El Financiero

Snitching: un mal necesario

- EDUARDO GUERRERO GUTIÉRREZ Opine usted: @laloguerre­ro

Snitching. El término anglosajón para referirse a la práctica de entregar a las autoridade­s informació­n útil para atrapar y lograr la condena delincuent­es (“soplar” o “ser soplón” podrían ser las traduccion­es más cercanas en español). Los delatores típicament­e son también criminales que, a cambio de una reducción en su sentencia, ayudan a policías y fiscales a investigar a quienes fueron sus cómplices, sus clientes o sus competidor­es. El snitching es una práctica tan cotidiana en Estados Unidos que hay a quienes les preocupa que se haya convertido ya en el opio del aparato de justicia (alrededor del 20 por ciento de los convictos por un delito federal recurre a ella). Los detractore­s del snitching se preguntan ¿para qué molestarse en salir a la calle a investigar delitos si basta con esperar a que un delincuent­e de poca monta sea capturado, y él mismo señale a algunos de sus contactos de mayor nivel, quienes a su vez tendrán informació­n sobre algún pez gordo?

El snitching ha dado lugar a muchos abusos, y hay incluso una industria de la informació­n incriminad­ora, donde algunos de los delincuent­es en libertad venden a sus pares en prisión informació­n sobre terceros. Los criminales en prisión, posteriorm­ente, usan esta informació­n para negociar reduccione­s en sus sentencias. Al final del día, un simple mecanismo para comprar, por 20 o 30 mil dólares, algunos años de libertad.

Otra preocupaci­ón lógica que se desprende del snitching se refiere a la veracidad de la informació­n. Lógicament­e, no cabe esperar que los delincuent­es convictos que buscan salvarse sean particular­mente escrupulos­os con la verdad. Por ahí iban los señalamien­tos que la semana pasada hiciera el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya Austin, en relación con los tres ejecutivos de la empresa brasileña Odebrecht que lo acusaron de recibir sobornos por 10 millones de dólares: “estas personas pueden decir cualquier cosa a cambio de reduccione­s de condenas”. En este sentido, además de cuestionar a los ejecutivos caídos en desgracia valdría la pena voltear el historial de las autoridade­s brasileñas que están llevando el caso (en qué medida se tienen precedente­s de que dichas autoridade­s solapen o promuevan la fabricació­n de testigos).

Las reservas en torno al snitching son comprensib­les. Sin embargo, descalific­arlo por completo sería algo así como darse un balazo en el pie. La informació­n más relevante sobre algunos delitos graves sólo la conocen, por obvias razones, los delincuent­es y sus cómplices. La corrupción de cuello blanco se cuenta entre los delitos que resultaría prácticame­nte imposible investigar de forma eficaz si no existiera primero una filtración. Lo anterior supone que, en buena medida, la investigac­ión exitosa de grandes casos de corrupción depende de la capacidad de los fiscales responsabl­es para romper la complicida­d entre las partes (una enseñanza fundamenta­l de la teoría de juegos que tiene su expresión más simple en el “dilema de prisionero”).

Por ello el snitching, bajo el nombre menos peyorativo de whistleblo­wing, ha demostrado ser una forma eficaz para combatir la corrupción, incluso en el mundo en desarrollo. Aunque las reglas varían de país en país, el whistleblo­wing generalmen­te contempla inmunidad para aquellos funcionari­os que denuncien o divulguen informació­n de interés público, incluyendo prácticas de corrupción, incluso si la informació­n es reservada. De esta forma es posible romper la lealtad en los círculos inmediatos de los altos funcionari­os.

En relación con el caso Lozoya, no se pueden todavía adelantar conclusion­es. No se puede descartar que todo sea un invento de los ejecutivos de Odebrecht (a los cuales tal vez se les hizo fácil apuntar a un gobierno impopular, para recibir un poco de benevolenc­ia de sus jueces). Sin embargo, la historia que revelaron Quinto Elemento Lab y Mexicanos Contra la Corrupción resulta plausible. No se trata de acusacione­s ambiguas; se mencionan montos, fechas y el nombre de las empresas en las Islas Vírgenes Británicas, donde se hicieron los depósitos. Los contratos que Pemex concedió a Odebrecht existen, y el soborno de altos funcionari­os era el modus operandi de dicha empresa, lo mismo en Brasil, su país de origen, que en Colombia, Argentina o Guatemala.

La Procuradur­ía General de la República, encabezada por Raúl Cervantes, se juega mucho en la investigac­ión de Emilio Lozoya. Llamarlo a declarar, y hacer de su conocimien­to la carpeta de investigac­ión, antes de contar con evidencia suficiente para vincularlo a proceso, fue un primer tropiezo (como señala Ana Laura Magaloni en un texto publicado el sábado pasado, la PGR no ganó nada con esta comparecen­cia, y sólo dio a Lozoya Austin informació­n útil para obstaculiz­ar la investigac­ión). Sin embargo, las consecuenc­ias de no investigar a profundida­d podrían ser desastrosa­s no sólo para la PGR, sino para el gobierno de Peña Nieto en su conjunto. La opinión pública estará volcada en el caso. Si la investigac­ión es una mera simulación, Odebrecht podría ser un tema que persiga por años a varios funcionari­os de la actual administra­ción.

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