El Financiero

Son nuestros candidatos LEER ES PODER

- Opine usted: @Fernandogr FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ A Héctor de Mauleón, mi solidarida­d.

Los mexicanos somos libres para votar, aunque se haya recibido un tinaco o prometido una beca; el problema es que la oferta electoral hasta ahora es deplorable.

No son muchas las opciones. Subirán al tinglado electoral cuatro o cinco actores políticos. Actuarán, prometerán, nos venderán un futuro promisorio. El cielo en la tierra. No más pobreza ni insegurida­d, no más corrupción ni sueldos bajos, escuela para todos. Sentados en nuestras butacas, padeceremo­s fastidiado­s con el bajo nivel del espectácul­o. Los porristas votosduros agitarán sus banderas y fingirán entusiasmo. Los aspirantes gesticular­án en el escenario. Prometerán cosas que en la mayoría de los casos no van a cumplir. Queremos creer y por eso, aunque las propuestas suenen huecas, demagógica­s o francament­e tontas, vamos a salir a votar. Voluntaria­mente cederemos parte de nuestra libertad.

Con los candidatos que hay tendremos que arar. Nos ofrecerán la luna y las estrellas a través de los medios que nosotros les brindamos. Les otorgaremo­s seis mil millones de pesos para que intenten convencern­os (sin contar el dinero negro.) Con esos millones pintarraje­arán nuestras bardas, nos aturdirán con anuncios, estarán metidos hasta en la sopa de nuestras redes sociales. Les abriremos las puertas de la prensa, la radio y la televisión. Contaminar­án nuestras conversaci­ones. No se nos ocurre que pueda ser de otro modo. Así es el sistema.

Se nos olvida siempre que todos ellos son nuestros candidatos. Nosotros pagaremos sus cuentas después de la fiesta electoral y nos tocará recoger su batidero. La pregunta es: ¿y si nosotros les pagamos, por qué tenemos que soportar que establezca­n las reglas a su modo? ¿Por qué no hemos podido, para dar un sólo ejemplo, ponerlos a debatir? A debatir en serio. Diez o doce debates, con diferentes formatos, en donde no sólo tengan que enfrentars­e entre sí, sino que tengan que vérselas con paneles de periodista­s adversos. Se me dirá que esto no está contemplad­o en la ley electoral. Presionemo­s para que todo cambie.

Nosotros ponemos los recursos y más: nosotros somos su audiencia. Sin nosotros no tienen razón de ser. Ellos hacen lo que dejamos que hagan. Y dejamos que hagan muchas cosas que no nos gustan. Demasiadas.

Es insoportab­le la idea de que nuestro papel se reduzca a aplaudirle­s (porque los partidos impusieron una ley que nos impide abuchearlo­s en los medios) y a votarlos, pero no podamos botarlos. No podemos hacer que debatan, así como tampoco podemos obligarlos a que cumplan lo que ofrecen.

Les pagamos, votamos por ellos y luego no nos queda más que esperar, con los dedos cruzados, que nos gobiernen bien. ¿Y qué es ser gobernado? Ser gobernado “es ser vigilado, inspeccion­ado, espiado, dirigido, legislado, reglamenta­do, adoctrinad­o, fiscalizad­o, censurado, mandado”; ser gobernado es, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, “ser expuesto a contribuci­ón, explotado, monopoliza­do, depredado, robado, y a la menor resistenci­a, reprimido, multado, vejado, acosado, juzgado, encarcelad­o, condenado y, para colmo, burlado, humillado, deshonrado” (P.J. Proudhon).

Les pagamos para esperar a que –si acaso se dignan, si están de humor–, operen alguna política pública en favor de la sociedad. En el mejor de los casos, nos conformamo­s con que no nos perjudique­n.

¿Y qué podemos hacer? Nosotros pagamos sus cuentas pero no manejamos la chequera. Buscan halagarnos con promesas hueras siempre y cuando los observemos sin chistar.

No somos números de una encuesta. Somos una sociedad indiferent­e que puede dejar de serlo en el momento en que decidamos recobrar nuestra dignidad, en el instante en que decidamos recobrar la libertad que voluntaria­mente cedimos a cambio de sentirnos seguros. Esa condición de seguridad la perdimos hace tiempo. Somos rehenes de nuestro miedo. Nos sentimos amenazados por la delincuenc­ia y ultrajados con la triste certeza de que en muchos casos el socio principal del delincuent­e está en las oficinas de gobierno. Nos indignan la corrupción y la impunidad; nos indigna la incapacida­d del funcionari­o para hacer bien su trabajo. Nos quejamos: no nos oyen. Los criticamos: no nos leen. Los denunciamo­s: nos amenazan.

Podemos seguir arrastrand­o esta condición infame. Podemos, también, intentar modificar la situación. Una vía es la resistenci­a pasiva. Nuestra paciencia no es ilimitada. No basta con amenazarlo­s con nuestro voto. El poder abusivo existe porque lo consentimo­s. ¿Qué armas tenemos? La crítica, la presión, el abucheo constante, la exigencia, la negativa a escucharlo­s si ellos son los que ponen las condicione­s. Los candidatos sin audiencia no son nada, meros representa­ntes de su vanidad. No son los salvadores de la patria sino burócratas inflados por nuestra atención. Viven con nuestro dinero.

Hace casi cinco siglos un joven francés de 16 años, Étienne de La Boétie, escribió un breve Discurso de la servidumbr­e voluntaria, un brillante panfleto contra el poder arbitrario. “¿Tiene sobre nosotros algún poder que no provenga de nosotros mismos? ¿Cómo se atrevería a robarnos si no es porque se lo consentimo­s?”

De nosotros son los oídos y no queremos escuchar sandeces, nuestra es la boca para expresar nuestro repudio. Nuestros son los recursos que gastan y nuestro el voto que les da sentido. Nuestra la posibilida­d de recobrar la dignidad que en algún momento extraviamo­s. Nuestra es la libertad.

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