Lo mejor de cada casa
Puestos en la antesala de lo que se ha dado en llamar “la madre de todas las elecciones”, los institutos políticos nacionales se aprestan a la batalla que, para algunos, será la decisiva, individual o colectivamente.
Conscientes de que el aprecio popular por la política pasa por su peor momento, la médula de sus deliberaciones domésticas radica en la selección de sus mejores cuadros, cuya imagen pública sea, cuando menos, incontrovertible y ofrezca una razonable certeza de unidad, a partir de que se ponga en acción la maquinaria.
Dependiendo del grado de cohesión interna, de disciplina y subordinación al respectivo patriarca, cada casa ha presentado, aún de manera informal, a sus postulantes, destapados y abiertos unos, más o menos disimulados otros y de plano en pugna unos más.
La genética de cada partido condiciona de manera determinante los modos y procedimientos de sus respectivas definiciones, tratando de revestir de la mayor legitimidad posible, en principio, su elección interna para evitar la fuga y deserción que ya se observa en algunos sectores, y paralelamente apuntalar sus posibilidades hacia la contienda formal.
El mal humor social se ha erigido en factor decisivo del proceso electoral, quien sepa aprovecharlo convenientemente tendrá una ventaja estratégica incomparable frente a sus adversarios, ya sea revirtiéndolo o potenciándolo, y ello obliga a presentar ante la sociedad lo mejor de cada casa, no sólo con los perfiles más prestigiados e impolutos, con una oferta política atractiva, sino con el carácter y el carisma capaz de atraer al electorado y fortalecer su credibilidad de manera sensible.
La campaña que se avecina exigirá no sólo la transformación de la retórica tradicional con promesas y ofertas seductoras, sino la demostración con hechos de que la voluntad de cambio es sólida y posible.
La continuación de una dinámica pragmática e irreflexiva puede llevarnos de retorno al futuro o a propender al pasado.