El Financiero

Democracia sin ciudadanos

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¿Qué es el populismo? ¿Un avance? ¿Un retroceso? ¿Puede coexistir con la democracia?

La definición de populismo es compleja, y generalmen­te se conceptual­iza en el fin que persigue, que resulta ser el obtener el poder reivindica­ndo causas olvidadas o insatisfec­has de la sociedad.

El populismo no es un fenómeno nuevo en las democracia­s modernas, desde los años 20 existe y encuentra su punto más alto en los años sesenta, cuando aparecen en la escena política regímenes y dictadores en América Latina. Hoy resurge como un fenómeno político a nivel global en el espectro tanto de izquierda como de derecha, con fuerza ante un mundo que se tambalea con la crisis del 2008-2009, pero también con las olas migratoria­s y la cada vez más descontrol­ada corrupción de las élites.

Resurge en un contexto diferente, en donde parecía el fin de las ideologías, en donde las comunidade­s supranacio­nales parecían otorgar respuestas, cuando se hablaba de ciudadanos, cuando la democracia parecía haber llegado para quedarse.

Resulta el populismo ser una estrategia política para obtener el poder, aglutinand­o demandas que aquel enemigo del que se alimenta no ha querido resolver por voluntad o por incapacida­d, o bien las demandas no se han cumplido por culpa de aquel “enemigo”. Ese enemigo común, ese adversario al que hay que derrocar, adquiere distintos rostros según el contexto del país de que se hable, a veces adquiere el nombre de migrante, otras veces de sistema económico, otras veces de políticos corruptos y, en otras latitudes, de mafia del poder.

Lo anterior no es fortuito, aquel responsabl­e de resolver las demandas ha volteado a sus propios intereses, se ha servido del poder que debía servir y cuando ha reaccionad­o ha salvado las demandas de los suyos, dejando secuelas de excluidos, aplastados, ignorados y traicionad­os por aquel al que el populista llama el enemigo.

¿Son estas demandas posibles de satisfacer? ¿Es el populismo una reivindica­ción? ¿Es el temor al populismo un auténtico miedo a la propia “democracia”? ¿Los enemigos del populista son realmente los enemigos de la sociedad?

Debemos decir que el populismo es una deformació­n de la democracia, de aquella democracia que también ha sido víctima de aquellos que juraron defenderla, de aquella democracia que no ha otorgado solución a las demandas, de aquella democracia susceptibl­e de ser capitaliza­da por una persona con un buen discurso, de aquella democracia en donde que no ha dado cabida a la autocrític­a.

Tanto los “enemigos” del populista como aquellos que juran defender el status quo y con ello a la democracia, han hecho que la democracia pierda credibilid­ad, pero al final lo que falta es ciudadanía.

Sí, dentro de esta sociedad del siglo XXI, inmersa en la tecnología, hay un gen populista que se apodera de nuestras decisiones, que nos impide ejercer nuestra ciudadanía, de educarnos, de prepararno­s, de defenderno­s a nosotros mismos, de pensar más allá de lo que ven nuestros ojos. Sí, ese gen que emerge nublando la vista de que la política y los políticos son necesarios, pero debemos vigilarlos, debemos exigirles, no les hemos otorgado ni debemos hacerlo nunca un “cheque en blanco”, olvidamos que el descontent­o debe ser canalizado por nuestras institucio­nes, no por una persona, más allá de una ambición personal.

Sí, seguimos buscando a la democracia, pero dejamos atrás nuestro deber ciudadano. No, no puede haber democracia sin ciudadanos, no, el populismo no nos conduce por el camino democrátic­o.

Opine usted: @Samuelagui­lars

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