PERAS Y MANZANAS
No sé si a los funcionarios públicos les sea relevante la forma en la que pasan a la historia. A lo largo de sus mandatos, los presidentes, los secretarios, los gobernadores van tomando una serie de decisiones que marcan el tono de sus administraciones y la manera en la que pasarán a la memoria colectiva. Los gobernantes podrán tomar miles de decisiones, algunas erradas y otras acertadas, pero se les suele recordar por pocas. Nuestra memoria no da para tanto y escogemos selectivamente los recuerdos que queremos mantener en función de la información que recibimos continuamente.
Hay quien recuerda el sexenio de Carlos Salinas de Gortari principalmente por sus logros —crecimiento económico, tratados comerciales, autonomía del banco central, visión de futuro, privatizaciones— pero también quien lo recuerde principalmente por el último —desastroso y terrible— año de su sexenio. A Vicente Fox se le recuerda por la decepción, previsible desde su origen, dadas las expectativas generadas. Su gobierno fue una especie de periodo perdido en cuanto a la transformación que tanto se anhelaba en el país. A Calderón, para bien o para mal, se le recuerda por la guerra contra el narco. Podremos debatir horas si fue la estrategia correcta o si fue en el momento adecuado, hay opiniones encontradas, pero sin duda, eso fue lo que marcó su administración.
En los doce años de administraciones panistas hubo pocas transformaciones de fondo en la estructura económica de nuestro país. Los seis años del gobierno del presidente Peña Nieto se acercan a su fin y es válido cuestionarse cómo pasará esta administración a la historia.
En este sexenio se han hecho reformas de suma importancia para el desarrollo de México. Son reformas que quizás no alcancemos a dimensionar porque su impacto estará en el mediano o largo plazo. Sé que el discurso de las reformas estructurales ya está desgastado y tal vez la forma en la que fueron comunicadas al público —como que vería resultados inmediatos— no fue la precisa. Pero la reforma energética, la de telecomunicaciones y la educativa tienen el potencial de cambiar la capacidad productiva del país y de mejorar el capital humano en menos de una generación. No es menor. En un país en el que los cambios se dan lentamente y reaccionamos usualmente después de lo que se hace en el mundo, cualquier reforma que marque un paso hacia delante es una reforma importante.
Son reformas que han sido cuestionadas por temas ideológicos — como la soberanía y la propiedad del petróleo— o porque retan el statu quo —como el tema magisterial. En mi opinión son cambios no sólo positivos sino indispensables para el desarrollo del país. No sugiero que las reformas cambien todo y nos conviertan repentinamente en un país desarrollado. Sin duda no serán suficientes y considero que hacen falta no sólo reformas legales, sino cambios profundos en la forma de pensar y de actuar de todos los mexicanos, para poder lograr cambios. Pero no hay que minimizarlas, son unos primeros pasos importantes.
Peña Nieto tenía la oportunidad de pasar a la historia como un presidente reformador, un presidente que dio algunos pasos en el camino a la modernidad, pero su sexenio se opacó muy pronto a la sombra de la corrupción. El escándalo de la Casa Blanca fue el primero de una serie que aún no ha terminado y que seguramente seguirá más allá de su mandato. Hacer una lista no sería difícil, pero sí sería muy larga. Hay quien dice que no es que haya más corrupción, sino que ahora es más visible. Quizás sea una discusión relevante, a mí no me lo parece.
La reacción al tema de la Casa Blanca fue probablemente peor que el escándalo en sí mismo. El manejo de crisis por parte de esta administración en todos los casos de corrupción ha sido lamentable. Y no me refiero a la corrupción que implica únicamente a funcionarios priistas, la corrupción no ha sido exclusiva de ningún partido, todos tienen historias relevantes. Tampoco es exclusiva del sector público. Da la impresión, probablemente correcta, de que nadie quiere hacer nada para resolverlo de fondo. En el discurso —público y privado— se condena abiertamente, pero en los hechos se deja mucho que desear.
¿Cómo pasará Peña Nieto a la historia? ¿Como un presidente reformador o como un presidente que permitió que la corrupción lo rodeara sin hacer nada al respecto? El tiempo lo dirá, pero la pregunta no es ociosa, porque de la respuesta quizás dependa la continuidad de las reformas.
La percepción de que vivimos rodeados de corrupción rampante empaña los logros obtenidos. A veces resulta ocioso decir que el PIB está creciendo, que el consumo va de maravilla, que las exportaciones crecen, porque todo se ve con la óptica de la corrupción.
La historia dará la perspectiva.
*La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿cómo vamos?