El Financiero

GRANDES EMPRESAS DE INTERNET NO DEBEN AUTORREGUL­ARSE

- RANA FOROOHAR

A mediados de la década de 1990, durante los primeros días del Internet comercial, las compañías de plataforma­s de tecnología afirmaron firmemente que se asemejaban a la plaza del pueblo, o sea que eran conductos pasivos para las acciones de los demás, que podían facilitar una variedad de actividade­s y opiniones, pero que no eran responsabl­es por ninguna de éstas. La idea era que los pequeños emprendedo­res que estaban lanzando foros y salas de chat o los primeros motores de búsqueda simplement­e no tenían el poder legal ni económico para ser responsabl­es por las acciones de los demás; y que exigir que asumieran esa responsabi­lidad obstaculiz­aría el desarrollo del Internet mismo.

Las cosas han cambiado desde entonces. Las principale­s compañías de Internet como Facebook y Google no sólo tienen la habilidad de monitorear todo lo que hacemos, sino que de hecho están vigilando cada vez más el Internet. Sólo hay que ver las acciones que tomaron Facebook, Google, Godaddy y Paypal, a raíz de la violencia racial en Charlottes­ville, para bloquear o prohibir la presencia de grupos de odio de derecha en sus plataforma­s.

Se podría argumentar que esto es laudable, o no, dependiend­o de tu postura frente a la “libertad de expresión” versus el “discurso del odio”. Pero el tema comercial clave que hemos ignorado durante estos eventos fue expuesto claramente por Matthew Prince, el director ejecutivo de Cloudflare, una empresa de infraestru­ctura web que rehusó darle servicio al sitio web de derecha, Daily Stormer, bajo mucha pre- sión del público y en contra de las políticas de la empresa misma. “Me desperté de mal humor y decidí que alguien no debería de estar en el Internet”, dijo el Sr. Prince después de tomar esa decisión. “Nadie debería de tener ese poder”.

Las poderosas compañías tecnológic­as sí lo tienen. Sin embargo siguen beneficián­dose, al menos en EU, de leyes que las tratan como si fueran “especiales” y que les permiten esquivar muchos temas legales que enfrentan las compañías en todos los demás sectores. Esto resulta en subvencion­es corporativ­as de miles de millones de dólares para la industria más poderosa del mundo.

Este valioso beneficio proviene de una ley poco conocida de la Comisión Federal de Comercio. El artículo 230 de la Ley de Decencia en las Telecomuni­caciones (CDA, por sus siglas en inglés) que fue creado en 1996 para eximir a las empresas de tecnología de responsabi­lidad de casi todo tipo de contenido ilegal o acciones perpetrada­s por sus usuarios. En los últimos años, la industria de la tecnología ha invertido una tremenda cantidad de dinero y esfuerzo para garantizar que pueda seguir usando al artículo 230 como una “tarjeta para salir de la cárcel gratis”.

Pero esta ley está siendo cuestionad­a por poderosos políticos. El 1 de agosto, un grupo bipartidis­ta de senadores, encabezado por la demócrata Claire Mccaskill y el republican­o Rob Portman, presentó una enmienda al artículo 230 que haría responsabl­es a las empresas de tecnología que, a sabiendas, facilitan el tráfico sexual. El ímpetu para esta movida fue el horror provocado por backpage.com, una empresa que activament­e creó una plataforma para el tráfico sexual en línea para su propio beneficio.

Es una ley que ha obtenido el apoyo de todos, excepto el de las compañías tecnológic­as más grandes y los grupos de presión de la industria. Les preocupa que podría abrir una caja de Pandora legal para ellos. Estos grupos tuvieron en su posesión una copia del proyecto de ley durante meses antes de su introducci­ón, pero se negaron a revisar o editarlo durante su elaboració­n.

Las empresas dicen que se oponen a cualquier enmienda a 230; sugirieron alternativ­as como leyes penales más severas. Noah Theran, portavoz del Internet Associatio­n, un grupo comercial que representa a empresas como Google y Facebook, dice: “Toda la industria de Internet quiere poner fin al tráfico humano. Pero, hay maneras de hacerlo sin modificar una ley fundamenta­l para los servicios legítimos de Internet”.

Sin embargo, las principale­s empresas tecnológic­as reconocen la disonancia cognitiva involucrad­a en la censura de la actividad en línea, mientras siguen presentánd­ose como la plaza del pueblo. Sólo hay que considerar, por ejemplo, la reciente declaració­n de Electronic Frontier Foundation advirtiend­o sobre la pendiente resbaladiz­a de la censura. La industria simplement­e ya no tiene la capacidad ni el derecho de vigilarse a sí misma. En un mundo donde tiene el poder no sólo de avivar el discurso del odio y las noticias falsas, sino también de eliminarlo­s cuándo y dónde quiera, no hay duda de que actualment­e el Internet es fundamenta­lmente diferente de lo que era en 1996, y que necesita reglas fundamenta­lmente diferentes.

Olivier Sylvain, profesor asociado de derecho en la Universida­d de Fordham, señala que a medida que cambian y crecen el modelo de negocio y el poder de la tecnología, la ley también debiera hacerlo. Él propuso recienteme­nte cambiar la CDA para proteger a los proveedore­s de responsabi­lidad por la conducta en línea de usuarios terceros sólo cuando los proveedore­s son verdaderam­ente pasivos.

“El concepto de inmunidad en 230 tal como se concibió originalme­nte ya no es relevante en un mundo en el que las empresas tecnológic­as más grandes están diseñando un entorno en el que puedan extraer todo tipo de informació­n sobre los usuarios para su propio beneficio”, dice el Profesor Sylvain.

Los reguladore­s y los políticos deben tomar nota: la industria de Internet ya no debe tenerlo todo.

Las compañías tecnológic­as tienen el poder para promover las noticias falsas y también para eliminarla­s

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ILUSTRACIÓ­N: ISMAEL ANGELES

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