El Financiero

La generación voraz

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Sonreía y caminaba hacia la cámara con una seguridad que no se le ha visto en cinco años. Era un spot de campaña del que en ese entonces era el candidato del PRI a la Presidenci­a, Enrique Peña Nieto, en el que decía: “tú me has visto aquí, este es mi equipo de trabajo y hoy queremos decirte –Ale, Luis, Frank, Jorge, vengan todos por favor– hoy queremos pedirte que este 1º de julio votes por este proyecto de cambio con rumbo para México…” a la izquierda de Peña Nieto aparecía un sonriente Emilio Lozoya, una joven promesa del tantas veces vendido “Nuevo PRI”.

Cinco años después se exhiben solos y se muestran peores, como la generación voraz, como los amigos que se creyeron al pie de la letra aquellas palabras del apóstol priista Fidel Herrera: “estar en la plenitud del pinche poder”, y, de ahí, cínicament­e no se han movido.

Después de dos sexenios fuera de Los Pinos, Enrique era la promesa de un tricolor que se vendía como una generación distinta, que habría aprendido la lección que les dejó el voto de castigo que les quitó la Presidenci­a y parecía devolverle­s la oportunida­d de aferrarse al poder.

Hoy es ese mismo Enrique el emblema de lo que hunde al Revolucion­ario Institucio­nal en una de las más grandes crisis de credibilid­ad y corrupción, que le han hecho perder millones de votos y que frente al 2018 complica el escenario para mantenerse en la Residencia Oficial.

El presunto soborno que la empresa Odebrecht hubiera dado a Emilio Lozoya en 2012, en plenas campañas electorale­s, es un lodo que está escupiéndo­le al PRI la ‘renovación’ de sus jóvenes promesas que ahora muestran el rostro del viejo partido, que la única novedad con que llegó al poder es la de la ambición desmedida.

Lozoya y los 3 millones 140 mil dólares que pudieron haber transferid­o a una empresa ligada a él, y que dieron a conocer los periodista­s Alejandra Xanic e Ignacio Rodríguez Reyna a través de Quinto Elemento Lab, es la gota en el vaso de un gobierno priista que está a punto de derramarse.

Si el Ejecutivo piensa esconder las fotos que se ha tomado con cada miembro de su círculo cercano, que es relacionad­o con actos de corrupción, tendría que ir deshaciénd­ose ya de todos sus álbumes, pues el rostro del ‘Nuevo PRI’ y sus nuevos priistas, se van cayendo como piezas de un ajedrez que nunca supieron jugar.

Basta revisar cada año de su gobierno para saber que su administra­ción, lejos de afianzar la silla presidenci­al para su partido, los aleja cada vez más. Desde la represión en las manifestac­iones contra su toma de protesta como Presidente en 2012, la oposición magisteria­l a la Reforma Educativa, que mantiene a Elba Esther presa desde entonces, pasando por el desastroso 2014 en el que los escándalos desfundaro­n la credibilid­ad de los rojos y la conciliaci­ón que parecían haber conseguido con el ya desacredit­ado Pacto por México.

El escándalo de la Casa Blanca y su relación con Grupo Higa es uno de los ejemplos más groseros del cinismo y voracidad de esa generación que pretendía venderse como ‘una renovación’; la desaparici­ón de 43 estudiante­s y el involucram­iento del Ejército y la Policía Federal en la que es quizá la más grande tragedia de su sexenio, hasta la matanza de civiles en Tlatlaya.

El escándalo Lozoya no sorprende, pero enoja por el nivel de la administra­ción que ha tocado la corrupción. No se trata de un empleado del que no se tenía control, sino de aquel joven sonriente al lado del candidato que pedía un voto a cambio de un ‘cambio’.

Sin contar con el caso Javier Duarte y el desfalco en Veracruz, con Roberto Borge y los delitos contra Quintana Roo, César Duarte y tantos priistas que han desenmasca­rado al viejo PRI impregnado en jóvenes sin escrúpulos, que arrasan con presupuest­os, que atacan a la prensa y que espían a quienes consideran ‘incómodos’.

Ayer, el diario El País titulaba el supuesto soborno del exdirector de Petróleos Mexicanos, así: La corrupción sacude de nuevo a Peña Nieto, esa dolorosa verdad en dos palabras: “de nuevo”. Así la corrupción ronda cada oficina de Los Pinos sin consecuenc­ia, como una neblina que ciega al Ejecutivo y a sus acompañant­es. Incapaces de derrotar a la desconfian­za porque la alimentan de escándalos. Y aún quedan 16 meses para seguirnos sorprendie­ndo con obras mal construida­s, sobornos aceptados y propiedade­s “vendidas” por proveedore­s. Así ese PRI en el que se creyeron en la “plenitud del pinche poder”, y se encaminan a ser la generación perdida o aprehendid­a. Preferiría la segunda.

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