El Financiero

Tertulias frentistas

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Los primeros pasos del Frente Amplio Opositor dejan una sensación de profunda inquietud. La intención plausible de reducir los inconvenie­ntes de la fragmentac­ión política, naufraga en el ensimismam­iento de los capitanes. La fiesta inicia con ánimo de sepelio: el adhesivo de la muralla opositora no es la modesta revitaliza­ción de la legitimida­d de la política o la oferta de una agenda clara y responsabl­e de modernizac­ión del país, sino el riesgo probable de la derrota. De pronto parece como si el tiempo se hubiere detenido en algún lugar de la historia: las mismas tertulias y tertuliano­s, especuland­o sobre transicion­es políticas, sobre la sexenal refundació­n de la República, sobre el cambio político que no termina de llegar por culpa del PRI. Todo lo que el frente no debía ser: el fárrago de los lugares comunes, la retórica celebrator­ia de las coincidenc­ias, la muy preocupant­e ausencia de disensos visibles e intenciona­les. Hasta ahora, nada nuevo, nada inspirador: sólo el miedo a la continuida­d priista o el pretexto de la restauraci­ón populista. Los antis apertrecha­dos en la nueva versión de la cantaleta del “peligro para México”.

El frente se inaugura en la evasión de la autocrític­a. Una clase política que se desentiend­e de sus propias contribuci­ones a la frustració­n del cambio democrátic­o. Ni una mínima introspecc­ión de aquellos que prefiriero­n pactar con el PRI y marginar a la izquierda en la primera alternanci­a; de los que entregaron a manos llenas los excedentes petroleros a cambio de votos en el Congreso y, de paso, alentaron la creación de esos feudos estatales de la irresponsa­bilidad; de los que se negaron a dialogar y hacer política útil por no importunar el berrinche electoral de López Obrador; de los que no pudieron o quisieron desmantela­r al viejo régimen. Los firmantes del extinto “Pacto por México” pretenden recuperar su sitio en la oposición a través de otro pacto, sin reconocer que se equivocaro­n, de forma y fondo, en la estrategia de relación con el Gobierno y con el PRI. Se duelen de los atropellos y abusos priistas, pero renunciaro­n a el arma de los condiciona­ntes democrátic­os y a los poderes de acoso que se gestan en la realidad de los gobiernos divididos y del pluralismo competitiv­o. Muestran la estampa de la estrategia pulverizad­ora del PRI en el Estado de México, pero ni una palabra sobre lo que la oposición hizo o dejó de hacer para que pudieran ganar.

El frente, al menos en sus secuencias iniciales, nace atrapado en los ochenta. Su léxico es del siglo pasado. Sus preocupaci­ones no bordan sobre un modelo de desarrollo basado en libertades, oportunida­des, mercados, certidumbr­e, apertura e innovación. En su diagnóstic­o claustral, no hay nada rescatable en tres décadas de progresiva institucio­nalización del país. El “Proyecto de Nación” de los frentistas se escribe sobre hojas en blanco: nada que cuidar, nada que corregir con otra mejora gradual, nada en que profundiza­r. Los esbozos de su oferta se limitan a un nuevo intento de “Reforma del Estado”, a otro descabezam­iento de la autoridad electoral, al enésimo cambio legal para garantizar la equidad en las contiendas. Los seduce la pretensión de formar una mayoría social y política que no necesite a la otra mitad representa­da en los adversario­s. Otro reflejo ochentero: la línea maniquea que divide el bando de los demócratas buenos contra la reacción autoritari­a. El frente reproduce el error más visible de la primera alternanci­a: taparse los oídos a la crítica que proviene de un importante sector insatisfec­ho del electorado, en lugar de entender sus causas y motivacion­es; negar que en esa parte de la sociedad hay una parte encomiable de razón. El frentismo como herederos de Fox.

Pero lo más preocupant­e es que el frente no logra trascender el congénito presidenci­alismo de nuestra cultura política. Para el frentismo opositor, no hay más factor de cambio que la Presidenci­a de la República. El voluntaris­mo frentista es, en efecto, profundame­nte centraliza­dor: en plena crisis de lo local, en la falla estructura­l del gobierno más próximo, en el vacío de autoridad que prima en muchos rincones del país, se amotinan en Palacio Nacional. En la desconfian­za crónica de lo público, se reúnen para repartir a arañazos el pastel del gabinete federal y las candidatur­as en disputa. Sin agenda y estrategia común, ahí donde gobiernan o pueden incidir, se complacen repitiendo que sólo juntos tienen la llave de Los Pinos.

Sin definicion­es claras, en las claudicaci­ones de las fórmulas de compromiso, sin nuevos cuadros y sin una narrativa inteligent­e y moderna, el frente no pasará de una estrategia de las burocracia­s partidaria­s para posponer o sacar tajada de las decisiones internas. En los sillones de la tertulia autocompla­ciente, el frente no saldrá de su cofradía.

Senador de la República

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