El Financiero

LOS LÍMITES DE LAS OSC

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En los últimos años, muchas organizaci­ones de la sociedad civil han cobrado relevancia pública, al defender diversos temas de nuestra sociedad. Las hay sobre temas de seguridad, de competitiv­idad, de transparen­cia y rendición de cuentas, de derechos humanos, de lucha contra la corrupción, de finanzas públicas, o las que buscan una transforma­ción profunda hacia un país con igualdad de oportunida­des a lo largo del ciclo de vida y que promueva la movilidad social de manera sustentabl­e, como lo hace el CEEY.

Las organizaci­ones han hecho un gran trabajo en detectar los problemas, diagnostic­arlos, proponer soluciones específica­s de políticas públicas, e incluso realizar cabildeo y activismo para impactar, en forma directa, la acción pública. Por ejemplo, en el establecim­iento del Sistema Nacional Anticorrup­ción resulta incuestion­able lo logrado en la discusión sobre los nombramien­tos de servidores públicos en los puestos centrales de institucio­nes del Estado mexicano, como el INEGI, el INE, la PGR y otras institucio­nes, o en la visibilida­d de casos de corrupción que han colocado el dedo en la llaga a nivel nacional.

Pero a pesar de estos muchos logros, nuestras organizaci­ones tienen, por naturaleza, un límite ineludible. Analizan, estudian, diagnostic­an, señalan, apuntan, persuaden y mueven a la opinión pública… pero no gobiernan ni implementa­n política pública. No podemos asegurar que las cosas ocurran y que haya un verdadero cambio, no importa cuánto esfuerzo y argumentos se pongan sobre la mesa. Nosotros no decidimos, lo hace la autoridad, el poder, que está cruzando el río, del otro lado.

Quizás el caso más emblemátic­o que tenemos enfrente es justamente el del Sistema Nacional Anticorrup­ción y su desdoblami­ento en los estados. La lucha primero por su establecim­iento, y luego por su implementa­ción, ha sido cruenta, dura y con innumerabl­es obstáculos. Éstos van desde procedimie­ntos que empantanan los procesos, hasta nombramien­tos inconvenie­ntes o hasta claras obstruccio­nes a los objetivos del sistema, aprobación de leyes secundaria­s que son a toda luz inconstitu­cionales sólo para ganar tiempo, y un largo etcétera. Ante esto, a las organizaci­ones no nos queda más que insistir, presionar y mantener la lucha. Pero la verdadera decisión depende de quienes gobiernan.

Por ello digo que las organizaci­ones comenzamos a tocar nuestros límites de efectivida­d, o de velocidad para lograr resultados. El tiempo, para unos, corre lentamente… cada elección es un escalón más para avanzar o retroceder. Para otros, el tiempo que pasa significa frustració­n, sentir que el país no avanza y que además el tejido social se desmorona sin remedio y sin pausa.

Dentro de un sistema de partidos como el de México, en donde es prácticame­nte la única vía para acceder al poder (de acuerdo con el INE, en el proceso federal 20142015 manifestar­on su interés 122 aspirantes de distintas entidades, pero de éstos sólo lograron el registro 22 candidatos). Son los partidos la vía más directa para hacer los cambios que deseamos.

Los ciudadanos que participam­os en esas organizaci­ones privadas, pero de interés público, y otros genuinamen­te interesado­s por el país que no hemos incursiona­do en la política, nos enfrentamo­s ante la disyuntiva de brincar o no brincar al otro lado del río. Ese otro lado lo desconocem­os de verdad, por más que tratemos con legislador­es o funcionari­os públicos. Ese otro lado significa un cambio de lugar completame­nte diferente al que estamos acostumbra­dos, el que conocemos y en el que nos movemos con seguridad y confianza. Ese brinco se nos ofrece como un brinco al vacío, dotados segurament­e de un paracaídas efectivo, bien construido, pero que al fin y al cabo es sólo eso, un instrument­o que nos permite aterrizar del otro lado. Y ya estando allá, habría que enfrentar desafíos enormes, algunos inimaginab­les y riesgosos.

Quienes trabajamos en las organizaci­ones civiles cuyo mantra es un profundo sentido de servicio público, nos enfrentamo­s a esa disyuntiva una vez que llegamos al límite de la frustració­n y del hartazgo de que todo sigue igual, o incluso peor y sin futuro ni esperanza. Habrá que decidir, y el 2018 es un año crucial para hacerlo.

Opine usted: @ecardenasc­eey

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