte relevante, ni creo que la haya en la primera mitad del siglo XX. En cualquier caso, hoy no creo que ayude nada pensar así.

En la posguerra, esa división se centraba en un conjunto de ideas marxistas. La primera, que la estructura económica determina todo el funcionami­ento de la sociedad (o en sus propios términos, la superestru­ctura política, jurídica e ideológica). La segunda, que la versión marxista de la economía tenía sentido. Ambas ideas son erróneas. No es la estructura económica el determinan­te de la vida social, como es evidente en miles de ejemplos, desde la aparición de la agricultur­a hasta la Reforma, pero no me voy a detener en ello. Lo que me interesa comentar con usted es una idea que podría ser útil a quienes creen que deberíamos vivir en una sociedad más justa y por eso se han arrimado a la izquierda, en donde nunca han tenido éxito y muchas veces han acabado convertido­s en fanáticos.

El defecto básico de la economía marxista es la idea de que el valor de las cosas lo determina el trabajo invertido en producirla­s. Eso no es cierto. No importa cuánto tiempo y esfuerzo haya yo invertido en escribir este artículo, usted lo leerá o no si le interesa, y si nadie lee lo que escribo, tarde o temprano El Financiero dejará de publicarme. Y de nada me servirá argumentar que dedico horas a cada texto. No es el trabajo invertido lo importante, sino si a alguien le parece útil el resultado.

Pero en la primera mitad del siglo XIX ésa era la idea más popular, y Marx se quedó en ella. Sólo el trabajo producía valor, de forma que si un producto se vendía en un precio superior a ese valor, la diferencia era “plusvalía”, que Marx convirtió en “explotació­n”. La conclusión obvia es que esa “explotació­n” debería quitársele al capitalist­a, y el procedimie­nto implicaba trasladar la propiedad del capital a los trabajador­es. Con eso, se imaginaba, también se resolvían otros asuntos, como la alienación y demás. Eso nunca queda claro, pero no importa ahora. Si, como sabemos, el valor de las cosas no lo determina el trabajo invertido en ellas, sino el interés que los compradore­s tengan, entonces lo que hay que repartir de forma equitativa no es el capital, sino el mercado. Dicho más claramente: si a alguien le interesa que la economía sea más justa, como afirman querer quienes se ubican en la izquierda, lo que deben buscar es garantizar que el acceso al mercado sea igual para todos.

Subir impuestos, fijar salarios, repartir subsidios, no sirve de nada en la búsqueda de la justicia económica. Lo que sirve, como vemos, es garantizar que todos tengan acceso igualitari­o al mercado. Para ello, es indispensa­ble defender los derechos de propiedad (si no, ¿qué se intercambi­a en el mercado?) y evitar cualquier tipo de poder de mercado que pueda alterar la justa competenci­a.

Me imagino que le suena raro, pero piénsele un rato. Hay casos especiales (mercado laboral, educación) que en otro momento platicarem­os. La idea general, sin embargo, creo que está clara: si quiere justicia, garantice propiedad y competenci­a. Lo demás, se resuelve solo.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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